Parte XI
Aenyd le devolvió la mirada con tranquilidad.--
¿Así que esta es tu verdadera apariencia? Dijo a la mujer de cabello plateado.
Ésta la miró fríamente, con unos gélidos ojos azules.
--Estoy muy interesada en saber cómo has logrado sobrevivir, por lo que seguramente antes de matarte me lo dirás todo.
Así que adelante, ¿No intentarás atacarme? ¿O te he sobreestimado y solo eres una lamentable asesina que sin la sorpresa no es capaz de enfrentarse a mí?
Aenyd se serenó, mientras sentía el reconfortante peso del objeto que había mantenido junto a ella desde que acudió a la cita con Nyd.
No tenía miedo.
Y entonces, decidió divertirse un poco.
Rápidamente, hizo aparecer tres dagas de sus mangas, y las lanzó certeramente, errando a propósito cada lanzamiento.--
¡Mírate, eres incluso peor que la última vez! Dijo entre risas la renegada.
Esta vez, morirás.
Y nuevamente, comenzó a encauzar.
Aenyd notó como flujos de aire intentaban sujetarla, pero ahora conocía el estilo de la mujer. Se movió con agilidad, esquivándolos, para posteriormente acercarse a ella.
Una bola de fuego estalló a su izquierda, lanzando fragmentos de piedras destrozadas por todas partes.
Aquella mujer quería conseguir que Aenyd fuese dominada por el pánico, como la última vez cuando se dio cuenta que le había sido imposible matarla en el primer intento.
--Pero esta vez no soy la misma, pensó Aenyd.
--¿Qué ocurre, no tienes el valor de enfrentarte con tus miserables capacidades a mí?, dijo burlona la mujer.
Y entonces Aenyd notó que encauzaba de nuevo y algo la instó a actuar rápidamente.
Sin perder un segundo, Aenyd abrazó el saidar y absorbió tanto como le era posible. Su fuerza en el poder era enorme, pero se veía superada por la de la renegada.
Entrelazó fuego y energía y cortó la trama que iba dirigida hacia ella con la suficiente fuerza para hacer retroceder a la mujer que, con los ojos abiertos desmesuradamente, había sido tomada totalmente por sorpresa.
--¡No puede ser! ¿Cómo es posible?
Las miradas de ambas se cruzaron, y Aenyd notó también confianza en los ojos de su adversaria, sobreponiéndose fácilmente a la sorpresa inicial.
--No entiendo cómo has sido capaz de neutralizar mi trama, chiquilla, pero, aunque me hayas sorprendido con tu encauzamiento, te informo que no eres rival para mí.
Ambas encauzaron, y entrelazaron elementos para intentar reducir a su oponente.
Aenyd se empleaba a fondo, pero se reconfortaba de tanto en tanto con el pensamiento de su carta ganadora.
Aenyd dirigió un escudo hacia la renegada, que lo cortó con displicencia.
--Ya te lo dije, es inútil que te esfuerces. Aún dentro de los elegidos, yo me encontraba por encima de cualquier mujer.
El suelo comenzó a resquebrajarse por la potencia de los tejidos, y tras cortar una trama, Aenyd comenzó a desesperarse.
Se habían mantenido hasta cierto punto igualadas, pero sabía que era cuestión de tiempo para que ella se viese reducida.
Actuó con rapidez, y un flujo de energía y aire arrojó a la renegada contra el suelo, mientras una urdimbre de fuego y aire por poco la alcanzaba.
Aenyd cortó un tejido que parecía un acceso que se desplazaba hacia ella, y lo intentó replicar.
No obstante, en aquel momento un escudo comenzó a cortar rápidamente su capacidad de encauzar, que disminuía como si se tratase de agua escurriendo entre sus manos.
Y Aenyd por fin lo hizo.
Cuando tan solo un pequeño flujo de saidar era alcanzado por ella, absorbió a través de la negra daga de hoja destellante que guardaba en su ropa.
Y un poder como jamás había sentido la inundó.
El Ascenso
Re: El Ascenso
Parte XI
Aenyd le devolvió la mirada con tranquilidad.--
¿Así que esta es tu verdadera apariencia? Dijo a la mujer de cabello plateado.
Ésta la miró fríamente, con unos gélidos ojos azules.
--Estoy muy interesada en saber cómo has logrado sobrevivir, por lo que seguramente antes de matarte me lo dirás todo.
Así que adelante, ¿No intentarás atacarme? ¿O te he sobreestimado y solo eres una lamentable asesina que sin la sorpresa no es capaz de enfrentarse a mí?
Aenyd se serenó, mientras sentía el reconfortante peso del objeto que había mantenido junto a ella desde que acudió a la cita con Nyd.
No tenía miedo.
Y entonces, decidió divertirse un poco.
Rápidamente, hizo aparecer tres dagas de sus mangas, y las lanzó certeramente, errando a propósito cada lanzamiento.--
¡Mírate, eres incluso peor que la última vez! Dijo entre risas la renegada.
Esta vez, morirás.
Y nuevamente, comenzó a encauzar.
Aenyd notó como flujos de aire intentaban sujetarla, pero ahora conocía el estilo de la mujer. Se movió con agilidad, esquivándolos, para posteriormente acercarse a ella.
Una bola de fuego estalló a su izquierda, lanzando fragmentos de piedras destrozadas por todas partes.
Aquella mujer quería conseguir que Aenyd fuese dominada por el pánico, como la última vez cuando se dio cuenta que le había sido imposible matarla en el primer intento.
--Pero esta vez no soy la misma, pensó Aenyd.
--¿Qué ocurre, no tienes el valor de enfrentarte con tus miserables capacidades a mí?, dijo burlona la mujer.
Y entonces Aenyd notó que encauzaba de nuevo y algo la instó a actuar rápidamente.
Sin perder un segundo, Aenyd abrazó el saidar y absorbió tanto como le era posible. Su fuerza en el poder era enorme, pero se veía superada por la de la renegada.
Entrelazó fuego y energía y cortó la trama que iba dirigida hacia ella con la suficiente fuerza para hacer retroceder a la mujer que, con los ojos abiertos desmesuradamente, había sido tomada totalmente por sorpresa.
--¡No puede ser! ¿Cómo es posible?
Las miradas de ambas se cruzaron, y Aenyd notó también confianza en los ojos de su adversaria, sobreponiéndose fácilmente a la sorpresa inicial.
--No entiendo cómo has sido capaz de neutralizar mi trama, chiquilla, pero, aunque me hayas sorprendido con tu encauzamiento, te informo que no eres rival para mí.
Ambas encauzaron, y entrelazaron elementos para intentar reducir a su oponente.
Aenyd se empleaba a fondo, pero se reconfortaba de tanto en tanto con el pensamiento de su carta ganadora.
Aenyd dirigió un escudo hacia la renegada, que lo cortó con displicencia.
--Ya te lo dije, es inútil que te esfuerces. Aún dentro de los elegidos, yo me encontraba por encima de cualquier mujer.
El suelo comenzó a resquebrajarse por la potencia de los tejidos, y tras cortar una trama, Aenyd comenzó a desesperarse.
Se habían mantenido hasta cierto punto igualadas, pero sabía que era cuestión de tiempo para que ella se viese reducida.
Actuó con rapidez, y un flujo de energía y aire arrojó a la renegada contra el suelo, mientras una urdimbre de fuego y aire por poco la alcanzaba.
Aenyd cortó un tejido que parecía un acceso que se desplazaba hacia ella, y lo intentó replicar.
No obstante, en aquel momento un escudo comenzó a cortar rápidamente su capacidad de encauzar, que disminuía como si se tratase de agua escurriendo entre sus manos.
Y Aenyd por fin lo hizo.
Cuando tan solo un pequeño flujo de saidar era alcanzado por ella, absorbió a través de la negra daga de hoja destellante que guardaba en su ropa.
Y un poder como jamás había sentido la llenó, colmándola de un éxtasis sin igual.
Aenyd le devolvió la mirada con tranquilidad.--
¿Así que esta es tu verdadera apariencia? Dijo a la mujer de cabello plateado.
Ésta la miró fríamente, con unos gélidos ojos azules.
--Estoy muy interesada en saber cómo has logrado sobrevivir, por lo que seguramente antes de matarte me lo dirás todo.
Así que adelante, ¿No intentarás atacarme? ¿O te he sobreestimado y solo eres una lamentable asesina que sin la sorpresa no es capaz de enfrentarse a mí?
Aenyd se serenó, mientras sentía el reconfortante peso del objeto que había mantenido junto a ella desde que acudió a la cita con Nyd.
No tenía miedo.
Y entonces, decidió divertirse un poco.
Rápidamente, hizo aparecer tres dagas de sus mangas, y las lanzó certeramente, errando a propósito cada lanzamiento.--
¡Mírate, eres incluso peor que la última vez! Dijo entre risas la renegada.
Esta vez, morirás.
Y nuevamente, comenzó a encauzar.
Aenyd notó como flujos de aire intentaban sujetarla, pero ahora conocía el estilo de la mujer. Se movió con agilidad, esquivándolos, para posteriormente acercarse a ella.
Una bola de fuego estalló a su izquierda, lanzando fragmentos de piedras destrozadas por todas partes.
Aquella mujer quería conseguir que Aenyd fuese dominada por el pánico, como la última vez cuando se dio cuenta que le había sido imposible matarla en el primer intento.
--Pero esta vez no soy la misma, pensó Aenyd.
--¿Qué ocurre, no tienes el valor de enfrentarte con tus miserables capacidades a mí?, dijo burlona la mujer.
Y entonces Aenyd notó que encauzaba de nuevo y algo la instó a actuar rápidamente.
Sin perder un segundo, Aenyd abrazó el saidar y absorbió tanto como le era posible. Su fuerza en el poder era enorme, pero se veía superada por la de la renegada.
Entrelazó fuego y energía y cortó la trama que iba dirigida hacia ella con la suficiente fuerza para hacer retroceder a la mujer que, con los ojos abiertos desmesuradamente, había sido tomada totalmente por sorpresa.
--¡No puede ser! ¿Cómo es posible?
Las miradas de ambas se cruzaron, y Aenyd notó también confianza en los ojos de su adversaria, sobreponiéndose fácilmente a la sorpresa inicial.
--No entiendo cómo has sido capaz de neutralizar mi trama, chiquilla, pero, aunque me hayas sorprendido con tu encauzamiento, te informo que no eres rival para mí.
Ambas encauzaron, y entrelazaron elementos para intentar reducir a su oponente.
Aenyd se empleaba a fondo, pero se reconfortaba de tanto en tanto con el pensamiento de su carta ganadora.
Aenyd dirigió un escudo hacia la renegada, que lo cortó con displicencia.
--Ya te lo dije, es inútil que te esfuerces. Aún dentro de los elegidos, yo me encontraba por encima de cualquier mujer.
El suelo comenzó a resquebrajarse por la potencia de los tejidos, y tras cortar una trama, Aenyd comenzó a desesperarse.
Se habían mantenido hasta cierto punto igualadas, pero sabía que era cuestión de tiempo para que ella se viese reducida.
Actuó con rapidez, y un flujo de energía y aire arrojó a la renegada contra el suelo, mientras una urdimbre de fuego y aire por poco la alcanzaba.
Aenyd cortó un tejido que parecía un acceso que se desplazaba hacia ella, y lo intentó replicar.
No obstante, en aquel momento un escudo comenzó a cortar rápidamente su capacidad de encauzar, que disminuía como si se tratase de agua escurriendo entre sus manos.
Y Aenyd por fin lo hizo.
Cuando tan solo un pequeño flujo de saidar era alcanzado por ella, absorbió a través de la negra daga de hoja destellante que guardaba en su ropa.
Y un poder como jamás había sentido la llenó, colmándola de un éxtasis sin igual.
Re: El Ascenso
Parte XII
Aenyd resplandecía como el sol. El último legado de su madre nuevamente la había salvado, pues había resultado ser un increíblemente poderoso sa’Angreal.
La mujer esta vez, la miró con furia y después con terror, al notar como ahora su poder era insignificante ante Aenyd.
Esta tejió un fuerte escudo y, con la misma precisión con la que lanzaba sus dagas, lo posicionó cortando la capacidad de la renegada para abrazar el saidar.
No se molestó en atarlo, pues con el poder que absorbía podía mantenerlo por una larga cantidad de tiempo pese a el enorme esfuerzo que notaba de parte de la mujer.
--¡No! ¡Esto no es posible! ¡Tenías un sA’Angreal!
--Y ahora antes de que te mate, yo me divertiré contigo, dijo Aenyd.
Encauzó fuego y aire, y unas llamas redujeron a cenizas la ropa de la renegada, al tiempo que una fina cuchilla de aire cortaba de cuajo su cabello.
Aenyd se sentía exultante, y un sadismo que nunca había sentido antes comenzó a invadirla.
--Pero esto quiero hacerlo con mis propias manos, pensó.
Mantuvo el escudo mientras se acercaba a la ahora indefensa mujer, pensando que después de todo, no era más que una mujer con un poder extraordinario, pero no más que eso.
--¿A esto se reducen los poderosos elegidos? Dijo a una enmudecida renegada.
Como notarás, mi daga es increíblemente poderosa, pero no solo se trata de un SA’Angreal, mantenido en secreto por milenios por los Ayiad en Shara, sino que en realidad es una daga perfectamente funcional.
Y si se me conoce por algo, no es por otra cosa que mis dagas. Deseo que tú me conozcas también por ello, aún antes de que mueras.
Acercó la brillante daga al pecho de la renegada y comenzó a rozarlo con su afilada punta haciendo que pequeñas gotas de sangre comenzaban a brotar, al tiempo que lágrimas de rabia asomaban a los ojos de la renegada, que no cesaba en sus intentos de deshacer el escudo que cortaba su preciado acceso al poder.
--Tal parece que sin el poder no somos nada, ¿Cierto? Dijo Aenyd con frialdad.
--Debiste terminar conmigo cuando pudiste hacerlo. Pagarás caro aquel error.
Y entonces se decidió a hacerlo.
No obstante, en aquel momento Aenyd sintió algo a su espalda, mientras el saidar se escapaba de su control, desapareciendo.
La renegada, no obstante, estaba más asustada de lo que había estado al verse derrotada unos minutos antes.
Y Aenyd supo por qué, al notar a la alta figura negra que salía de las sombras.
Era un myrdraal como jamás había visto.
Sobrepasaba la talla de los semihombres comunes en más de medio metro, y en su rostro sin ojos se adivinaba un gesto escalofriantemente similar a una sonrisa.
Pero los myrdraal no sonríen, pensó Aenyd.
Y además de ello, se sentía con un creciente miedo no por la mirada de aquel ser, sino por su presencia.
¿A caso había sido él quien le había cortado el acceso al poder?
¡Eso era imposible!
--¿Estás contraviniendo las órdenes de tu amo, Cyndane?, dijo el myrddraal con la sibilante voz de un moribundo, pero cargada de una gelidez sorprendente.
--¿A caso no se te dijo que esta humana serviría a los planes del Gran Señor de la Oscuridad?
Deberías estar agradecida de que haya evitado que te asesinara. Creo que serás sometida a un nuevo castigo, para que no olvides tu nueva condición.
--En cuanto a ti, Si prefieres la gloria eterna a la muerte, te harás presente ahora mismo en Shayol Ghul.
El Gran Señor tiene una tarea para ti.
No olvides sus órdenes y no olvides mi nombre. Soy Shaidar Haran.
Ahora, preséntate de inmediato en Shayol Ghul.
Aenyd, tras un involuntario estremecimiento, hizo aquello que se le ordenaba de cualquier forma, sentía que no tenía opción.
Aenyd resplandecía como el sol. El último legado de su madre nuevamente la había salvado, pues había resultado ser un increíblemente poderoso sa’Angreal.
La mujer esta vez, la miró con furia y después con terror, al notar como ahora su poder era insignificante ante Aenyd.
Esta tejió un fuerte escudo y, con la misma precisión con la que lanzaba sus dagas, lo posicionó cortando la capacidad de la renegada para abrazar el saidar.
No se molestó en atarlo, pues con el poder que absorbía podía mantenerlo por una larga cantidad de tiempo pese a el enorme esfuerzo que notaba de parte de la mujer.
--¡No! ¡Esto no es posible! ¡Tenías un sA’Angreal!
--Y ahora antes de que te mate, yo me divertiré contigo, dijo Aenyd.
Encauzó fuego y aire, y unas llamas redujeron a cenizas la ropa de la renegada, al tiempo que una fina cuchilla de aire cortaba de cuajo su cabello.
Aenyd se sentía exultante, y un sadismo que nunca había sentido antes comenzó a invadirla.
--Pero esto quiero hacerlo con mis propias manos, pensó.
Mantuvo el escudo mientras se acercaba a la ahora indefensa mujer, pensando que después de todo, no era más que una mujer con un poder extraordinario, pero no más que eso.
--¿A esto se reducen los poderosos elegidos? Dijo a una enmudecida renegada.
Como notarás, mi daga es increíblemente poderosa, pero no solo se trata de un SA’Angreal, mantenido en secreto por milenios por los Ayiad en Shara, sino que en realidad es una daga perfectamente funcional.
Y si se me conoce por algo, no es por otra cosa que mis dagas. Deseo que tú me conozcas también por ello, aún antes de que mueras.
Acercó la brillante daga al pecho de la renegada y comenzó a rozarlo con su afilada punta haciendo que pequeñas gotas de sangre comenzaban a brotar, al tiempo que lágrimas de rabia asomaban a los ojos de la renegada, que no cesaba en sus intentos de deshacer el escudo que cortaba su preciado acceso al poder.
--Tal parece que sin el poder no somos nada, ¿Cierto? Dijo Aenyd con frialdad.
--Debiste terminar conmigo cuando pudiste hacerlo. Pagarás caro aquel error.
Y entonces se decidió a hacerlo.
No obstante, en aquel momento Aenyd sintió algo a su espalda, mientras el saidar se escapaba de su control, desapareciendo.
La renegada, no obstante, estaba más asustada de lo que había estado al verse derrotada unos minutos antes.
Y Aenyd supo por qué, al notar a la alta figura negra que salía de las sombras.
Era un myrdraal como jamás había visto.
Sobrepasaba la talla de los semihombres comunes en más de medio metro, y en su rostro sin ojos se adivinaba un gesto escalofriantemente similar a una sonrisa.
Pero los myrdraal no sonríen, pensó Aenyd.
Y además de ello, se sentía con un creciente miedo no por la mirada de aquel ser, sino por su presencia.
¿A caso había sido él quien le había cortado el acceso al poder?
¡Eso era imposible!
--¿Estás contraviniendo las órdenes de tu amo, Cyndane?, dijo el myrddraal con la sibilante voz de un moribundo, pero cargada de una gelidez sorprendente.
--¿A caso no se te dijo que esta humana serviría a los planes del Gran Señor de la Oscuridad?
Deberías estar agradecida de que haya evitado que te asesinara. Creo que serás sometida a un nuevo castigo, para que no olvides tu nueva condición.
--En cuanto a ti, Si prefieres la gloria eterna a la muerte, te harás presente ahora mismo en Shayol Ghul.
El Gran Señor tiene una tarea para ti.
No olvides sus órdenes y no olvides mi nombre. Soy Shaidar Haran.
Ahora, preséntate de inmediato en Shayol Ghul.
Aenyd, tras un involuntario estremecimiento, hizo aquello que se le ordenaba de cualquier forma, sentía que no tenía opción.
Re: El Ascenso
Parte XIII
Aenyd cruzó el acceso que abrió ni bien recuperó su control sobre el poder.
El acceso desapareció en un segundo, y Aenyd miró detenidamente a su alrededor.
No se explicaba cómo es que aquel myrddraal había sido capaz de impedir que encauzara.
Jamás había escuchado que algo así pudiese ocurrir y no le agradó en lo más mínimo.
Avanzó por el valle, cubierto de niebla, en donde sombras negras se apartaban a su paso, casi con temor.
Se preguntó la razón de aquella orden, pero algo le dijo que era mejor no contravenir lo dicho por Shaidar Haran.
Comenzó a subir por aquella pendiente y regresó al presente.
Aquel túnel la esperaba, como si fuese la hambrienta boca de una criatura legendaria.
Y Aenyd se decidió a entrar.
Estoy lista, se dijo de nuevo.
Al igual que antes, se encontró ante una nueva pendiente. No obstante, esta parecía descender e internarse en la negra montaña.
El túnel, de techo tan solo un poco más alto que Aenyd, parecía encogerse por momentos, mientras rocas afiladas que simulaban enormes dientes y colmillos se desprendían cada cierto tiempo, como si se dispusieran a engullirla.
El suelo, parecía extrañamente pulido como si fuese de unas extrañas baldosas tan negras como la roca de la montaña.
El frío, anteriormente mordiente, había sido remplazado lentamente por un sofocante calor.
Y en la lejanía, extrañas luces parecían aguardar a que llegara.
El túnel desembocó finalmente en una amplia repisa, en donde Aenyd vio un extraño lago de roca fundida.
Del lago, rojo moteado con negro, se alzaban altas llamas que se expandían y crecían, imponentes hacia el cielo.
O aquello que debería ser el cielo, pues incluso era distinto al perturbador cielo del valle que había dejado atrás. En aquel tan solo había una creciente oscuridad, en la que llamas negras parecían danzar.
Y, además, había algo más. Aenyd no lo sabría definir, pero aquella sensación le producía un miedo que jamás había sentido. Como si fuese una niña enfrentándose a la furia de la tormenta más devastadora que se pudiese concebir.
Comenzaba a dejarse dominar por el pánico, cuando de repente una voz llenó su mente.
Aenyd.
Era algo como una voz, pero en su naturaleza se adivinaba algo imposible de definir. Era incapaz de comparar aquella voz con nada que hubiese sentido jamás.
La llenaba totalmente, y parecía horadarle el cráneo y reducir sus huesos a cenizas.
Has venido, Aenyd.
--¿Me jurarás eterna lealtad y me servirás en mi propósito?
Aenyd cayó de hinojos, mientras sentía incrementarse aquel temor reverencial.
--Lo, lo haré, Gran Señor, logró decir al fin,
Y entonces dijo las palabras que Nyd había dicho antes de marcharse.
--¿A qué estarías dispuesta con tal de servirme, Aenyd?
--¿A qué estarás dispuesta mientras en mis filas, incluso entre aquellos que más he colmado de gloria, se suscita la traición?
Aenyd sentía que la piedra comenzaba a arder, y un dolor sordo recorría todo su cuerpo.
--Estoy dispuesta a todo, Gran Señor.
--Entonces escucha mis órdenes. Pues tú serás la pieza que me hacía falta para demostrar a mis sirvientes que el poder está a su alcance si me sirven bien.
Y también serás un castigo para aquellos que me han decepcionado.
Desde ahora, me servirás únicamente a mí, y la gloria de reinar por siempre estará a tu alcance. Tu tarea será atraer a tantos como puedas a la causa de la sombra, y no fallar en aquello en lo que mis antiguos elegidos han fallado. Tú comprendes este mundo, y eres poderosa. Y tú encumbramiento le instará a no olvidar la recompensa que les aguarda si me son fieles.
Y entonces Aenyd comenzó a sentir un deleite como jamás en su vida.
Lágrimas de gozo escaparon de sus ojos, al tiempo que el deleite se juntaba con un dolor como jamás había sentido.
Sintió que era arrojada a aquel lago de roca fundida, y pudo percibir cada uno de sus huesos y músculos se deshacían. Se sentía extasiada y sentía que moriría. Y de repente, todo terminó.
--La voz habló de nuevo, y solo dijo unas palabras: Levántate y sírveme. Tu nuevo nombre ante mi será Indanai.
Ve al mundo, y comienza a servirme, Indanai.
Y después de ello, la voz quedó en silencio y una atemorizante quietud se apropió del lugar.
Tras aguardar unos segundos, Indanai se dispuso a salir de aquel lugar, nuevamente como alguien mucho más poderosa que antes.
Pensó en el nombre que le habían dado. El Gran Señor sin duda, tenía cierto sentido del humor, Pues Inda no era otra cosa sino niña, y Nai era un concepto utilizable tanto a una daga, como a la propia acción de apuñalar.
Tras pensarlo algunos momentos, decidió que aquel nombre le gustaba.
Y no obstante, seguiría siendo Aenyd. No olvidaría quien realmente era, pues cuando la sombra triunfara, pretendía traer de vuelta todo aquello que había perdido. Ahora verdaderamente, ella controlaba su destino.
Aenyd cruzó el acceso que abrió ni bien recuperó su control sobre el poder.
El acceso desapareció en un segundo, y Aenyd miró detenidamente a su alrededor.
No se explicaba cómo es que aquel myrddraal había sido capaz de impedir que encauzara.
Jamás había escuchado que algo así pudiese ocurrir y no le agradó en lo más mínimo.
Avanzó por el valle, cubierto de niebla, en donde sombras negras se apartaban a su paso, casi con temor.
Se preguntó la razón de aquella orden, pero algo le dijo que era mejor no contravenir lo dicho por Shaidar Haran.
Comenzó a subir por aquella pendiente y regresó al presente.
Aquel túnel la esperaba, como si fuese la hambrienta boca de una criatura legendaria.
Y Aenyd se decidió a entrar.
Estoy lista, se dijo de nuevo.
Al igual que antes, se encontró ante una nueva pendiente. No obstante, esta parecía descender e internarse en la negra montaña.
El túnel, de techo tan solo un poco más alto que Aenyd, parecía encogerse por momentos, mientras rocas afiladas que simulaban enormes dientes y colmillos se desprendían cada cierto tiempo, como si se dispusieran a engullirla.
El suelo, parecía extrañamente pulido como si fuese de unas extrañas baldosas tan negras como la roca de la montaña.
El frío, anteriormente mordiente, había sido remplazado lentamente por un sofocante calor.
Y en la lejanía, extrañas luces parecían aguardar a que llegara.
El túnel desembocó finalmente en una amplia repisa, en donde Aenyd vio un extraño lago de roca fundida.
Del lago, rojo moteado con negro, se alzaban altas llamas que se expandían y crecían, imponentes hacia el cielo.
O aquello que debería ser el cielo, pues incluso era distinto al perturbador cielo del valle que había dejado atrás. En aquel tan solo había una creciente oscuridad, en la que llamas negras parecían danzar.
Y, además, había algo más. Aenyd no lo sabría definir, pero aquella sensación le producía un miedo que jamás había sentido. Como si fuese una niña enfrentándose a la furia de la tormenta más devastadora que se pudiese concebir.
Comenzaba a dejarse dominar por el pánico, cuando de repente una voz llenó su mente.
Aenyd.
Era algo como una voz, pero en su naturaleza se adivinaba algo imposible de definir. Era incapaz de comparar aquella voz con nada que hubiese sentido jamás.
La llenaba totalmente, y parecía horadarle el cráneo y reducir sus huesos a cenizas.
Has venido, Aenyd.
--¿Me jurarás eterna lealtad y me servirás en mi propósito?
Aenyd cayó de hinojos, mientras sentía incrementarse aquel temor reverencial.
--Lo, lo haré, Gran Señor, logró decir al fin,
Y entonces dijo las palabras que Nyd había dicho antes de marcharse.
--¿A qué estarías dispuesta con tal de servirme, Aenyd?
--¿A qué estarás dispuesta mientras en mis filas, incluso entre aquellos que más he colmado de gloria, se suscita la traición?
Aenyd sentía que la piedra comenzaba a arder, y un dolor sordo recorría todo su cuerpo.
--Estoy dispuesta a todo, Gran Señor.
--Entonces escucha mis órdenes. Pues tú serás la pieza que me hacía falta para demostrar a mis sirvientes que el poder está a su alcance si me sirven bien.
Y también serás un castigo para aquellos que me han decepcionado.
Desde ahora, me servirás únicamente a mí, y la gloria de reinar por siempre estará a tu alcance. Tu tarea será atraer a tantos como puedas a la causa de la sombra, y no fallar en aquello en lo que mis antiguos elegidos han fallado. Tú comprendes este mundo, y eres poderosa. Y tú encumbramiento le instará a no olvidar la recompensa que les aguarda si me son fieles.
Y entonces Aenyd comenzó a sentir un deleite como jamás en su vida.
Lágrimas de gozo escaparon de sus ojos, al tiempo que el deleite se juntaba con un dolor como jamás había sentido.
Sintió que era arrojada a aquel lago de roca fundida, y pudo percibir cada uno de sus huesos y músculos se deshacían. Se sentía extasiada y sentía que moriría. Y de repente, todo terminó.
--La voz habló de nuevo, y solo dijo unas palabras: Levántate y sírveme. Tu nuevo nombre ante mi será Indanai.
Ve al mundo, y comienza a servirme, Indanai.
Y después de ello, la voz quedó en silencio y una atemorizante quietud se apropió del lugar.
Tras aguardar unos segundos, Indanai se dispuso a salir de aquel lugar, nuevamente como alguien mucho más poderosa que antes.
Pensó en el nombre que le habían dado. El Gran Señor sin duda, tenía cierto sentido del humor, Pues Inda no era otra cosa sino niña, y Nai era un concepto utilizable tanto a una daga, como a la propia acción de apuñalar.
Tras pensarlo algunos momentos, decidió que aquel nombre le gustaba.
Y no obstante, seguiría siendo Aenyd. No olvidaría quien realmente era, pues cuando la sombra triunfara, pretendía traer de vuelta todo aquello que había perdido. Ahora verdaderamente, ella controlaba su destino.