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mirihisa aventuras en Cairhien

Publicado: 17 Ene 2023, 23:14
por Mirihisa
aventuras en Cairhien:

Soy Mirihisa.
Mi hermano siempre me contaba sus aventuras por el mundo.
A mí nunca me parecían suficientes, así que no tardé en unirme a su tripulación.
Cuando una detectora de vientos vio que podía encauzar, pasé a ser su aprendiza, además de realizar las labores propias de grumete.
El resto de la tripulación estaba contenta, ya que la cocina se me daba bien, acostumbrada como estaba a cocinar para mi hermano desde bien pequeña.
Mi curiosidad no conocía límites, por lo que siempre preguntaba a mis superiores por todo lo que veía a mi alrededor y que me resultaba extraño allá donde nos deteníamos a comerciar.
Viendo esto, mi maestra me enseñó los beneficios de algunas hierbas medicinales, por lo que pude ser aún más útil a los que me rodeaban.
Un miembro de la tripulación me enseñó a amaestrar animales, empezando por un pequeño loro que me encontré en una de nuestras islas.
El ave nos divertía a todos imitando la voz humana y haciendo otras travesuras.
Cierto día, nos detuvimos en Cairhien para comerciar.
Había una feria, con lo que la diversión estaba asegurada.
Todos bajamos del barco a pasar algún tiempo libre.
Antes de bajar a tierra, me aseguré de pescar y cocinar algo para la cena.
Deambulé sin rumbo por las calles de la ciudad, recorriendo las tiendas y observando lo que allí se vendía.
De pronto, recordé los extraños hechos que venían ocurriéndome desde hacía tiempo y que no me había atrevido a compartir con nadie.
A veces, se me quedaba la mente en blanco y tenía extrañas visiones o predicciones que luego se cumplían.
El recuerdo de que cualquiera de aquellos hombres con los que me cruzaba podría ser el que violó a mi madre no se me iba de la cabeza.
No sabía muy bien por qué me estaba ocurriendo aquello.
Perdí la noción del tiempo entre las tiendas y no encontraba a nadie conocido.
Se me iba la vista a cualquier hombre rubio al que veía, pues podría ser quien me había engendrado.
Cansada de tanto caminar y sin saber muy bien qué hora era, me dirigí a una de las posadas.
Entonces me di cuenta de que no llevaba dinero para pagar la habitación.
En mis tierras, las cosas se hacen de otra manera, pero supuse que aquella excusa no iba a valerle al posadero.
Como no tenía a nadie que me defendiera cerca, ni siquiera llegué a cruzar el umbral de la puerta.
Ni siquiera era capaz de recordar si habíamos quedado en los muelles, en alguna taberna, o en cualquiera de las muchas posadas de la ciudad.
Avergonzada, cansada y con el estómago vacío, pues sólo llevaba una cantimplora con agua, intenté encontrar los muelles de Cairhien, donde me debería estar esperando mi gente para regresar a casa.
Sin embargo, con la noche cayendo sobre la ciudad, y con todo lo que había caminado, no me fue posible hallar el punto de encuentro.
Me planteé dormir en cualquier parte, pero la presencia de los guardias me intimidaba, no sabía lo que podrían hacerme si me veían dormir en cualquier lugar de la ciudad que no estuviera habilitado para ello.
Ante tal tesitura, empecé a alejarme de los lugares concurridos y llenos de gente.
Afortunadamente, salí de la ciudad justo antes de que los guardias cerraran las puertas, y nadie me detuvo.
Ni siquiera sé cómo logré cruzar las puertas.
Para no pensar en mi cansancio, decidí caminar mecánicamente mientras recordaba todo lo que mi maestra me había enseñado hasta entonces sobre otras tierras, sus usos y costumbres.
Sin saber cómo, me encontré de pronto en un bosque, ante un extraño caserón.
Llamé a la puerta, y una anciana muy amable me atendió.
Todavía recuerdo que su casa estaba repleta de hierbas y flores.
Tanto ella como su casa desprendían un peculiar aroma floral.
La pobre mujer me dijo que ya no podía ir al bosque a por algunas plantas.
Aunque estaba preocupada porque no sabía nada de mi gente, también sabía que probablemente estarían durmiendo la borrachera en cualquier sitio, así que me ofrecí a ayudarle a cambio de pasar allí la noche.
La buena mujer aceptó.
Le pregunté qué plantas necesitaba, y cuando me lo dijo se dio cuenta de que no sabía nada de mí.
Comenzamos a hablar de hierbas, y sin saber cómo, compartimos nuestros conocimientos.
La noche se nos pasó en vela, charlando sobre hierbas y tomando tazas de infusiones y dulces caseros.
Al día siguiente, recogí las plantas para la mujer y regresé al caserón para dárselas.
Agradecida, me entregó una regadera tocada con el poder que todavía conservo, así como algunos pequeños obsequios.
La anciana me indicó cómo ir a los muelles.
Ya me dirigía hacia allí, pensando sin duda en la reprimenda que iba a recibir por desaparecer de aquella forma y sin permiso, cuando vi a un hombre rubio, bajito y que se parecía mucho a mí.
De pronto mi mente se quedó en blanco y comprendí de aquella extraña manera que aquel tipo era el que me había engendrado.
Durante años le había odiado con todas mis fuerzas por el daño que le había causado a mi madre.
Ahora, en cambio, sentía una extraña compasión por él cuya causa ni siquiera yo comprendía.
Estaba tirado en la calle y parecía muy enfermo.
La gente pasaba por su lado sin hacerle demasiado caso.
El poder me inhundó.
Yo había oído decir que se podía curar mediante el poder, y mi maestra me había dado algunas indicaciones, pero rara vez lo había utilizado de aquella forma.
Me acerqué al hombre, todavía llena de compasión por él, aunque no sabía muy bien de dónde me venía aquel sentimiento ni qué hacer con el poder.
--una lectora- susurró.
Yo sabía, por las lecciones de mi maestra, que era así como se llamaba en aquella tierra a las mujeres capaces de curar con hierbas y, quizá, con el poder.
Como no tenía mis hierbas a mano para curarlo y no tenía claro cómo usar el poder para aquello, sabiendo que podía ser peligroso para ambos, corté mi contacto con la fuente y asentí.
Le di un trago de agua de mis provisiones, dejando la cantimplora a su lado para que bebiera si quería, pues era lo único que podía hacer por él en aquel momento, y fui corriendo a buscar a una lectora.
Por suerte, había una tienda donde una mujer se dedicaba a tales menesteres de curación.
Le conté la apurada situación, y ella cogió sus hierbas y me acompañó.
--será mejor llevarlo a mi casa- sugirió.
Ella contrató a unos hombres para llevar al enfermo en una litera.
Cuando llegamos a su casa, los porteadores de la litera tumbaron al desconocido en un lecho y se marcharon.
Cuando cerraron la puerta, la lectora comenzó el proceso de curación del extraño.
Yo aplicaba los remedios que ella me pedía mientras ella utilizaba el poder para curar.
Me fascinaba observarla trabajar.
La mujer parecía muy concentrada y ambas guardábamos silencio.
Yo seguía sus indicaciones lo mejor que podía.
--Las hierbas calmarán su dolor mientras el poder actúa. Estoy agotada, necesito descansar. Él también dormirá un rato. Será mejor que lo dejemos descansar.
Ciertamente, el rostro de la lectora reflejaba un profundo cansancio.
--Os he visto trabajar y utilizar el poder, ¿queréis que siga intentándolo yo?.
--¿estás segura?, puede ser peligroso.
--Bueno, he curado a gente de mi pueblo antes, aunque no sé si era algo como esto, puedo intentarlo.
La mujer me miró muy seria.
--De acuerdo, pero si me necesitas, avísame, estaré en mi cuarto, al fondo del pasillo.
Entorné la puerta del cuarto cuando la lectora salió de él y comencé a trabajar.
Yo había visto cómo la mujer utilizaba el poder, ahondando en el cuerpo del paciente.
Concentrada, hice lo mismo que ella había hecho.
Noté cómo el cuerpo del hombre temblaba por efecto del poder.
Perdí la noción del tiempo y acabé muy cansada yo también.
--Ya es suficiente, ¿quieres un té?- inquirió la mujer en voz baja, poniéndome una mano en el ombro.
Yo me sobresalté y la miré.
--Buen trabajo, está mucho mejor- me felicitó la anciana.
--sí, quiero un té, supongo que me vendrá bien, gracias- dije con un hilo de voz.
Yo había dicho que sí por cortesía, pero iba a guardar toda clase de precauciones ante la desconocida.
Fuimos a la cocina, donde la anciana preparó dos tazas de té y me sirvió una.
Yo la olí y comprobé que no estuviera envenenada.
La mujer me miró enfadada.
--Sólo uso mis conocimientos para curar, no iba a envenenar a mi huésped- protestó.
--No os conozco- dije simplemente.
Por cierto, ya veo que sabes de hierbas. Me has ayudado muy bien y sin preguntar nada, así que las conoces- apuntó la lectora, tratando de rebajar la tensión.
--sí- respondí yo, que por un lado me sentía fascinada y por otro incómoda.
Me daba miedo tener que dejar para siempre a mi pueblo para ir a aprender aquellas habilidades con gente desconocida, aunque me encantaba curar.
--¿quién te enseñó?.
--mi maestra.
--y, por lo que veo, también encauzas- comentó la lectora.
--yo... no sé, un poco- mentí sin saber qué contestar.
--Si dices que has curado a gente, y te has ofrecido a ayudarme, haciéndolo muy bien, por cierto, eso no parece un poco. He observado tus flujos y son bastante fuertes. Quizá deberías ir a la torre blanca, allí te enseñarán lo que no sabes- me indicó la lectora.
Di tal salto de sorpresa que derramé el té de mi taza.
--¡no pienso ir allí!, me obligarán a quedarme y nunca volveré a mi tierra- grité.
--Cálmate, vas a despertar al paciente- me reconvino la anciana.
--lo siento- me disculpé ante la mujer, tratando de serenarme.
--tranquila, no importa.
--Pero usted podría decirle a alguna de esas mujeres que yo....
--No diré nada, a mí me va bien así. Sólo quiero una vida tranquila y en paz. Es cierto que debemos contar a las mujeres de la torre si vemos a alguna mujer capaz de encauzar cerca de nosotros, pero tú pareces forastera, a juzgar por tus ropas. Por tanto, supongo que te marcharás pronto y tal vez no volvamos a vernos, así que no te preocupes. No todas somos espías y chismosas. Mis labios están sellados. Sólo espero que no te arrepientas, el poder es algo muy peligroso si no se sabe controlar.
Aunque la mujer parecía hablar por experiencia propia, pues un velo de tristeza cubrió su rostro repentinamente, preferí no ahondar en el tema y lo dejé estar.
Por un lado me podía la curiosidad, pero por otro no quería meterme en la vida de aquella desconocida.
--Gracias por la recomendación. Espero que no me encuentren, la torre tiene mucha influencia, ahora mismo, sólo quiero desaparecer y volver con los míos. Efectivamente, espero partir pronto. En realidad, yo no debería estar aquí, mi gente me estará esperando o buscando preocupada, y me llevaré una buena bronca.
Yo no quería informar a la mujer de cosas que no le incumbían.
De pronto, nuestro paciente se había levantado de la cama sin que lo oyéramos, había bajado la escalera hasta la cocina y estaba detrás de mí.
--gracias por ayudarme- dijo.
Yo me sobresalté.
Giré la cabeza y lo miré.
Ahora no estaba tan segura de lo que mi don me había dicho.
Aunque fuera cierto, no sabría cómo decirle la verdad o cómo plantearle tantas preguntas como tenía que hacerle.
Al menos había ayudado a curarle y sobreviviría.
Después de aquello, la luz sabía qué ocurriría.
la rueda gira según sus designios.
--no iba a dejaros en la calle- me excusé.
--señora, debo marcharme- dije a la lectora-. Gracias por todo. Estoy en deuda con vos, si algún día necesitáis algo, buscadme y os ayudaré. Me llamo Mirihisa y soy de Tremalking. ¿quién sabe?, la rueda gira según sus designios.
Me levanté, sonreí a la mujer y al desconocido, y me dirigí a la puerta.
Yo había aprendido mucho de aquella mujer, aunque sólo fuera observando y trabajando a su lado.
Una nueva afición había nacido en mí, la curación.
Desde luego no iba a irme a la torre, pero trataría de aprender de quien fuera necesario dentro de mi pueblo, siempre que siguiera la senda de la luz, para curar a quienes lo necesitaran.
Tardé todavía algunas horas en encontrar a mi gente.
La bronca fue monumental, pero eso ya es otra historia.