Este es mi primer intento de rolear un Aiel, no estoy seguro de que tan bien logré meterme en su sociedad y en su idiosincracia.
Participantes: Keizo.
Punto de vista: No estoy tan seguro.
En lo profundo del yermo de Aiel, allá bien escondido entre acantilados y peñascos, yace un dominio no muy diferente a otros de su tipo, donde guarecido en las humildemente decoradas estancias de una de las cuevas que los aiel llaman techo, un niño tendido sobre cómodas alfombrillas pasa las páginas de un libro colocado sobre un bajo atril.
Al igual que como otros niños en posiciones similares a su alrededor, lo hace con el deseo de aprender. Historia, artes de combate armado y con pies y manos, táctica y estrategia, matemáticas y letras, bioma del yermo, algo de retórica... de tan diversas temáticas son dichos libros, como la procedencia de los niños que los leen.
Este, hijo de un Seia Doon caído en una disputa territorial y madre muerta en el parto. Aquel, hijo de artesanos Aiel que fenecieron defendiendo su dominio de trollocs. Ella, última descendiente de una pequeña familia que vieron sus vidas truncadas por una terrible tormenta de arena.
Huérfanos todos. Y al igual que los libros de los que estudian, bajo el cuidado de un peculiar individuo para los cánones de su raza, Kaihan.
El mismo que se adentra en la estancia a buen paso, dando rítmicas palmadas para llamar la atención de los niños.
—¡Arriba, arriba, arriba! ¡guardad los libros, coged los instrumentos, hora de la danza!
Con entusiasmo los chiquillos le obedecen, cerrando con delicadeza los libros y devolviéndolos a sus correspondientes estanterías talladas en las paredes de la estancia, para luego correr a sus habitaciones a prepararse.
Poco después abandonan el techo en una estrecha columna, encabezada por el hombre que flautas en mano les conduce a una cercana explanada.
Ya allí y sin ninguna orden de Kaihan, los niños se forman en ronda, esperando instrucciones.
—Bien, bien. ¿Me pregunto, a quienes les tocarán las flautas hoy? —dice Kaihan con una sonrisa pícara en el rostro.
—¡Yo! ¡yo! ¿a mí! —dicen a coro todos los niños, alzando las manos para llamar la atención.
—Dejadme pensar —responde Kaihan—. ¡Ya sé! ¡Keizo, Lemalle, Adum, vuestro turno!
Al escucharle dos niños y una niña se separan de la ronda, acercándose al aiel que con reverencia les ofrece un conjunto de flautas.
—Cuidado, —les dice—. En las flautas está el corazón de la danza, marcareis la cadencia y el estado de ánimo con vuestro toque.
Asintiendo, los niños cogen las flautas y vuelven a sus lugares, al mismo tiempo que Kaihan se descuelga un estuche de la espalda, sacando de él un extraño instrumento de cuerda traído desde más allá de la columna vertebral del mundo.
Ya de vuelta en la ronda, los tres niños notan como tambores y flautines comienzan a pasar de mano en mano, mientras que un par de sus compañeros avanzan al interior de la ronda, cada uno colocándose en extremos opuestos.
—Bien, flautistas. ¡Cuando queráis! —exclama Kaihan.
Los tres niños intercambian rápidas miradas y unos pocos gestos de mano, para luego llevarse las flautas a los labios y comenzar a tocar.
La melodía comienza suabe, calma. Uno tras otros los instrumentos se suman, cada uno aportando su toque. Los tambores, adaptándose al ritmo proporcionan un tranquilo acompañamiento. Mientras, los flautines brindan color a la melodía, imitando el patrón de sus hermanos mayores, empero modificándolo y jugando con él, casi como si conversasen unos con otros.
Por último, se une el instrumento de cuerda, que, a pesar de ser totalmente ajeno a la tradición musical de los aiel, de alguna forma se entrelaza con las flautas y los flautines, abriendo paso a la voz de Kaihan que suavemente comienza a cantar.
Y como si ello fuese una señal, los niños dentro del círculo se acercan el uno al otro, adquiriendo una postura de lucha.
Suavemente, tentativamente, al ritmo de la música comienzan a intercambiar golpes y patadas, buscando probar a su rival. Sin ninguna intención de agredir, más bien pareciendo querer ver la respuesta del otro.
Cuales arroyos y ríos de las tierras húmedas los golpes fluían entre sí, como si la lucha fuese una coreografía que de alguna forma los niños antes practicasen.
Una patada alta era respondida con un intento de derribe, que se contrarrestaba con una voltereta, respondida por un barrido que recibía un tentativo puñetazo como pago.
Y así la lucha continuó por unos minutos hasta que Keizo, tras echar una ojeada a sus compañeros, decidió animar las cosas.
Poco a poco la cadencia de la música se tornó más rápida y más alegre, haciendo que la coreografía ganase fuerza y velocidad en consecuencia.
Puñetazos y patadas adquirieron mayor potencia, barridos y derribes se emplearon más a menudo bajo más trucos y artimañas.
De una tranquila danza la lucha pasó a una pelea en toda regla, azuzada por los músicos cuya canción ya se asemejaba más a la interpretada por los Aiel en la danza de las lanzas, aunque no lo suficiente como para alarmar a algún Aiel desprevenido.
De repente, una larga cadena de patadas intercambiadas terminó con uno de los niños derribado, el cual rodó por el suelo hacia el espacio libre en la ronda dejado por un compañero que saltó por encima del caído, pasando a la ofensiva contra su antiguo oponente.
Sonriendo, Kaihan siguió cantando, esparciendo pistas y consejos aquí y allá en su letra para los sucesivos combatientes, no dejando de observar por el rabillo del ojo a un par de Aiel que los miraban desde una terraza cercana.
—¿Puedes creerlo? —le dijo Jandral a su compañero—. ¡Está cantando, y no está en batalla!
—No sería lo más... inusual que le he visto hacer —respondió Malyl—. ¿Pero que se le puede hacer? es el único que puede hacerse cargo de tantos huérfanos, y es un jodido héroe de guerra. Además, si Dylena se entera de una sola palabra seguro pone nuestra piel a secar al sol.
—Ya... Tienes razón. ¿Pero no sientes que te molesta menos de lo que debería? Yo sí. Desde que ese Shaido reaccionó tan agresivamente y la paliza que Kaihan le dio en el desafío. Que decirte. Me molesta menos no reconocer una técnica en el pies y manos o los tambores y el instrumento ese, en especial si cuida de Keizo, y con tal de hacerle la contraria a uno de esos amantes de cabras.
—O si, Keizo. Kalem también haría fila para tener el gusto de ensartarnos desde más allá de la tumba si nos unimos al grupito de Olvis y jugamos con la felicidad de su hijo. Y mejor ni hablemos de Kisana, que de seguro nos cae un relámpago que nos hace despertar del sueño para que nos tenga a su alcance y así poder zurrarnos con esa estatua de bronce suya.
Con un suspiro, Jandral se acomodó el shoufa y comenzó a jugar con una de sus lanzas, arrojándola al aire y cogiéndola sin mirar.
—Oye, Malyl. ¿Cómo te fue en tu guardia? en la mía intentaron robarnos las cabras, otra vez.
—Pues... Como siempre. Quisieron quitarnos manantial umbrío, los repelimos, volvieron a por los ñus, solo se llevaron flechas. ¡Por cierto! Recuérdame luego pedir más, que allí se nos están agotando.
—A mí me cuentas, —responde Jaldram—. Justo mañana me toca viajar a manantial umbrío escoltando las provisiones y tuve que pasar como tres horas tratando de calmar a Mazuth sin indignarme yo mismo.
—Déjame adivinar, —dijo Jaldram—. La madera se está agotando y no puede reciclar los viejos materiales eternamente. No pueden hacerle eso al carpintero que provee a nuestro dominio y a una estancia tan valiosa como manantial umbrío. Que los algai'd'siswai y las doncellas se vayan olvidando de flechas y mangos de lanza, y que a este ritmo vamos a tener que usar las flautas de la danza y los barriles del oosquai si (que la luz abrase el cuero de adarga que tiene como cerebro) nuestro jefe de septiar no nos envía urgentemente más madera.
—¿Este... como lo supiste? Fue palabra por palabra lo que le escuché gritarle a Dylena cuando ella y Jerin fueron a ordenarle que haga más flechas.
—Es mi don, Malyl. Lo sé todo, nada se me escapa.
—Con que nada se te escapa, ¿eh? pues.
—¡Mira, mira! —dijo Jaldram mientras señalaba la ronda de niños—. Keizo está luchando contra Beral, creo?
Efectivamente
Keizo hacía frente a un niño más alto que él en un veloz intercambio de puñetazos y patadas, obligándolo a retroceder poco a poco, arrinconándolo contra la barrera que formaban sus compañeros.
Viéndose en aprietos Beral decidió que seguir manteniéndose a la defensiva solo terminaría con él derrotado, y que si se arriesgaba tendría una oportunidad de victoria.
Habiendo tomado una decisión abandonó su postura defensiva, y repentinamente pasó a una imprudente ofensiva, con la esperanza de abrumar al niño más bajo.
Consiguió en parte lo que quería pues Keizo dio media docena de pasos atrás por los sorpresivos ataques, aunque se estaba recuperando más rápido de lo que Beral esperaba.
Tres movimientos terminarían el combate, decidió.
Un puñetazo que Keizo esquivó por poco.
Una finta tras esquivar el golpe de su oponente en la que este cayó.
Una seca patada apuntada al pecho que terminó con el combate.
A favor de Keizo, es decir.
Beral nunca vio cuando Keizo agachó el cuerpo y con los brazos extendidos en cruz se deslizó debajo de la pierna alzada, trabándola con la espalda.
Sorprendido sintió como el otro niño doblaba el brazo para apresar su pierna de apoyo, y el impacto de la caída cuando este se levantó para hacerle perder el equilibrio.
Desde su terraza Jaldram y Malyl silbaron, admirados por la forma en la que terminó la lucha.
—¿Esa era una técnica de los sovin nai, ¿no? —le dijo Jaldram a su compañero.
—Luz, sí. Y dudo que Kaihan se la haya enseñado, probablemente se las copió. Ese niño... Si de verdad quiere unírseles tiene mucho potencial.
—¡Apostemos! —dijo Jaldram—. ¿Cuántos turnos crees que durará? Yo creo que tres más.
—De acuerdo —respondió Malyl—. Si gano la apuesta además de las monedas me comprarás un barrilete de oosquai. Yo creo que durará dos turnos más, este y el próximo.
—¡Acordado!
Al final Malyl ganó la apuesta. Keizo fue derrotado por una niña que sin darle cuartel aprovechó su flexibilidad y velocidad superiores para pasar su guardia y someterlo con un rápido estrangulamiento.
El entrenamiento de los niños continuó el resto de la tarde, durante el cual ambos amigos se dedicaron a comentar cada lucha, a su vez cumpliendo con la orden de protegerles ante cualquier alboroto, pues Jerin (el algai'd'sisuai que lideraba el dominio) temía que ciertas personas, en nada de acuerdo con los métodos de Kaihan, intentasen causar problemas.
Horas después y con su misión terminada, tras seguir discretamente a Kaihan y los niños hasta la entrada del techo donde vivían, ambos amigos marcharon con paso alegre hacia la destilería en busca del barrilete de oosquai que Jaldram le debía a Malyl, el cual hacía juegos malabares con un par de las monedas ganadas en la apuesta. Con suerte el oosquai y una buena cena los ayudaría a olvidar por un rato las dificultades por las que pasaba su dominio.