Nacido en Shol Arbela, desde pequeño tuve que aprender a cuidarme solo.
Parido en el seno de una familia de escasos recursos,
Mi madre murió al darme a luz, mi padre por otro lado tal vez de pena, o simplemente porque así lo era, se dedicó al alcohol. Retirado del ejército por una herida que le había dejado casi tullido, su único objetivo fue tener los peniques suficientes para poder comprar aquellos licores.
Mi hermana, que en su adolescencia me cuidaba, llegó al punto de a sus 15 años huir de la ciudad.
Nunca supimos donde, yo todavía tenía la tierna edad de 3 años, así entonces lo único que mi padre hacía por mi era darme lecciones de como sostener dos espadas de madera, una en cada mano como cualquier Arafelino.
Todo esto solo se daba cuando el alcohol dejaba su sangre, y los peniques de cobre no alcanzaban para seguir alimentando su vicio.
Durante unos dos años, fui aprendiendo su habilidad, su manera de blandir las espadas, como, cuando y en que momento golpear, que pose de lucha usar.
Para mi era un juego, y significaba que no debía salir a buscar monedas para comer o robar alguna fruta de los tenderetes, puesto que mi padre se ocupaba de mantenerme entretenido y a su vez, se ocupaba el de esas cuestiones. Siempre y cuando su sangre estuviera limpia de alcohol.
Años después y cuando el entrenamiento de las espadas de madera, había pasado a ser con espadas reales, fue que no lo volví a ver.
Una incursión trolloc en la ciudad y sus alrededores lo llevaron a tomar dos de las espadas que estaban sobre la chimenea en casa y salir a combatir.
El ejército pedía que todo hombre capaz de manejar las armas se aprestase, puesto que las hordas del oscuro estaban apunto de abatirse sobre la ciudad.
Al tomar las espadas me dijo mirándome con sus ojos verdes y brillantes...
—Caleb hijo mío.
No se si e de volver, pero si no lo hago vive. Sobrevive. —
—Busca a tu hermana y uniros, no quedes solo en el mundo. Pero por sobre todas las cosas, no seas como yo. —
—Te enseñé todo lo que se de las espadas, de nuestra danza con las mismas. Sigue perfeccionando tu habilidad, busca maestros y quien pueda seguir alimentando tu sed de conocimientos. —
—Por sobretodo hijo... Vive. —
Al contarles mi historia, al contarles sus últimas palabras, mis ojos idénticos a los suyos se humedecen. Esa fue la última vez que lo volví Haver, lo que me dijeron luego es que cayó abatido por flechas enemigas cuando derrotaba uno a uno los contrincantes que se le ponían por delante.
Desde ahí mi vida cambió, cada que pude seguí perfeccionando mi lucha con las dos armas, pero decidí que sobre viviría y buscaría a mi hermana, estuviera donde estuviera.
Unido a dos jóvenes más, comenzamos a recorrer las calzadas y así empezamos a ofrecer nuestros servicios, nuestra destreza con las armas. Por el momento solo nos contrataban granjeros y solo para que les cuidáramos cuando llevaban sus productos a la ciudad. Meses luego de realizar el mismo trabajo y juntando poco a poco monedas decidí separarme de mis compañeros y emprender mi camino solo. Me alejé en dirección sur, dejando atrás mi ciudad, aquella que me había visto nacer y crecer.
Me fui en dirección sur, a las grandes ciudades centrales, quería visitar TarValon, caemlyn y aquellas urbes donde pudiese conseguir datos de mi hermana y maestros en los cuales seguir perfeccionando mis habilidades.
A mis ya 18 años luego de Haver llegado a la ciudad de TarValon, los únicos maestros que se podía conseguir eran si, simplemente uno se unía a la torre blanca. A los tan mencionados cachorros de la torre blanca, o a la guardia de la ciudad.
No me gustaba recibir ordenes, siempre había sido un poco rebelde, pero en pos de mejorar sabía que debería agachar la cabeza y aprender todo lo que más pudiera, Como recordaba las palabras de mi padre, que buscase maestros que satisficieran mi sed de conocimientos, de aprender cada vez más.
No era un erudito ni mucho menos, aunque me gustaba leer, mi pasión era la danza con las espadas.
Me a listé en la guardia y así comenzó mi formación.
Día tras día entrenaba, aprendía lo grande de la ciudad, aprendía de sus callejones, de sus entresijos con la gente.
Pero tenía un problema. Sus maestros no satisfacían mis ansias de aprender, mucho menos luego de Haver visto a los Gaidines entrenando en los patios de la torre blanca.
Hasta el momento no se me cruzaba el hecho de poder ingresar a los cachorros, y en algún momento cuidar una sedai, yo solo cuidaba alguien si venía acompañado de algunas monedas. Muchos me podrían llamar mercenario. ¿Pero yo?
Yo sabía que simplemente seguía el consejo de mi padre, vive, pero por sobre todo, sobre vive.
La verdad pasé noches en vela sopesando todas las situaciones, no conseguía datos de mi hermana, no podía tener siquiera una pista de aquella joven que había sido mi madre, además de hermana.
Noches y noches pensé, maquiné y le di vueltas, hasta que llegué a la conclusión, de que ingresar a los cachorros no solo me daría la posibilidad de mejorar más aún mis habilidades, si no que también poco a poco, consiguiendo favores, haciendo algunos podría en algún momento llegar a conseguir alguna información de ella.
Esa misma mañana alisté mis dos espadas, las colgué en mi cinto y partí de los barracones de la ciudad a la torre blanca.
Llegué cuando la torre abría a los visitantes, y así mezclándome entre los mismos me acerqué al patio donde antes les había visto entrenar. Aquel patio se encontraba lleno de muchachas observando el entrenamiento matutino de los cachorros. Sin bacilar me abrí camino con delicadeza entre las mismas y pude acercarme a el maestro de aquellos, esperando el momento indicado le hice saber de mi presencia. Pero antes de que siquiera terminase de abrir mi boca, aquel maestro se giró y me miró con sus ojos fríos.
— ¿Que hace un norteño por aquí?—
—Arafelino además. —
Cuéntame niño —— ¿Que es lo que te trae a la torre?—
Intenté sostenerle la mirada, pero esos ojos parecían vacíos, carentes de emociones y duros como la roca más firme.
Bajando mis ojos a sus botas le respondí.
—Maestro no quisiera interrumpir sus entrenamientos, pero en pocas palabras...
Quiero formar parte de sus cachorros. Quiero unirme, creo no es momento de contaros mi historia puesto que no estamos en el lugar indicado. Pero solo quiero hacerle saber que soy un buen aprendiz, paciente y perseverante. —
Luego de mis palabras no volvió hablar, solo me hizo un gesto de que me adelantase.
Observándome con intensidad de los pies a la cabeza, se fijó en todos los detalles habidos y por Haver, así tiempo después me lo hizo saber.
Luego de realizar las inspecciones que el creyó correspondientes, me espetó con voz fría y sibilante...
—Veremos de que estás hecho pequeño norteño. —
—En primer lugar quiero que te quites esas armas y las dejes allí.
Señalándome un arcón que se encontraba en el lugar.
—Lo segundo es que te unas a la fila de aquellos cachorros, así veré de que pasta estás hecho. El que seas norteño no me dice nada. Aquí deberás mostrarme si realmente sirves, o serás uno más del montón que terminará en la guardia de la ciudad.
Siguiendo sus instrucciones me puse al final de la fila de jóvenes, que como yo estaban prestos a demostrar sus condiciones.
ASí llegué a donde estoy hoy, luego de pasar esa extenuante prueba realizada es que me encuentro escribiendo en estos pergaminos mi vida, mis momentos y mi historia.
E encontrado un buen lugar donde aprender, donde mejorar. No se si algún día llegaré a cuidar una sedai o cuando me aburra o mi rebeldía florezca me iré de este lugar. Lo que si tenía seguro es que aprovecharía cada instante de aprendizaje y que emprendería desde aquí la búsqueda de mi hermana.
Esto lo escribo para en algún momento poder mostrarle a ella, lo que pasé, lo que viví por buscarla. Si, cierto es que mi vida estuvo y estará primero, hoy escribiendo estas líneas dejo plasmado mi cariño a ella y mis deseos de encontrarla.
Historia Kaleb y llegada a la torre blanca
-
- Mensajes: 9
- Registrado: 20 Ene 2021, 15:53