El Ascenso
El Ascenso
Este será el hilo en el que relato la conversión de Aenyd en elegida.
Espero que quien lo lea lo encuentre un poco entretenido.
Participantes: Aenyd, y alguna aparición ocasional de Nyd, que fue su reclutadora.
Aquí vamos:
Frente a ella se extendía un camino hacia arriba, a través de la ladera de una montaña.
La montaña era rocosa, de piedra negra, y horadada por múltiples agujeros, algunos tan pequeños como un puño, mientras que otros eran grandes grietas capaces de desaparecer a varias personas a la vez. De todos ellos salía de manera ininterrumpida un extraño vapor que se extendía por el valle que había quedado atrás.
Las lóbregas y antinaturales luces que la habían acompañado en su camino no lograban atenuar la profunda oscuridad en la que tanto la montaña como el valle se encontraban de manera perpetua.
Arriba, las nubes se movían, agitadas y negras como si fuesen un mar de oscuridad que se hubiera instalado en el cielo.
Los rayos chocaban contra las nubes, impactándolas desde abajo, y con el constante y lento retumbar de truenos acompañándolos.
A su espalda, quedaban las extrañas forjas de piedra gris, junto al negro reguero de agua que parecía escurrir desde arriba de la montaña.
Pese al constante vapor que envolvía todo, el frío era mordiente, y el ambiente más seco que el propio yermo de aiel.
Tras dedicarle una última mirada a su inhóspito entorno, comenzó a subir por la ladera con sus pensamientos como única compañía.
Al final, se encontró ante una estrecha entrada, que bien podría ser uno de aquellos conductos por los que salía vapor. Era un espacio lo suficientemente amplio para que cupiesen dos personas a la vez, y antes de comenzar por el camino que se extendía, esta vez hacia abajo por lo que parecía un túnel, se permitió rememorar lo ocurrido por un momento.
Aenyd se encontraba en un pequeño bosquecillo, situado junto a una calzada.
Esta vez habían sido tres, se dijo así misma mientras recuperaba tres dagas que se habían clavado, certeras en un cuerpo cada una.
Los de aquella ocasión, sin embargo, no habían sido mayor problema que los dos anteriores, ni los que habían venido antes de ellos.
Desde hace algunas semanas Aenyd se había encontrado con distintos individuos que la seguían, y que pretendían vigilarla con la completa confianza de que ella no se había dado cuenta. Y, sin embargo, desde que se aseguró que su presencia allí no era una coincidencia, Aenyd los había sorprendido, terminando con sus vidas sin darles oportunidad a hacer cualquier movimiento.
No por primera vez, se preguntó si debería someterlos a interrogatorio. Y nuevamente, se encontró descartando esta posibilidad. las razones por las que pudieran estarla siguiendo no era de su interés, últimamente no tenía muy claro que era de su interés. En su mente quedaba poco espacio para otra cosa que no fuese lo que la atormentaba casi desde el instante en el que salió, como un nuevo ser, de aquella torre. Pero no quería pensar en ello, el momento no había llegado. Pero llegaría, a buen seguro lo haría.
Espero que quien lo lea lo encuentre un poco entretenido.
Participantes: Aenyd, y alguna aparición ocasional de Nyd, que fue su reclutadora.
Aquí vamos:
Frente a ella se extendía un camino hacia arriba, a través de la ladera de una montaña.
La montaña era rocosa, de piedra negra, y horadada por múltiples agujeros, algunos tan pequeños como un puño, mientras que otros eran grandes grietas capaces de desaparecer a varias personas a la vez. De todos ellos salía de manera ininterrumpida un extraño vapor que se extendía por el valle que había quedado atrás.
Las lóbregas y antinaturales luces que la habían acompañado en su camino no lograban atenuar la profunda oscuridad en la que tanto la montaña como el valle se encontraban de manera perpetua.
Arriba, las nubes se movían, agitadas y negras como si fuesen un mar de oscuridad que se hubiera instalado en el cielo.
Los rayos chocaban contra las nubes, impactándolas desde abajo, y con el constante y lento retumbar de truenos acompañándolos.
A su espalda, quedaban las extrañas forjas de piedra gris, junto al negro reguero de agua que parecía escurrir desde arriba de la montaña.
Pese al constante vapor que envolvía todo, el frío era mordiente, y el ambiente más seco que el propio yermo de aiel.
Tras dedicarle una última mirada a su inhóspito entorno, comenzó a subir por la ladera con sus pensamientos como única compañía.
Al final, se encontró ante una estrecha entrada, que bien podría ser uno de aquellos conductos por los que salía vapor. Era un espacio lo suficientemente amplio para que cupiesen dos personas a la vez, y antes de comenzar por el camino que se extendía, esta vez hacia abajo por lo que parecía un túnel, se permitió rememorar lo ocurrido por un momento.
Aenyd se encontraba en un pequeño bosquecillo, situado junto a una calzada.
Esta vez habían sido tres, se dijo así misma mientras recuperaba tres dagas que se habían clavado, certeras en un cuerpo cada una.
Los de aquella ocasión, sin embargo, no habían sido mayor problema que los dos anteriores, ni los que habían venido antes de ellos.
Desde hace algunas semanas Aenyd se había encontrado con distintos individuos que la seguían, y que pretendían vigilarla con la completa confianza de que ella no se había dado cuenta. Y, sin embargo, desde que se aseguró que su presencia allí no era una coincidencia, Aenyd los había sorprendido, terminando con sus vidas sin darles oportunidad a hacer cualquier movimiento.
No por primera vez, se preguntó si debería someterlos a interrogatorio. Y nuevamente, se encontró descartando esta posibilidad. las razones por las que pudieran estarla siguiendo no era de su interés, últimamente no tenía muy claro que era de su interés. En su mente quedaba poco espacio para otra cosa que no fuese lo que la atormentaba casi desde el instante en el que salió, como un nuevo ser, de aquella torre. Pero no quería pensar en ello, el momento no había llegado. Pero llegaría, a buen seguro lo haría.
Re: El Ascenso
Segunda parte
Estaba en sus aposentos esta vez dentro de las instalaciones del gremio. Visoreina aún no había regresado, por lo que sus planes en los que se implicaban los hijos de la luz aún no habían concluído. Sin embargo, había más cosas por hacer, y Aenyd últimamente no lograba dormir del todo bien.
Se preguntó, no por vez primera, si su experiencia en lo que ahora sabía que se llamaba el Sindhol, la habría afectado más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Pero no, no era solo aquello lo que la mantenía en vilo por las noches, ni siquiera eran aquellos extraños sueños.
se cuestionó, casi con diversión, si es que en realidad seguía siendo la misma. Por alguna razón se sentía un tanto vacía. Aquellos recuerdos en los que había sido feliz escapaban de su memoria. Tan solo sabía que lo había sido, pero no recordaba cómo. En su lugar solo había un profundo vacío y la completa certeza de que aquellos tiempos habían quedado atrás.
Recordaba a su madre, y lo que esta había hecho por ella. Pero no era suficiente, porque aquello le negaba lo que ella más hubiese querido recordar. Los tiempos de absoluta tranquilidad, en los que lo más importante era únicamente, ser feliz. Aquellos tiempos en los que no había descubierto aquella parte sombría del mundo, la tranquilidad de la ya perdida infancia, la calidez del hogar, de aquella vida con su madre. ¿Realmente había existido? O solo era una sensación más implantada por los elfinios. Aenyd no lo sabía, y el no saber algo siempre la había incomodado.
Por si fuese poco, estaba aquello que la atormentaba de verdad. Aquello que, por alguna razón, no había perdido. Nuevamente otra interrogante acudió a su pensamiento. ¿A caso los elfinios habían dejado únicamente los recuerdos que la volvían casi loca de intranquilidad?
Y, sin embargo, ante aquella cuestión, lo prefería así. Su orgullo y vanidad se habían mantenido después de su milagrosa restauración, su incomparable pérdida y su transformación en aquello que era ahora. Sin embargo, también estaba intacta aquella gran e insalvable grieta en él. Aenyd sabía que jamás estaría tranquila mientras en sus sueños continuara reviviendo la sensación de verse casi destruida, quebrada y con el único deseo de morir. Aquel ser al que se había enfrentado aún continuaba con vida, en algún lugar, y Aenyd supuso que probablemente pensaba que la habría matado. Nadie hubiese sobrevivido sin ayuda, y Aenyd, sin embargo, había tenido dicha ayuda.
Y ahora soy distinta. pensó. --
¡Soy Aenyd! ¡Controlo mi destino! dijo esto en voz muy alta, como queriéndolo dejar claro a las paredes que la rodeaban. pero algo no estaba bien. Algo no encajaba, y durante la noche esta sensación siempre se acrecentaba.
Estaba en sus aposentos esta vez dentro de las instalaciones del gremio. Visoreina aún no había regresado, por lo que sus planes en los que se implicaban los hijos de la luz aún no habían concluído. Sin embargo, había más cosas por hacer, y Aenyd últimamente no lograba dormir del todo bien.
Se preguntó, no por vez primera, si su experiencia en lo que ahora sabía que se llamaba el Sindhol, la habría afectado más de lo que estaba dispuesta a reconocer.
Pero no, no era solo aquello lo que la mantenía en vilo por las noches, ni siquiera eran aquellos extraños sueños.
se cuestionó, casi con diversión, si es que en realidad seguía siendo la misma. Por alguna razón se sentía un tanto vacía. Aquellos recuerdos en los que había sido feliz escapaban de su memoria. Tan solo sabía que lo había sido, pero no recordaba cómo. En su lugar solo había un profundo vacío y la completa certeza de que aquellos tiempos habían quedado atrás.
Recordaba a su madre, y lo que esta había hecho por ella. Pero no era suficiente, porque aquello le negaba lo que ella más hubiese querido recordar. Los tiempos de absoluta tranquilidad, en los que lo más importante era únicamente, ser feliz. Aquellos tiempos en los que no había descubierto aquella parte sombría del mundo, la tranquilidad de la ya perdida infancia, la calidez del hogar, de aquella vida con su madre. ¿Realmente había existido? O solo era una sensación más implantada por los elfinios. Aenyd no lo sabía, y el no saber algo siempre la había incomodado.
Por si fuese poco, estaba aquello que la atormentaba de verdad. Aquello que, por alguna razón, no había perdido. Nuevamente otra interrogante acudió a su pensamiento. ¿A caso los elfinios habían dejado únicamente los recuerdos que la volvían casi loca de intranquilidad?
Y, sin embargo, ante aquella cuestión, lo prefería así. Su orgullo y vanidad se habían mantenido después de su milagrosa restauración, su incomparable pérdida y su transformación en aquello que era ahora. Sin embargo, también estaba intacta aquella gran e insalvable grieta en él. Aenyd sabía que jamás estaría tranquila mientras en sus sueños continuara reviviendo la sensación de verse casi destruida, quebrada y con el único deseo de morir. Aquel ser al que se había enfrentado aún continuaba con vida, en algún lugar, y Aenyd supuso que probablemente pensaba que la habría matado. Nadie hubiese sobrevivido sin ayuda, y Aenyd, sin embargo, había tenido dicha ayuda.
Y ahora soy distinta. pensó. --
¡Soy Aenyd! ¡Controlo mi destino! dijo esto en voz muy alta, como queriéndolo dejar claro a las paredes que la rodeaban. pero algo no estaba bien. Algo no encajaba, y durante la noche esta sensación siempre se acrecentaba.
Re: El Ascenso
Tercera parte
Se había quedado dormida. En su sueño, una profunda niebla la rodeaba y le impedía ver más allá de unos centímetros. Sentía que la niebla la absorbía, la cubría y la llenaba. Como si la oscuridad fuese aquello que ella buscaba.
Sin embargo, dicha sensación terminó abruptamente, acompañada de un sobresalto. Se hallaba en su cama, en una habitación totalmente oscura en la que no había sonido alguno.
¿Qué la había despertado, entonces?
Abrazó el saidar de manera instintiva, regocijándose de inmediato con la dulce sensación del poder colmándola.
Cuando lo hacía, todo lo que había perdido en aquella torre podía ser olvidado por un momento. Su recompensa había sido el secreto del poder latente en su interior, y la capacidad para dominarlo completamente. Aenyd se maravillaba cada vez que hacía algo con el poder. Y, sin embargo, evitaba tanto como podía el utilizarlo para algo más que no fuese absolutamente necesario. En las misiones que había hecho tras su regreso, jamás lo había pensado siquiera en usar. No había nada que lo ameritara.
Entonces... ¿Por qué lo había abrazado instintivamente esta vez?
El saidar amplificaba sus sentidos al grado de que nada escapaba a sus ojos. Aún en mitad de la noche, los más insignificantes detalles le eran revelados. Cuando abrazaba el poder, todos sus sentidos eran amplificados. Cuando controlaba el poder, nada escaparía de ella.
Vio un borrón moverse y reaccionó al instante. En el lugar en el que había estado antes Aenyd, se clavó una negra y delgada daga. Pero Aenyd había reaccionado a tiempo.
¿Allí! El pensamiento acudió a su mente mientras sus ojos se fijaban en una negra figura que se preparaba para lanzarle otra daga.
Aenyd, con tranquilidad, la evitó mientras encauzaba, y cortaba con una fina cuchilla de aire la mitad superior de aquella sombra. Al mismo tiempo, una prisión de aire cubría a la figura y evitaba que la sangre tocara el suelo. Aenyd odiaría ver manchada de sangre su habitación.
Antes de que se diera cuenta, Aenyd encauzaba aire y fuego y reducía lo que ya no era más que un cadáver seccionado a cenizas.
Se había precipitado, ahora no lo podría registrar.
Sin embargo, ni bien tuvo este pensamiento, lo descartó, pues ahora sabía quién estaba intentando asesinarla.
¿Por qué ahora los sirvientes de la sombra querían cobrar su vida? esto era evidente, pues nadie más que los amigos siniestros utilizarían a los sin alma, también conocidos como hombres grises.
¿Sería aquel hombre que la había curado para prolongar su sufrimiento? O quizá el otro ser con el que se había enfrentado. ¿Sabían entonces que estaba viva, y del cambio que se había operado en ella?
Siguió barajando dichos pensamientos mientras salía de su habitación y se disponía a ver si había habido alguna víctima. Aquello de verdad la molestaría, pues apreciaba en mayor o menor medida, a cada miembro del gremio. Era después de todo, el lugar en el que se había sentido más tranquila. Sí, le molestaría mucho.
Se había quedado dormida. En su sueño, una profunda niebla la rodeaba y le impedía ver más allá de unos centímetros. Sentía que la niebla la absorbía, la cubría y la llenaba. Como si la oscuridad fuese aquello que ella buscaba.
Sin embargo, dicha sensación terminó abruptamente, acompañada de un sobresalto. Se hallaba en su cama, en una habitación totalmente oscura en la que no había sonido alguno.
¿Qué la había despertado, entonces?
Abrazó el saidar de manera instintiva, regocijándose de inmediato con la dulce sensación del poder colmándola.
Cuando lo hacía, todo lo que había perdido en aquella torre podía ser olvidado por un momento. Su recompensa había sido el secreto del poder latente en su interior, y la capacidad para dominarlo completamente. Aenyd se maravillaba cada vez que hacía algo con el poder. Y, sin embargo, evitaba tanto como podía el utilizarlo para algo más que no fuese absolutamente necesario. En las misiones que había hecho tras su regreso, jamás lo había pensado siquiera en usar. No había nada que lo ameritara.
Entonces... ¿Por qué lo había abrazado instintivamente esta vez?
El saidar amplificaba sus sentidos al grado de que nada escapaba a sus ojos. Aún en mitad de la noche, los más insignificantes detalles le eran revelados. Cuando abrazaba el poder, todos sus sentidos eran amplificados. Cuando controlaba el poder, nada escaparía de ella.
Vio un borrón moverse y reaccionó al instante. En el lugar en el que había estado antes Aenyd, se clavó una negra y delgada daga. Pero Aenyd había reaccionado a tiempo.
¿Allí! El pensamiento acudió a su mente mientras sus ojos se fijaban en una negra figura que se preparaba para lanzarle otra daga.
Aenyd, con tranquilidad, la evitó mientras encauzaba, y cortaba con una fina cuchilla de aire la mitad superior de aquella sombra. Al mismo tiempo, una prisión de aire cubría a la figura y evitaba que la sangre tocara el suelo. Aenyd odiaría ver manchada de sangre su habitación.
Antes de que se diera cuenta, Aenyd encauzaba aire y fuego y reducía lo que ya no era más que un cadáver seccionado a cenizas.
Se había precipitado, ahora no lo podría registrar.
Sin embargo, ni bien tuvo este pensamiento, lo descartó, pues ahora sabía quién estaba intentando asesinarla.
¿Por qué ahora los sirvientes de la sombra querían cobrar su vida? esto era evidente, pues nadie más que los amigos siniestros utilizarían a los sin alma, también conocidos como hombres grises.
¿Sería aquel hombre que la había curado para prolongar su sufrimiento? O quizá el otro ser con el que se había enfrentado. ¿Sabían entonces que estaba viva, y del cambio que se había operado en ella?
Siguió barajando dichos pensamientos mientras salía de su habitación y se disponía a ver si había habido alguna víctima. Aquello de verdad la molestaría, pues apreciaba en mayor o menor medida, a cada miembro del gremio. Era después de todo, el lugar en el que se había sentido más tranquila. Sí, le molestaría mucho.
Re: El Ascenso
Cuarta parte
Habían pasado dos días desde el ataque del sin alma, y Aenyd se encontraba nuevamente en su habitación.
Como aquella vez, era de noche, y la oscuridad reinaba.
Aenyd no había encontrado a ningún herido ni nada extraño que sugiriera que un hombre gris se había infiltrado en las instalaciones del gremio. Aquello no la preocupaba en sí, pero le molestaba pensar que probablemente no cesarían en sus intentos.
Tendría que hacer algo al respecto, comenzaría a fraguar planes ni bien amaneciera.
Tras encauzar y poner salvaguardas (No se confiaría tanto de ahora en adelante) finalmente se quedó dormida.
Se encontraba al comienzo de un pasillo que se perdía en las sombras.
Aenyd avanzó, mientras escuchaba el lejano sonido de una corriente, como si un río se encontrara en los alrededores.
Caminó, mientras una sensación de inquietud la invadía.
Recorrió aquel pasillo hasta que una puerta oscura apareció ante ella.
Y, pese a su inquietud, se decidió a abrirla.
Al traspasar el umbral dio a una estancia construida de extraña manera. Los ángulos y curvaturas del recinto, construido en piedra negra con betas cobrizas, parecían haber crecido de la misma piedra, de manera errática, dando forma a extrañas columnas que se prolongaban hacia el techo. Una de las paredes de la habitación estaba abierta en un arco que daba paso a lo que parecía el exterior, en donde vio un sobrecogedor cielo imposible de concebir.
Nubes surcadas por líneas que parecían quebrarlas se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
Las nubes, de color negro, rojo y gris, parecían agitarse y quebrarse en formas imposibles, deshilvanándose para posteriormente juntarse de nuevo. Había algo que la mantuvo mirando aquella extraña visión por unos momentos.
Aenyd dio un respingo, un tanto alarmada, pues solo una vez había visto que un lugar pareciera totalmente ajeno a la realidad.
Miró de nuevo a su alrededor, y contempló una chimenea al fondo de la estancia. En ella, unas crepitantes llamas ardían, arrojando sombras por la habitación. Las sombras bailoteaban, menguaban y crecían, adoptando extrañas figuras de personas retorcidas, deformes. El crepitar de las llamas comenzó a sonar como extraños quejidos y profundos lamentos.
Dirigió su vista hacia la anodina mesa que se encontraba frente al fuego. Era de madera pulida, y en el centro había algo escrito en letras rojo escarlata.
Aenyd leyó: "Mis ojos te observan, donde sea que vayas. Y en tu desconcierto te has librado de aquellos enviados para traerte a mis manos. El tiempo apremia, y no puedo permitir que escapes, sea tu voluntad o no, por lo que esta vez no fallaré. Esta vez, te traerá a mi alguien distinto. Resistirse es imposible, pues hay quien podría intentar acabar con tu vida antes de que te des cuenta".
Terminó de leer, extrañada, y se decidió a salir de allí.
Aenyd abrazó el saidar, y fue como si algo tirara de ella hacia la oscuridad, desvaneciendo la estancia en la que se encontraba. Tras algunos momentos, despertó sobresaltada.
Y en su mente había únicamente algo claro. Aquel mensaje.
Habían pasado dos días desde el ataque del sin alma, y Aenyd se encontraba nuevamente en su habitación.
Como aquella vez, era de noche, y la oscuridad reinaba.
Aenyd no había encontrado a ningún herido ni nada extraño que sugiriera que un hombre gris se había infiltrado en las instalaciones del gremio. Aquello no la preocupaba en sí, pero le molestaba pensar que probablemente no cesarían en sus intentos.
Tendría que hacer algo al respecto, comenzaría a fraguar planes ni bien amaneciera.
Tras encauzar y poner salvaguardas (No se confiaría tanto de ahora en adelante) finalmente se quedó dormida.
Se encontraba al comienzo de un pasillo que se perdía en las sombras.
Aenyd avanzó, mientras escuchaba el lejano sonido de una corriente, como si un río se encontrara en los alrededores.
Caminó, mientras una sensación de inquietud la invadía.
Recorrió aquel pasillo hasta que una puerta oscura apareció ante ella.
Y, pese a su inquietud, se decidió a abrirla.
Al traspasar el umbral dio a una estancia construida de extraña manera. Los ángulos y curvaturas del recinto, construido en piedra negra con betas cobrizas, parecían haber crecido de la misma piedra, de manera errática, dando forma a extrañas columnas que se prolongaban hacia el techo. Una de las paredes de la habitación estaba abierta en un arco que daba paso a lo que parecía el exterior, en donde vio un sobrecogedor cielo imposible de concebir.
Nubes surcadas por líneas que parecían quebrarlas se extendían hasta donde alcanzaba la vista.
Las nubes, de color negro, rojo y gris, parecían agitarse y quebrarse en formas imposibles, deshilvanándose para posteriormente juntarse de nuevo. Había algo que la mantuvo mirando aquella extraña visión por unos momentos.
Aenyd dio un respingo, un tanto alarmada, pues solo una vez había visto que un lugar pareciera totalmente ajeno a la realidad.
Miró de nuevo a su alrededor, y contempló una chimenea al fondo de la estancia. En ella, unas crepitantes llamas ardían, arrojando sombras por la habitación. Las sombras bailoteaban, menguaban y crecían, adoptando extrañas figuras de personas retorcidas, deformes. El crepitar de las llamas comenzó a sonar como extraños quejidos y profundos lamentos.
Dirigió su vista hacia la anodina mesa que se encontraba frente al fuego. Era de madera pulida, y en el centro había algo escrito en letras rojo escarlata.
Aenyd leyó: "Mis ojos te observan, donde sea que vayas. Y en tu desconcierto te has librado de aquellos enviados para traerte a mis manos. El tiempo apremia, y no puedo permitir que escapes, sea tu voluntad o no, por lo que esta vez no fallaré. Esta vez, te traerá a mi alguien distinto. Resistirse es imposible, pues hay quien podría intentar acabar con tu vida antes de que te des cuenta".
Terminó de leer, extrañada, y se decidió a salir de allí.
Aenyd abrazó el saidar, y fue como si algo tirara de ella hacia la oscuridad, desvaneciendo la estancia en la que se encontraba. Tras algunos momentos, despertó sobresaltada.
Y en su mente había únicamente algo claro. Aquel mensaje.
Re: El Ascenso
Quinta parte
Aenyd se sentía tensa. Sentía que nuevamente, había sucesos que desconocía y ante los que su falta de información la ponían en una seria desventaja. Se sentía observada, y suponía que había razones que se escapaban a su conocimiento. Ella había odiado siempre estar a disposición de las circunstancias, y no le gustaban las sorpresas desagradables.
Aquel mensaje que se había grabado en su mente se había repetido por dos noches más tras la primera, y Aenyd se sentía ahora en guardia. Si la sombra la buscaba, y ya habían enviado a sus esbirros a seguirla, e incluso a los sin alma, no cabía duda de que lo próximo que enviarían sería algo más peligroso.
Y ante esta posibilidad, Aenyd comenzó a relajarse. No se tomaba a los servidores del Oscuro a broma, pues durante su vida había llegado a trabajar para ellos. En el camino, también había matado algunos cuantos, y, pese a su grave derrota, se había enfrentado a uno de los servidores más destacados de la sombra. Y por si fuese poco, ya no era la misma. Siempre había pensado de forma que pudiese obtener el más mínimo beneficio de su posición, bajo la evidente premisa de que el conocimiento es poder y el poder te permite existir conforme a tus intereses. Y ahora tenía mucho más poder que antes.
¿Sabrían entonces, que ahora podía esgrimir el poder único sin las ataduras propias de una Aes sedai, y sin la inexperiencia de quien apenas lo conoce?
¿Sabrían que ahora no solo era una hábil y taimada asesina, sino que contenía el conocimiento de los Ayiad?
Los Ayiad, que aún después del desmembramiento habían logrado mantener gran parte del conocimiento existente en cuanto al poder único. Los ayiad, que habían vivido de forma inalterada aún tras la guerra de los trollocs, y en donde no había tenido lugar ninguna pugna interna.
Aenyd continuó reflexionando aquellos hechos y cuestionándose aquellas interrogantes mientras caminaba por unos bellos jardines. los últimos rayos de sol comenzaban a teñir el cielo de un tono broncíneo, y Aenyd se maravilló con ello. Agradecía no haber perdido la capacidad de apreciar la belleza en todo aquello que la rodeara, y se encontró serenándose al fin de sus preocupaciones.
Cuando regresó a sus aposentos, no obstante, se encontró otra sorpresa.
Se hallaba nuevamente contemplándose ante su ornamentado espejo, pues seguía sin creer el milagro de su curación, cuando notó que había un pequeño trozo de papel adherido en una de las esquinas.
Encauzando, lo tomó con un flujo de aire y lo desdobló.
En el papel solo había unas pocas palabras escritas.
Aenyd las leyó, y otra interrogante se formó en su mente.
Aenyd se sentía tensa. Sentía que nuevamente, había sucesos que desconocía y ante los que su falta de información la ponían en una seria desventaja. Se sentía observada, y suponía que había razones que se escapaban a su conocimiento. Ella había odiado siempre estar a disposición de las circunstancias, y no le gustaban las sorpresas desagradables.
Aquel mensaje que se había grabado en su mente se había repetido por dos noches más tras la primera, y Aenyd se sentía ahora en guardia. Si la sombra la buscaba, y ya habían enviado a sus esbirros a seguirla, e incluso a los sin alma, no cabía duda de que lo próximo que enviarían sería algo más peligroso.
Y ante esta posibilidad, Aenyd comenzó a relajarse. No se tomaba a los servidores del Oscuro a broma, pues durante su vida había llegado a trabajar para ellos. En el camino, también había matado algunos cuantos, y, pese a su grave derrota, se había enfrentado a uno de los servidores más destacados de la sombra. Y por si fuese poco, ya no era la misma. Siempre había pensado de forma que pudiese obtener el más mínimo beneficio de su posición, bajo la evidente premisa de que el conocimiento es poder y el poder te permite existir conforme a tus intereses. Y ahora tenía mucho más poder que antes.
¿Sabrían entonces, que ahora podía esgrimir el poder único sin las ataduras propias de una Aes sedai, y sin la inexperiencia de quien apenas lo conoce?
¿Sabrían que ahora no solo era una hábil y taimada asesina, sino que contenía el conocimiento de los Ayiad?
Los Ayiad, que aún después del desmembramiento habían logrado mantener gran parte del conocimiento existente en cuanto al poder único. Los ayiad, que habían vivido de forma inalterada aún tras la guerra de los trollocs, y en donde no había tenido lugar ninguna pugna interna.
Aenyd continuó reflexionando aquellos hechos y cuestionándose aquellas interrogantes mientras caminaba por unos bellos jardines. los últimos rayos de sol comenzaban a teñir el cielo de un tono broncíneo, y Aenyd se maravilló con ello. Agradecía no haber perdido la capacidad de apreciar la belleza en todo aquello que la rodeara, y se encontró serenándose al fin de sus preocupaciones.
Cuando regresó a sus aposentos, no obstante, se encontró otra sorpresa.
Se hallaba nuevamente contemplándose ante su ornamentado espejo, pues seguía sin creer el milagro de su curación, cuando notó que había un pequeño trozo de papel adherido en una de las esquinas.
Encauzando, lo tomó con un flujo de aire y lo desdobló.
En el papel solo había unas pocas palabras escritas.
Aenyd las leyó, y otra interrogante se formó en su mente.
Re: El Ascenso
Sexta parte
La mañana, en las cercanías de mayene era fresca y llena de bruma. Aenyd se hallaba de pie en un balcón con vistas al mar, y contemplaba las rompientes olas con deleite, buscando poner en orden sus pensamientos.
Estaba decidida a saber qué era aquello que quería la sombra de ella, y decidida también, a evitar que la sorprendieran. Si había de meterse de lleno en una trampa, lo haría confiada plenamente en su habilidad.
Además, tenía un último recurso que podía utilizar si las cosas se pusieran difíciles.
Se giró y entró en su habitación, dispuesta a acudir a aquella trampa.
Sin embargo, antes de ello, abrió una pequeña trampilla disimulada perfectamente bajo una de las baldosas del piso, y a continuación abrazó el saidar.
Inmediatamente, una resplandeciente línea comenzó a extenderse a lo ancho de la habitación, hasta formar un brillante acceso que cruzó sin tardanza.
Se halló en la cima de un promontorio, en algún punto situado entre una de las más alejadas islas de los marinos.
Más allá, desde la altura en la que se encontraba, podía ver los manglares que había en las proximidades del mar.
Una variopinta cantidad de aves de vistoso plumaje se elevaba en aquella zona de tanto en tanto con una presa bien sujeta en el pico.
parecía ser una de las islas deshabitadas, y supuso que, por ello, había sido también que la habían conducido hasta allí.
pero estaba lista, y si pretendían hacer cualquier movimiento contra ella se llevarían una gran sorpresa si es que les quedaba el más mínimo resquicio de tiempo para ello.
Aenyd recordó las palabras escritas en aquel papel: "En la parte suroriental del archipiélago de Tremalking, existe una isla con algunas montañas de cierta altura. Nos reuniremos en la misma, mañana a medio día. Y entonces sabrás lo que te aguarda.
Las palabras, con cierto tono amenazante, no decían a Aenyd absolutamente nada. Y, sin embargo, allí estaba.
Se tranquilizó, sintiendo el peso de aquello que había recuperado de la trampilla antes de salir y, tras unos segundos, se dijo así misma que no tenía nada que temer.
Esperó durante algunos minutos, pues había decidido arribar al lugar con algo de tiempo a favor para estar más consciente de su entorno.
Y de repente, ocurrió.
Tal y como había pasado unos segundos antes en su habitación, una línea brillante comenzó a extenderse, haciendo que el suelo relumbrara por algunos segundos. la línea se convirtió en un acceso que, tras rotar y formarse completamente, dejó ver lo que parecía el suntuoso camarote de un barco.
De allí, dando un paso, una figura difuminada con el poder avanzó y cruzó el acceso, encarándose a Aenyd.
Aenyd abrazaba el saidar, y estaba lista para el ataque.
Y, sin embargo, tal ataque no llegó a ocurrir.
La figura mutó, y dejó ver su verdadera apariencia.
Frente a Aenyd había una mujer joven, de estatura similar a ella, y con un largo cabello negro y unos ojos del mismo color.
Aenyd esta vez, verdaderamente quedó perpleja, y quizá un tanto preocupada. Aquella mujer era Nyd.
La mañana, en las cercanías de mayene era fresca y llena de bruma. Aenyd se hallaba de pie en un balcón con vistas al mar, y contemplaba las rompientes olas con deleite, buscando poner en orden sus pensamientos.
Estaba decidida a saber qué era aquello que quería la sombra de ella, y decidida también, a evitar que la sorprendieran. Si había de meterse de lleno en una trampa, lo haría confiada plenamente en su habilidad.
Además, tenía un último recurso que podía utilizar si las cosas se pusieran difíciles.
Se giró y entró en su habitación, dispuesta a acudir a aquella trampa.
Sin embargo, antes de ello, abrió una pequeña trampilla disimulada perfectamente bajo una de las baldosas del piso, y a continuación abrazó el saidar.
Inmediatamente, una resplandeciente línea comenzó a extenderse a lo ancho de la habitación, hasta formar un brillante acceso que cruzó sin tardanza.
Se halló en la cima de un promontorio, en algún punto situado entre una de las más alejadas islas de los marinos.
Más allá, desde la altura en la que se encontraba, podía ver los manglares que había en las proximidades del mar.
Una variopinta cantidad de aves de vistoso plumaje se elevaba en aquella zona de tanto en tanto con una presa bien sujeta en el pico.
parecía ser una de las islas deshabitadas, y supuso que, por ello, había sido también que la habían conducido hasta allí.
pero estaba lista, y si pretendían hacer cualquier movimiento contra ella se llevarían una gran sorpresa si es que les quedaba el más mínimo resquicio de tiempo para ello.
Aenyd recordó las palabras escritas en aquel papel: "En la parte suroriental del archipiélago de Tremalking, existe una isla con algunas montañas de cierta altura. Nos reuniremos en la misma, mañana a medio día. Y entonces sabrás lo que te aguarda.
Las palabras, con cierto tono amenazante, no decían a Aenyd absolutamente nada. Y, sin embargo, allí estaba.
Se tranquilizó, sintiendo el peso de aquello que había recuperado de la trampilla antes de salir y, tras unos segundos, se dijo así misma que no tenía nada que temer.
Esperó durante algunos minutos, pues había decidido arribar al lugar con algo de tiempo a favor para estar más consciente de su entorno.
Y de repente, ocurrió.
Tal y como había pasado unos segundos antes en su habitación, una línea brillante comenzó a extenderse, haciendo que el suelo relumbrara por algunos segundos. la línea se convirtió en un acceso que, tras rotar y formarse completamente, dejó ver lo que parecía el suntuoso camarote de un barco.
De allí, dando un paso, una figura difuminada con el poder avanzó y cruzó el acceso, encarándose a Aenyd.
Aenyd abrazaba el saidar, y estaba lista para el ataque.
Y, sin embargo, tal ataque no llegó a ocurrir.
La figura mutó, y dejó ver su verdadera apariencia.
Frente a Aenyd había una mujer joven, de estatura similar a ella, y con un largo cabello negro y unos ojos del mismo color.
Aenyd esta vez, verdaderamente quedó perpleja, y quizá un tanto preocupada. Aquella mujer era Nyd.
Re: El Ascenso
Séptima parte
Ambas estaban frente a frente, a poco menos de un metro de distancia. El gesto de Nyd, esta vez, no era tan apacible como Aenyd recordaba. Tenía el semblante serio y un tanto sombrío, pero en sus ojos se adivinaba una fuerte resolución.
--Así que eras tú. dijo finalmente Aenyd.
¿Tú has estado acechándome, y has enviado a aquellos ingenuos a espiarme? ¿Tú has mandado a que me vigilen y sigan?
Aenyd sintió de nuevo la incomodidad de la sorpresa que había tenido al ver a su amiga aparecer ante ella. No quería tener que enfrentarse a Nyd, pues era de las pocas personas que se habían ganado su confianza. Además, ella la había salvado de morir ahogada e inconsciente tras salir de aquella Torre y había esperado a que recuperara el conocimiento. No era posible que ahora ella la traicionara.
¿Por qué, Nyd?
--Tranquilízate, vieja amiga, dijo finalmente Nyd.
En esta reunión sabrás más de lo que te imaginas, y descubrirás que había que actuar rápido. Y que mucho de lo que ahora piensas, está equivocado.
¡Habla! Dijo Aenyd impaciente, pues el cúmulo de sensaciones que se habían formado en su interior le producían una profunda impaciencia que podía estallar en cualquier momento.
--Supongo que tendrás una buena explicación sobre aquellas fallidas tentativas de espionaje, y aquel lamentable intento de matarme, ¿No?
--Estás equivocada, Aenyd. Yo no he sido quien ha intentado matarte. En realidad, todo lo contrario. He venido a salvarte de nuevo.
Aenyd la miró de hito en hito, extrañada ante sus palabras.
Escúchame, y permíteme explicarte.
Y entonces comenzó a hablar.
Han pasado ya algunos meses desde que nos vimos por última vez. Sin embargo, puedo recordarlo como si hubiese sido ayer. Esperarte con tanto anhelo, deseando que lograras salir de aquella empresa que parecía suicida. Casi implorando que tu hilo no hubiese desaparecido. Y, a punto de haber perdido la confianza en ti, me demostraste de nuevo que no me equivocaba. Volviste y ¡Ah! de qué forma lo has hecho.
Por un momento, olvidé todo aquello que no te he podido decir desde entonces, que no sabía siquiera si algún día lo haría. Tenía a mi amiga de vuelta, y por un momento estuve tranquila y sin preocupación alguna.
Aquella amiga, con la que tantas veces crucé mi camino. Una de las pocas personas en las que puedo confiar sin reservas aún, pues sé lo que eres, y sé que, además, y pese a tu ambición, desdén y egoísmo, hay también honor y lealtad en ti.
Pero basta, no es necesario recordar el pasado ni hechos que tanto tú como yo sabemos.
la realidad nos alcanza, y la rueda jira y su girar no espera a nadie.
Te pondré en contexto: han sucedido muchas cosas desde que tú y yo hablamos cara a cara aquella última vez.
Como bien es sabido por ti, mis rasgos son los de una Atha’an MIERE. Más quien me trajo al mundo, jamás se pudo determinar.
Eso finalmente trajo sus consecuencias y mi propia gente quiso enviarme a la torre blanca como gesto de buena voluntad, aunque la realidad es que únicamente querían deshacerse de mi por el gran poder que yo iba demostrando poco a poco. Como es obvio, logré escapar de aquel destino y me encontré huyendo por algún tiempo de mi propio pueblo, sin atreverme a regresar.
En aquel lapso de tiempo, y por medio de distintas artimañas me puse en contacto con un grupo de personas cuanto menos, interesante. De ellos, destaca una chica de tu propia organización, que me mantuvo al tanto de más cosas de las que te podrías imaginar.
Pero aquello no importa, pues a aquella chica no he vuelto a verla pese a mis múltiples intentos por ponerme en contacto con ella... Y es algo que lamento profundamente.
Pero disculpa, Aenyd, que tiendo a desviarme de lo que nos atañe en esta ocasión.
Como iba diciendo, durante mi interacción con esta chica y con aquel grupo de personas, me fui dando cuenta de que al final siempre hay más de un camino que elegir, y entonces recordé aquello que tú me has dicho y enseñado desde que te conozco. Tales conceptos como el bien y el mal son absurdos, pues las acciones de las personas únicamente obedecen a sus propios intereses. Obrar por el bien mayor es imposible, pues hay quienes ni te lo permitirán ni tampoco te lo reconocerán, por lo que aquí me ves, habiendo cambiado, y habiéndome decidido a actuar de manera más egoísta, más acorde a mis intereses.
Desde entonces he tomado distintas decisiones, me he arriesgado y he estado a punto de sucumbir. Y, sin embargo, tales acciones han dado sus frutos, al grado de que tienes ante ti a la nueva dirigente del Pueblo Marino.
Así que como imaginarás, mi posición es inmejorable en la jerarquía de mi pueblo. Y, por si fuera poco, me encumbro cada vez más en una organización de la que seguro tú tienes mejores nociones que yo misma antes de pertenecer a ella.
Hace algunos días vino uno de los más importantes, y me hizo preguntas. El secretismo es imperioso en todo este asunto, por lo que sé que tú no me fallarás, y agradecerás mi advertencia.
Aquel individuo vino y me preguntó no por nadie más sino por ti, Aenyd. De alguna forma han averiguado tus nuevos poderes, y he de decir que están interesados. Y, sin embargo, existen algunos otros que, por el contrario, quisieran terminar con la amenaza que tú podrías significar.
Por lo que mi tarea fue traerte al seno de la organización, para que te pongas a su servicio, y disfrutes de la gloria eterna que todo esto conllevará.
Sé que ya sabes que dicha organización, no es otra sino la sombra misma. Tomemos el poder juntas, Amiga mía.
Ambas estaban frente a frente, a poco menos de un metro de distancia. El gesto de Nyd, esta vez, no era tan apacible como Aenyd recordaba. Tenía el semblante serio y un tanto sombrío, pero en sus ojos se adivinaba una fuerte resolución.
--Así que eras tú. dijo finalmente Aenyd.
¿Tú has estado acechándome, y has enviado a aquellos ingenuos a espiarme? ¿Tú has mandado a que me vigilen y sigan?
Aenyd sintió de nuevo la incomodidad de la sorpresa que había tenido al ver a su amiga aparecer ante ella. No quería tener que enfrentarse a Nyd, pues era de las pocas personas que se habían ganado su confianza. Además, ella la había salvado de morir ahogada e inconsciente tras salir de aquella Torre y había esperado a que recuperara el conocimiento. No era posible que ahora ella la traicionara.
¿Por qué, Nyd?
--Tranquilízate, vieja amiga, dijo finalmente Nyd.
En esta reunión sabrás más de lo que te imaginas, y descubrirás que había que actuar rápido. Y que mucho de lo que ahora piensas, está equivocado.
¡Habla! Dijo Aenyd impaciente, pues el cúmulo de sensaciones que se habían formado en su interior le producían una profunda impaciencia que podía estallar en cualquier momento.
--Supongo que tendrás una buena explicación sobre aquellas fallidas tentativas de espionaje, y aquel lamentable intento de matarme, ¿No?
--Estás equivocada, Aenyd. Yo no he sido quien ha intentado matarte. En realidad, todo lo contrario. He venido a salvarte de nuevo.
Aenyd la miró de hito en hito, extrañada ante sus palabras.
Escúchame, y permíteme explicarte.
Y entonces comenzó a hablar.
Han pasado ya algunos meses desde que nos vimos por última vez. Sin embargo, puedo recordarlo como si hubiese sido ayer. Esperarte con tanto anhelo, deseando que lograras salir de aquella empresa que parecía suicida. Casi implorando que tu hilo no hubiese desaparecido. Y, a punto de haber perdido la confianza en ti, me demostraste de nuevo que no me equivocaba. Volviste y ¡Ah! de qué forma lo has hecho.
Por un momento, olvidé todo aquello que no te he podido decir desde entonces, que no sabía siquiera si algún día lo haría. Tenía a mi amiga de vuelta, y por un momento estuve tranquila y sin preocupación alguna.
Aquella amiga, con la que tantas veces crucé mi camino. Una de las pocas personas en las que puedo confiar sin reservas aún, pues sé lo que eres, y sé que, además, y pese a tu ambición, desdén y egoísmo, hay también honor y lealtad en ti.
Pero basta, no es necesario recordar el pasado ni hechos que tanto tú como yo sabemos.
la realidad nos alcanza, y la rueda jira y su girar no espera a nadie.
Te pondré en contexto: han sucedido muchas cosas desde que tú y yo hablamos cara a cara aquella última vez.
Como bien es sabido por ti, mis rasgos son los de una Atha’an MIERE. Más quien me trajo al mundo, jamás se pudo determinar.
Eso finalmente trajo sus consecuencias y mi propia gente quiso enviarme a la torre blanca como gesto de buena voluntad, aunque la realidad es que únicamente querían deshacerse de mi por el gran poder que yo iba demostrando poco a poco. Como es obvio, logré escapar de aquel destino y me encontré huyendo por algún tiempo de mi propio pueblo, sin atreverme a regresar.
En aquel lapso de tiempo, y por medio de distintas artimañas me puse en contacto con un grupo de personas cuanto menos, interesante. De ellos, destaca una chica de tu propia organización, que me mantuvo al tanto de más cosas de las que te podrías imaginar.
Pero aquello no importa, pues a aquella chica no he vuelto a verla pese a mis múltiples intentos por ponerme en contacto con ella... Y es algo que lamento profundamente.
Pero disculpa, Aenyd, que tiendo a desviarme de lo que nos atañe en esta ocasión.
Como iba diciendo, durante mi interacción con esta chica y con aquel grupo de personas, me fui dando cuenta de que al final siempre hay más de un camino que elegir, y entonces recordé aquello que tú me has dicho y enseñado desde que te conozco. Tales conceptos como el bien y el mal son absurdos, pues las acciones de las personas únicamente obedecen a sus propios intereses. Obrar por el bien mayor es imposible, pues hay quienes ni te lo permitirán ni tampoco te lo reconocerán, por lo que aquí me ves, habiendo cambiado, y habiéndome decidido a actuar de manera más egoísta, más acorde a mis intereses.
Desde entonces he tomado distintas decisiones, me he arriesgado y he estado a punto de sucumbir. Y, sin embargo, tales acciones han dado sus frutos, al grado de que tienes ante ti a la nueva dirigente del Pueblo Marino.
Así que como imaginarás, mi posición es inmejorable en la jerarquía de mi pueblo. Y, por si fuera poco, me encumbro cada vez más en una organización de la que seguro tú tienes mejores nociones que yo misma antes de pertenecer a ella.
Hace algunos días vino uno de los más importantes, y me hizo preguntas. El secretismo es imperioso en todo este asunto, por lo que sé que tú no me fallarás, y agradecerás mi advertencia.
Aquel individuo vino y me preguntó no por nadie más sino por ti, Aenyd. De alguna forma han averiguado tus nuevos poderes, y he de decir que están interesados. Y, sin embargo, existen algunos otros que, por el contrario, quisieran terminar con la amenaza que tú podrías significar.
Por lo que mi tarea fue traerte al seno de la organización, para que te pongas a su servicio, y disfrutes de la gloria eterna que todo esto conllevará.
Sé que ya sabes que dicha organización, no es otra sino la sombra misma. Tomemos el poder juntas, Amiga mía.
Re: El Ascenso
Octava parte
Aenyd quedó allí, casi muda de asombro. ¿Nyd? La dulce Nyd, tan alegre y entusiasta, había resultado ser una amiga siniestra.
las cosas que le había narrado a continuación, de todo lo que había debido hacer para su posterior conversión a la sombra la habían sorprendido. Se preguntó, si quizá, aquella bondad que notaba en su amiga se habría visto trastocada por la propia Aenyd. Y no la confortó del todo la idea de haber sido la responsable de ello. ¿O sí? Después de todo, Nyd había alcanzado una inmejorable posición, y disponía ahora de todo el poder del pueblo marino, así como de la información que pudiese obtener estando al servicio de la sombra.
Esta era una oportunidad que quizá no volvería a repetirse. Y además... ¿Quizá así podría obtener aquello que de verdad quería?
Sabía que durante su vida siempre había estado más cerca de la sombra que de la luz, pero en su objetivo de simplemente actuar conforme a lo que el gremio disponía, nunca había llegado más lejos.
No obstante, ahora podría hacerlo. Su posición en el gremio era excelsa, por lo que tenía total libertad de movimientos. Y Aenyd sabía que para conseguir aquello que quería tendría que obtener tanto poder como fuese posible.
--He venido a advertirte, Aenyd. Debes darte prisa en tu decisión pues, como dije antes, hay quien no estaría muy conforme con el interés que has despertado para la sombra. Así que simplemente date prisa. Y si tu respuesta es afirmativa, probablemente volveremos a vernos.
Por el momento, solo sé que te encontrarás con alguien en tres días, esperando que hayas sido convencida por mí. Después de ello...
Solo toma la mejor decisión, Aenyd.
A continuación, Un nuevo acceso hendió el Aire, y Nyd se giró hacia él para cruzarlo.
--Mi decisión está tomada, pensó Aenyd.
Pero antes de ello, debo encargarme de alguien.
--Si no estoy equivocada, aquel ser es quien ha intentado matarme. Y para dar mi siguiente paso, no puedo permitir estar bajo las órdenes de quien logró vencerme tan fácilmente.
Debe ser ahora o seré simplemente, una pieza de un juego de alguien con un poder mayor al mío. ¡Debo evitar ello a toda costa! Y si no, prefiero desaparecer de una vez por todas.
Aenyd quedó allí, casi muda de asombro. ¿Nyd? La dulce Nyd, tan alegre y entusiasta, había resultado ser una amiga siniestra.
las cosas que le había narrado a continuación, de todo lo que había debido hacer para su posterior conversión a la sombra la habían sorprendido. Se preguntó, si quizá, aquella bondad que notaba en su amiga se habría visto trastocada por la propia Aenyd. Y no la confortó del todo la idea de haber sido la responsable de ello. ¿O sí? Después de todo, Nyd había alcanzado una inmejorable posición, y disponía ahora de todo el poder del pueblo marino, así como de la información que pudiese obtener estando al servicio de la sombra.
Esta era una oportunidad que quizá no volvería a repetirse. Y además... ¿Quizá así podría obtener aquello que de verdad quería?
Sabía que durante su vida siempre había estado más cerca de la sombra que de la luz, pero en su objetivo de simplemente actuar conforme a lo que el gremio disponía, nunca había llegado más lejos.
No obstante, ahora podría hacerlo. Su posición en el gremio era excelsa, por lo que tenía total libertad de movimientos. Y Aenyd sabía que para conseguir aquello que quería tendría que obtener tanto poder como fuese posible.
--He venido a advertirte, Aenyd. Debes darte prisa en tu decisión pues, como dije antes, hay quien no estaría muy conforme con el interés que has despertado para la sombra. Así que simplemente date prisa. Y si tu respuesta es afirmativa, probablemente volveremos a vernos.
Por el momento, solo sé que te encontrarás con alguien en tres días, esperando que hayas sido convencida por mí. Después de ello...
Solo toma la mejor decisión, Aenyd.
A continuación, Un nuevo acceso hendió el Aire, y Nyd se giró hacia él para cruzarlo.
--Mi decisión está tomada, pensó Aenyd.
Pero antes de ello, debo encargarme de alguien.
--Si no estoy equivocada, aquel ser es quien ha intentado matarme. Y para dar mi siguiente paso, no puedo permitir estar bajo las órdenes de quien logró vencerme tan fácilmente.
Debe ser ahora o seré simplemente, una pieza de un juego de alguien con un poder mayor al mío. ¡Debo evitar ello a toda costa! Y si no, prefiero desaparecer de una vez por todas.
Re: El Ascenso
Novena parte
Las reflexiones finales
Era aquel punto en el que aún no era de día, pero ya no era de noche. El cielo, de un frío color azul, cubría la playa de blanca arena en la que Aenyd se encontraba.
Los tres días convenidos habían pasado, y no había decidido aún como actuar en cuanto a aquello que la mantenía tan intranquila. No obstante, se había decidido a seguir su instinto, que le decía que debía asistir a aquella reunión y, posteriormente podría cobrar la venganza que tanto ansiaba.
SU decisión, no obstante, estaba tomada. Debía hacer lo necesario para encumbrarse lo más alto posible y, para ello, no le importaba pasarse al bando de la sombra. Después de todo, durante su vida siempre había estado más cerca de la sombra que de la luz, y no era por pocas razones.
Volvió a pensar en aquella parte de su vida que aún conservaba en su mente, y esto le sirvió para reforzar su convicción sobre aquella decisión que ya había sido tomada.
Tras la desaparición de su madre, Aenyd había sido recibida como otro miembro de la familia por los padres de Neidea, que eran unos prósperos comerciantes de gemas. Neidea había sido su amiga, y su relación la había llevado a conocer a Adrik, que era parte de una familia de larga tradición militar y por ello, era considerablemente avezado en el manejo de todo tipo de armas.
Los tres se habían vuelto excelentes amigos y Aenyd había logrado paliar en cierta medida la ausencia de su madre.
Sin embargo, tras emprender un viaje en compañía de la familia de Neidea, tanto Adrik como su amiga habían muerto emboscados por salteadores.
--Aquella vez no pude hacer nada para protegerlos, y su vida desapareció sin más de la existencia.
En aquellos momentos Visoreina también había desaparecido, y Aenyd se había encontrado por primera vez en su vida, sola.
Suponía que había sido aquello lo que la había llevado a convertirse en una criminal.
Comenzó con pequeños robos a transeúntes despistados, para posteriormente sustraer objetos valiosos de ciertos comercios. Todo aquello con el simple empeño de mantener su mente distraída, viéndolo únicamente como una prueba de sus habilidades.
Sin embargo, sus actividades comenzaron a hacerse notar en ciertos círculos, y Aenyd se encontró siendo contratada por distintas personas que buscaban realizar algún robo específico o recuperar algún objeto preciado.
Pero también se había enfrentado a la traición, la violencia y la ignominia de la crueldad de una sociedad en decadencia. Supuso también, que ello la había vuelto cada vez más fría.
--Miraba a mi alrededor y me encontraba un mundo plagado de acciones egoístas, violencia desmedida y desinterés por el progreso.
--El mundo ni siquiera necesitaría a la propia sombra para ser condenado al fracaso.
Las personas no estaban interesadas en nadie más que no fuesen ellas mismas y, muchas veces su única fidelidad estaba dirigida hacia la traición.
Durante aquellos años, Aenyd había sido traicionada, la habían intentado seducir en contra de su voluntad, y también la habían intentado asesinar.
Y, no obstante, hay un exiguo grupo de personas en las que aún es posible confiar.
Aenyd se preguntó si su búsqueda de más poder obedecía al simple hecho de jamás volver a sufrir ninguna pérdida, ni de ver vulnerada su propia vida.
--Quizá lo sea. Pero también quiero recuperar todo aquello que he perdido. Y para hacerlo, estoy dispuesta a cualquier cosa.
Si la sombra al final logra el triunfo, yo estaré allí y de alguna forma me encumbraré tan alto que nada será imposible para mí.
Y tras este último pensamiento, abrió un acceso que la llevó al encuentro de su destino. Estaba lista, y terminaría con todas aquellas interrogantes de un modo u otro.
Las reflexiones finales
Era aquel punto en el que aún no era de día, pero ya no era de noche. El cielo, de un frío color azul, cubría la playa de blanca arena en la que Aenyd se encontraba.
Los tres días convenidos habían pasado, y no había decidido aún como actuar en cuanto a aquello que la mantenía tan intranquila. No obstante, se había decidido a seguir su instinto, que le decía que debía asistir a aquella reunión y, posteriormente podría cobrar la venganza que tanto ansiaba.
SU decisión, no obstante, estaba tomada. Debía hacer lo necesario para encumbrarse lo más alto posible y, para ello, no le importaba pasarse al bando de la sombra. Después de todo, durante su vida siempre había estado más cerca de la sombra que de la luz, y no era por pocas razones.
Volvió a pensar en aquella parte de su vida que aún conservaba en su mente, y esto le sirvió para reforzar su convicción sobre aquella decisión que ya había sido tomada.
Tras la desaparición de su madre, Aenyd había sido recibida como otro miembro de la familia por los padres de Neidea, que eran unos prósperos comerciantes de gemas. Neidea había sido su amiga, y su relación la había llevado a conocer a Adrik, que era parte de una familia de larga tradición militar y por ello, era considerablemente avezado en el manejo de todo tipo de armas.
Los tres se habían vuelto excelentes amigos y Aenyd había logrado paliar en cierta medida la ausencia de su madre.
Sin embargo, tras emprender un viaje en compañía de la familia de Neidea, tanto Adrik como su amiga habían muerto emboscados por salteadores.
--Aquella vez no pude hacer nada para protegerlos, y su vida desapareció sin más de la existencia.
En aquellos momentos Visoreina también había desaparecido, y Aenyd se había encontrado por primera vez en su vida, sola.
Suponía que había sido aquello lo que la había llevado a convertirse en una criminal.
Comenzó con pequeños robos a transeúntes despistados, para posteriormente sustraer objetos valiosos de ciertos comercios. Todo aquello con el simple empeño de mantener su mente distraída, viéndolo únicamente como una prueba de sus habilidades.
Sin embargo, sus actividades comenzaron a hacerse notar en ciertos círculos, y Aenyd se encontró siendo contratada por distintas personas que buscaban realizar algún robo específico o recuperar algún objeto preciado.
Pero también se había enfrentado a la traición, la violencia y la ignominia de la crueldad de una sociedad en decadencia. Supuso también, que ello la había vuelto cada vez más fría.
--Miraba a mi alrededor y me encontraba un mundo plagado de acciones egoístas, violencia desmedida y desinterés por el progreso.
--El mundo ni siquiera necesitaría a la propia sombra para ser condenado al fracaso.
Las personas no estaban interesadas en nadie más que no fuesen ellas mismas y, muchas veces su única fidelidad estaba dirigida hacia la traición.
Durante aquellos años, Aenyd había sido traicionada, la habían intentado seducir en contra de su voluntad, y también la habían intentado asesinar.
Y, no obstante, hay un exiguo grupo de personas en las que aún es posible confiar.
Aenyd se preguntó si su búsqueda de más poder obedecía al simple hecho de jamás volver a sufrir ninguna pérdida, ni de ver vulnerada su propia vida.
--Quizá lo sea. Pero también quiero recuperar todo aquello que he perdido. Y para hacerlo, estoy dispuesta a cualquier cosa.
Si la sombra al final logra el triunfo, yo estaré allí y de alguna forma me encumbraré tan alto que nada será imposible para mí.
Y tras este último pensamiento, abrió un acceso que la llevó al encuentro de su destino. Estaba lista, y terminaría con todas aquellas interrogantes de un modo u otro.
Última edición por Shaeden el 15 May 2021, 19:11, editado 1 vez en total.
Re: El Ascenso
Parte X
Aenyd cruzó el acceso, y se encontró en unas áridas colinas. La niebla matutina aún estaba presente, y mantenía el lugar en una cierta oscuridad plagada de sombras.
Aenyd, antes de soltar el poder, realizó una simple trama que ocultó su capacidad de encauzar y, tras ello, se dispuso a esperar.
Sin previo aviso, una sombra pareció moverse, y de ella, apareció un myrddraal.
Al mismo tiempo, alcanzó a ver a otras dos figuras encaminándose a su encuentro.
Contando al myrddraal, eran tres.
--Me pregunto qué es lo que harán a continuación.
El myrddraal se acercó a ella, con la fluidez propia de su especie al tiempo que fijaba su mirada de cuencas vacías en Aenyd.
Ella, impertérrita, le sostuvo la mirada, pues no le inspiraba el más mínimo miedo la mirada sin ojos de los semihombres.
--Has venido, humana, ¿Estás dispuesta a entregar tu vida al Gran Señor de la oscuridad?
--Estoy aquí cuando se me ha convocado, ¿No es así?
--Descubrirás que el Gran Señor requiere de una obediencia mayor a la que hayas prestado alguna vez a cualquiera de las…
Pero Aenyd dejó de escuchar al semihombre. Estaba pensando en las figuras que habían aparecido tras la llegada del myrddraal, y que se mantenían al margen de todo.
Había algo en ellas que le causaba cierta intranquilidad.
Y mientras pensaba en ello, de repente una hizo un movimiento, y un acceso se abrió a continuación, incrementando su tamaño hasta dejar ver una habitación con blancas paredes y ornamentados adornos plateados.
Y de allí, una mujer comenzaba a cruzar el acceso.
La recién llegada era de baja estatura; tenía un largo cabello plateado, y llevaba un vestido negro con detalles en rojo. Parecía sumamente molesta, y lucía altiva y orgullosa como una reina a punto de dictar sentencia.
--Esta iniciación se ha cancelado, dijo, imperiosa.
Tanto las figuras como el myrddraal habían quedado inmóviles.
--Me temo que el prospecto de amiga siniestra decidió retractarse en el último momento y, por ello, ha debido ser destruida.
Así que… ¿Qué esperan? ¡Tráiganme su cabeza ahora mismo!
Y entonces todo comenzó.
El myrddraal se movió, con la soltura y gracia propias de una serpiente hacia Aenyd, mientras uno de los amigos siniestros se movía, desenvainando una larga espada.
Aenyd actuó de inmediato.
Saltó, haciendo aparecer dos largas dagas, y mientras lanzaba una que se clavó de inmediato en el cuello del sorprendido amigo siniestro, con la otra detenía, por poco, la espada negra forjada en Thakan’Dar del Myrddraal.
Aenyd se movió ágilmente, y lanzó su daga como distracción al semihombre, mientras aprovechaba el momento para recuperar la espada perteneciente al amigo siniestro.
Prefería utilizar un arma que le diera más protección ante un enemigo como un myrddraal.
La negra espada fue a su encuentro, pero Aenyd estaba lista.
Se movió con la gracia propia de una danza, y tras adoptar la pose de lucha conocida como la caricia del leopardo, seccionó la mano que empuñaba la negra espada. Inmediatamente, cambió a partiendo la seda, con la que decapitó limpiamente al Myrdraal.
La última figura no había hecho ningún movimiento.
¡Malditas herramientas inútiles! Dijo la mujer, mientras abrazaba el poder.
Aenyd reculó por un momento, pues aquella mujer tenía una sorprendente fuerza en el poder.
--Excede la mía, pensó Aenyd, que sabía que su fuerza en el poder era considerable. Excede por un poco la mía.
Aquella mujer encauzó y la última figura se vio envuelta en llamas.
--¿No te parece mejor así?
Seremos solo tú y yo, y las largas horas de sufrimiento que te aguarden antes de que decida matarte.
Jamás he perdonado a quien me ofende y jamás perdonaría a quien osó herirme.
Miró a Aenyd con altivez y desprecio.
--Esta vez, la suerte no te protegerá.
Aenyd cruzó el acceso, y se encontró en unas áridas colinas. La niebla matutina aún estaba presente, y mantenía el lugar en una cierta oscuridad plagada de sombras.
Aenyd, antes de soltar el poder, realizó una simple trama que ocultó su capacidad de encauzar y, tras ello, se dispuso a esperar.
Sin previo aviso, una sombra pareció moverse, y de ella, apareció un myrddraal.
Al mismo tiempo, alcanzó a ver a otras dos figuras encaminándose a su encuentro.
Contando al myrddraal, eran tres.
--Me pregunto qué es lo que harán a continuación.
El myrddraal se acercó a ella, con la fluidez propia de su especie al tiempo que fijaba su mirada de cuencas vacías en Aenyd.
Ella, impertérrita, le sostuvo la mirada, pues no le inspiraba el más mínimo miedo la mirada sin ojos de los semihombres.
--Has venido, humana, ¿Estás dispuesta a entregar tu vida al Gran Señor de la oscuridad?
--Estoy aquí cuando se me ha convocado, ¿No es así?
--Descubrirás que el Gran Señor requiere de una obediencia mayor a la que hayas prestado alguna vez a cualquiera de las…
Pero Aenyd dejó de escuchar al semihombre. Estaba pensando en las figuras que habían aparecido tras la llegada del myrddraal, y que se mantenían al margen de todo.
Había algo en ellas que le causaba cierta intranquilidad.
Y mientras pensaba en ello, de repente una hizo un movimiento, y un acceso se abrió a continuación, incrementando su tamaño hasta dejar ver una habitación con blancas paredes y ornamentados adornos plateados.
Y de allí, una mujer comenzaba a cruzar el acceso.
La recién llegada era de baja estatura; tenía un largo cabello plateado, y llevaba un vestido negro con detalles en rojo. Parecía sumamente molesta, y lucía altiva y orgullosa como una reina a punto de dictar sentencia.
--Esta iniciación se ha cancelado, dijo, imperiosa.
Tanto las figuras como el myrddraal habían quedado inmóviles.
--Me temo que el prospecto de amiga siniestra decidió retractarse en el último momento y, por ello, ha debido ser destruida.
Así que… ¿Qué esperan? ¡Tráiganme su cabeza ahora mismo!
Y entonces todo comenzó.
El myrddraal se movió, con la soltura y gracia propias de una serpiente hacia Aenyd, mientras uno de los amigos siniestros se movía, desenvainando una larga espada.
Aenyd actuó de inmediato.
Saltó, haciendo aparecer dos largas dagas, y mientras lanzaba una que se clavó de inmediato en el cuello del sorprendido amigo siniestro, con la otra detenía, por poco, la espada negra forjada en Thakan’Dar del Myrddraal.
Aenyd se movió ágilmente, y lanzó su daga como distracción al semihombre, mientras aprovechaba el momento para recuperar la espada perteneciente al amigo siniestro.
Prefería utilizar un arma que le diera más protección ante un enemigo como un myrddraal.
La negra espada fue a su encuentro, pero Aenyd estaba lista.
Se movió con la gracia propia de una danza, y tras adoptar la pose de lucha conocida como la caricia del leopardo, seccionó la mano que empuñaba la negra espada. Inmediatamente, cambió a partiendo la seda, con la que decapitó limpiamente al Myrdraal.
La última figura no había hecho ningún movimiento.
¡Malditas herramientas inútiles! Dijo la mujer, mientras abrazaba el poder.
Aenyd reculó por un momento, pues aquella mujer tenía una sorprendente fuerza en el poder.
--Excede la mía, pensó Aenyd, que sabía que su fuerza en el poder era considerable. Excede por un poco la mía.
Aquella mujer encauzó y la última figura se vio envuelta en llamas.
--¿No te parece mejor así?
Seremos solo tú y yo, y las largas horas de sufrimiento que te aguarden antes de que decida matarte.
Jamás he perdonado a quien me ofende y jamás perdonaría a quien osó herirme.
Miró a Aenyd con altivez y desprecio.
--Esta vez, la suerte no te protegerá.