XI
Aenyd cerró los ojos por un momento, y se permitió sentir una efímera sensación de triunfo. Sin embargo, recobró pronto la familiar sensación de incertidumbre que la había acompañado, y cuando volvió a mirar a su alrededor, los ocho pedestales que se encontraban en la cámara estaban ocupados. En cada uno de ellos, había una figura de gran similitud a su primer guía, pero un tanto distintos en porte, altura e indumentaria. Además, había cuatro seres de aspecto masculino y cuatro de aspecto femenino. Los ocho vestían largas faldas de color blanco, en vez de negro. Ellas se cubrían el torso con blusas, mientras que los varones sólo llevaban unas correas cruzadas, unas correas hechas con un espeluznante material de color blanquecino que parecía piel. Y ciertamente no de animal.
--Bienvenida a la cámara de acuerdos, Hija de Shara. Te esperábamos, dijo una de las méminas.
Se nos ha advertido de tu llegada, dijo uno de los varones.
Conforme a lo pactado, pide y se te concederá, hija de Aezim.
El precio pagarás también, asesina, pero pide, adelante, pide.
Aenyd cayó sobre sus rodillas, repentinamente debilitada. Sentía que desfallecería en cualquier momento, y el hecho de constatar que su madre había estado allí, no hacía sino exacerbar la sensación que le oprimía el pecho.
--Así que ella logró llegar aquí, se dijo--.
No sabía si podría sobreponerse tan rápido al impacto de saber que su madre había logrado negociar con aquellos seres y, sin embargo, había fracasado en volver junto a ella.
--¡Pide, pide! ¡Lo que deseas está a tu alcance ahora!—
--Quiero… Quiero aquello que mi madre fracasó en obtener de ustedes, quiero aquello por lo que ella vino; quiero ese conocimiento--.
¡Hecho!
Quiero recuperar aquello que he perdido, y quiero enfrentarme en igualdad de condiciones a quien me humilló--.
¡Hecho! Dijo nuevamente otro de los seres en los pedestales.
¡Quiero ser más poderosa y siempre tener dominio sobre mi destino!—
¡Hecho!.
Se ha fijado lo pedido, ahora tendremos que hablar del precio y el sacrificio, dijo uno de los elfinios.
Aezim te ha librado del precio, sin embargo, asesina. Pero es necesario que hagas un sacrificio, intervino otro más.
Aenyd pensó en estas palabras durante un breve instante.
¿Su madre? Su madre sabía que vendría.
Quiero entender el plan de mi madre, y recordarla. Lo demás… Pueden conservarlo ustedes junto con la escasa vitalidad que me queda. No me importa nada más.
Notó ansiedad en el rostro de los seres que tenía más próximos a ella.
Se preguntó por qué se sentía tan cansada de forma tan repentina…
¿Lo notan? ¡Su fuerza vital escapa de su cuerpo, su agonía es palpable y su sufrimiento puede saborearse! Dijo una de aquellas criaturas.
¡La voluntad de la asesina la mantiene con vida y su humillación la cubre como si fuera un manto!
De seguir así, sin embargo, no sobrevivirá y habremos faltado al pacto con su madre, dijo otro de los hombres con aspecto de zorro.
Escuchó a algunos elfinios maldecir, mientras una niebla negra la rodeaba. Y junto con esta niebla, un opresivo velo la iba cubriendo poco a poco. Sus fuerzas fallaban, no iba a lograrlo… ¿Era esto la muerte?
El destino de Aenyd (Relato)
Re: El destino de Aenyd (Relato)
XII
Aenyd miraba desde un pedestal. Frente a ella, una mujer de largo cabello castaño y ojos grises se enfrentaba a los ocho más importantes.
Si es verdad lo que los alfinios me han dicho, solo me queda un camino.
Sé que si salgo de aquí con el precio que puedo pagar, habré fracasado. Sé que moriré de cualquier forma y sin proteger a mi hija.
La respiración de la mujer se hizo más pausada, y su gesto adquirió una expresión resuelta.
Sin embargo, había cierta tristeza en sus ojos, que no perdían detalle de los ocho.
Conforme a lo pactado, pide y obtendrás aquello que quieres!, dijo uno de los elfinios.
--El salvar a tu hija está a tu alcance, dijo otro más.
¡Pide sin titubear! dijo un tercero.
Aezim los miró uno a uno, y finalmente dijo:
Aenyd se presentará ante ustedes algún día. Los alfinios me lo confirmaron, y antes de ello lo vi en la ciudad de sueños. Quiero que mi hija salga de aquí intacta cuando venga. Quiero que domine y utilice el poder con el que nació. Quiero que recuerde quién es, y que elija como vivir su destino. Quiero que tenga oportunidad de sobrevivir ante la absurda lucha de la luz y la sombra. Y que sepa todo lo que debe saber de nuestro pueblo y los Ayyad.
Estoy dispuesta a pagar el precio.
¡Hecho! Dijeron de forma simultánea los 8 elfinios. Pero el precio para tan ambiciosa petición será caro.
¿Cuál será el pago por dichas peticiones?
Ofreceré mi capacidad de encauzar, mis recuerdos y mi vida, siempre y cuando retornen este cofre a mi hija cuando salga de aquí.
¡Hecho!
Ella dejó caer un pequeño cofre y después de esto, llamas plateadas rodearon a Aezim, que desapareció entre ellas, mientras los ocho individuos caían de hinojos, exhalando suspiros de gozo Y Aenyd vio una rápida sucesión de escenas de las que apenas recordaba los puntos más importantes tras terminar tales secuencias de recuerdos e imágenes.
Sintió de improvisto, que sus fuerzas le fallaban, y la negrura se adueñó de ella mientras caía, y caía....
Aenyd miraba desde un pedestal. Frente a ella, una mujer de largo cabello castaño y ojos grises se enfrentaba a los ocho más importantes.
Si es verdad lo que los alfinios me han dicho, solo me queda un camino.
Sé que si salgo de aquí con el precio que puedo pagar, habré fracasado. Sé que moriré de cualquier forma y sin proteger a mi hija.
La respiración de la mujer se hizo más pausada, y su gesto adquirió una expresión resuelta.
Sin embargo, había cierta tristeza en sus ojos, que no perdían detalle de los ocho.
Conforme a lo pactado, pide y obtendrás aquello que quieres!, dijo uno de los elfinios.
--El salvar a tu hija está a tu alcance, dijo otro más.
¡Pide sin titubear! dijo un tercero.
Aezim los miró uno a uno, y finalmente dijo:
Aenyd se presentará ante ustedes algún día. Los alfinios me lo confirmaron, y antes de ello lo vi en la ciudad de sueños. Quiero que mi hija salga de aquí intacta cuando venga. Quiero que domine y utilice el poder con el que nació. Quiero que recuerde quién es, y que elija como vivir su destino. Quiero que tenga oportunidad de sobrevivir ante la absurda lucha de la luz y la sombra. Y que sepa todo lo que debe saber de nuestro pueblo y los Ayyad.
Estoy dispuesta a pagar el precio.
¡Hecho! Dijeron de forma simultánea los 8 elfinios. Pero el precio para tan ambiciosa petición será caro.
¿Cuál será el pago por dichas peticiones?
Ofreceré mi capacidad de encauzar, mis recuerdos y mi vida, siempre y cuando retornen este cofre a mi hija cuando salga de aquí.
¡Hecho!
Ella dejó caer un pequeño cofre y después de esto, llamas plateadas rodearon a Aezim, que desapareció entre ellas, mientras los ocho individuos caían de hinojos, exhalando suspiros de gozo Y Aenyd vio una rápida sucesión de escenas de las que apenas recordaba los puntos más importantes tras terminar tales secuencias de recuerdos e imágenes.
Sintió de improvisto, que sus fuerzas le fallaban, y la negrura se adueñó de ella mientras caía, y caía....
Re: El destino de Aenyd (Relato)
XIII
Aenyd caía, lanzada desde algún punto incierto de lo más alto de una torre. Se acercaba, inconsciente, más y más a caer en el caudaloso río en donde a buen seguro, moriría.
Sin embargo, mientras se zambullía y la vida la abandonaba, ella ya no era capaz de sentir nada.
Y a pesar de todo, estaba viva. Despertó en la hermosa llanada que contempló al principio, y notó la figura de una chica cernirse sobre ella.
La chica era de piel oscura, grandes ojos oscuros y largo cabello. Y le era conocida.
--Ny… Nyd, dijo débilmente, mientras su amiga la miraba sonriendo. —
--¿Qué ha pasado, Nyd?—
--Aenyd, dijo ella, mientras lágrimas caían por sus mejillas. Vine durante tres meses cada día a pesar de lo que me dijiste y tras el tercero me instalé un tiempo cerca de aquí y siempre aguardé por ti… Comenzaba a perder las esperanzas, cuando ahora, en el sexto mes comencé a estar día y noche cerca de la torre.
Hasta que te vi. Aenyd, tú… ¡Mírate!
Aenyd lo hizo, esta vez en un remanso de agua límpida que funcionó como un espejo. Su rostro, antes desgraciado por su batalla, era como ella lo recordaba. Su cabello, reluciente y en ondas, volvía a caer por su espalda. Su piel, intacta, no tenía ni siquiera las cicatrices que se había ganado durante su carrera como asesina. Y además… los recuerdos venían a su mente en tropel, desfilando de forma interminable. Y el vacío también, allí estaba. Recordaba quien era, una asesina. Recordaba desafíos, pruebas y errores.
Recordaba a su madre, pero nada más. Sabía que fue niña y feliz alguna vez, pero no lo tenía claro del todo. Abismales lagunas de aquello que no fuera su madre, se entrelazaban con más cosas que le costaba comprender por momentos. Y había algo más… Algo a su alcance, llamándola, incitándola. Y de alguna forma, sabía qué era y qué hacer con esto. Tenía el conocimiento de los Ayyad, otorgado por aquellos seres con aspecto de zorros, cedido por su madre y a un gran costo. Había perdido parte de lo que era, olvidado hechos importantes que la hicieron feliz, Y sin embargo…
Conocía ahora todo sobre su pueblo. Sabía quién era y qué había ocurrido con su madre. Sabía que ella había cruzado a través de un portal y visitado aquel extraño lugar mucho antes de huir de Shara. Y su madre lo sabía, que Aenyd algún día comenzaría el mismo viaje que ella. Y por ello, le había dejado pistas.
--Nyd, lo he logrado. He recuperado mi vida.
Nyd, pasmada, notó el fuerte halo que rodeaba a Aenyd cuando abrazó la fuente.
Soy una Sharaníe; soy hija de Aezim; Soy Aenyd, y controlo mi propio destino, dijo Aenyd con voz clara y brillante, sintiéndose exultante de poder.
Aenyd caía, lanzada desde algún punto incierto de lo más alto de una torre. Se acercaba, inconsciente, más y más a caer en el caudaloso río en donde a buen seguro, moriría.
Sin embargo, mientras se zambullía y la vida la abandonaba, ella ya no era capaz de sentir nada.
Y a pesar de todo, estaba viva. Despertó en la hermosa llanada que contempló al principio, y notó la figura de una chica cernirse sobre ella.
La chica era de piel oscura, grandes ojos oscuros y largo cabello. Y le era conocida.
--Ny… Nyd, dijo débilmente, mientras su amiga la miraba sonriendo. —
--¿Qué ha pasado, Nyd?—
--Aenyd, dijo ella, mientras lágrimas caían por sus mejillas. Vine durante tres meses cada día a pesar de lo que me dijiste y tras el tercero me instalé un tiempo cerca de aquí y siempre aguardé por ti… Comenzaba a perder las esperanzas, cuando ahora, en el sexto mes comencé a estar día y noche cerca de la torre.
Hasta que te vi. Aenyd, tú… ¡Mírate!
Aenyd lo hizo, esta vez en un remanso de agua límpida que funcionó como un espejo. Su rostro, antes desgraciado por su batalla, era como ella lo recordaba. Su cabello, reluciente y en ondas, volvía a caer por su espalda. Su piel, intacta, no tenía ni siquiera las cicatrices que se había ganado durante su carrera como asesina. Y además… los recuerdos venían a su mente en tropel, desfilando de forma interminable. Y el vacío también, allí estaba. Recordaba quien era, una asesina. Recordaba desafíos, pruebas y errores.
Recordaba a su madre, pero nada más. Sabía que fue niña y feliz alguna vez, pero no lo tenía claro del todo. Abismales lagunas de aquello que no fuera su madre, se entrelazaban con más cosas que le costaba comprender por momentos. Y había algo más… Algo a su alcance, llamándola, incitándola. Y de alguna forma, sabía qué era y qué hacer con esto. Tenía el conocimiento de los Ayyad, otorgado por aquellos seres con aspecto de zorros, cedido por su madre y a un gran costo. Había perdido parte de lo que era, olvidado hechos importantes que la hicieron feliz, Y sin embargo…
Conocía ahora todo sobre su pueblo. Sabía quién era y qué había ocurrido con su madre. Sabía que ella había cruzado a través de un portal y visitado aquel extraño lugar mucho antes de huir de Shara. Y su madre lo sabía, que Aenyd algún día comenzaría el mismo viaje que ella. Y por ello, le había dejado pistas.
--Nyd, lo he logrado. He recuperado mi vida.
Nyd, pasmada, notó el fuerte halo que rodeaba a Aenyd cuando abrazó la fuente.
Soy una Sharaníe; soy hija de Aezim; Soy Aenyd, y controlo mi propio destino, dijo Aenyd con voz clara y brillante, sintiéndose exultante de poder.