(relato) Adiós, querida isla
Publicado: 20 Ene 2021, 20:52
participantes: Shania
Sentada en las rocas, en una playa de la costa de Tremalking, hay una muchacha joven, de unos 15 años. Su piel es oscura, y sus ojos negros muestran una profunda tristeza. El viento mece sus cabellos, sueltos sobre los hombros. Lleva unos pantalones azules, una blusa suelta clara y un fajín con bordados, que sujeta una pequeña daga a su cintura. Sus pies descalzos cuelgan sobre las olas que golpean con fuerza las rocas. Es Shania, y tiene la mirada perdida en el horizonte. Tanto esfuerzo, tanto trabajo, para nada. Está sola y sus mejillas están empapadas de lágrimas que no puede contener. Todo ha acabado y no es capaz de asumirlo. Ella nació débil y no hay nada que pueda remediar eso. Una encauzadora con un poder mediocre en una familia llena de mujeres fuertes y poderosas. Una muchacha algo lenta en medio de mujeres ágiles y diestras. Hace ya un año que debería haberse iniciado como detectora de vientos, pero ella nunca dio la talla. Nunca hizo las cosas suficientemente bien, suficientemente rápido. Su fuerza con el poder se estancó. Contempla con rabia el mar y una ráfaga de viento levanta gotitas. Aun siendo débil, puede hacerlo. Puede ser útil. Pero no la quieren. Su pueblo no la quiere. Se deshacen de ella como si no fuera nada. Sólo alguien que estorba.
Esa mañana le dijeron que podía ser útil. Que ayudaría a esconder a las demás detectoras de los ojos que todo lo ven de las aes Sedai. Que enviarla a ella a la torre protegía a sus hermanas.
Ella no quería proteger a nadie. Sólo quería ser detectora de vientos, navegar con su pueblo, llevar a sus barcos a los mejores puertos. Sólo quería cumplir su sueño y se lo habían robado. Con sólo unas palabras. Con miradas frías. Con intentos de convencerla de que era lo mejor que podía hacer por su pueblo. Se deshacían de ella y sólo podía aceptar, sonreír y fingir que le parecía bien.
Su madre había estado presente. La había mirado con los ojos inexpresivos. Fría, como todas las demás. De vuelta a su hogar, la había abrazado con fuerza, llorando por la pérdida de una hija. Abrazos y lágrimas que le sabían a ceniza. No la querían cerca, y eso era lo único que la joven muchacha podía ver en todo aquello. Las lágrimas de su madre no le servían de nada. Ella no la había protegido, no había cuidado de ella. Había renunciado a lo que supuestamente más quería, su hija. Porque era lenta. Porque era débil. Una niña insignificante en medio de tanto resplandor. Una lacra para la familia Din Shanine.
Inútil, inútil, inútil. Esta palabra se repetía a gritos en su mente. No sirves, no te quieren. Te echan de tu tierra. No verás el mar todas las mañanas. No surcarás las olas a bordo de tu pequeño velero. No olerán a sal tus ropas. No... no volverás jamás.
En casa la espera su familia, con una cena de despedida. Shania no se levanta. Juguetea con un pequeño objeto brillante que tiene en las manos, dándole vueltas obsesivamente. La noche cae, el fresco del mar entumece su cuerpo. A la mañana siguiente se despedirá del mar. De la arena, de la sal. Se despedirá de su mundo, de su tierra. Pero no de su gente. Esa que la rechaza, que la condena a vivir lejos, con los confinados. Esa que no la quiere, no merece sus palabras, sus lágrimas. Su despedida. La noche pasa, nadie acude a buscarla.
Cuando sale el sol, Shania se levanta. Se seca las últimas lágrimas con un pañuelo bordado, que arroja a las olas. Camina decidida hacia los muelles, donde espera el barco que la llevará a tar Valon. Su madre, sus hermanas y sus tías esperan en el muelle. Shania no las mira. Mantiene la mirada fija en las velas, avanza altiva y orgullosa. La llaman, pero no responde. No quiere mirarlas. Le duele, la vida le duele, su futuro incierto y triste la tortura, despacio, en silencio. Embarca, camina hacia el pequeño camarote que ocupará durante la travesía, cierra la puerta, y ya a solas, se derrumba sobre la pequeña y dura cama adosada a un lado del camarote, y rendida, rompe a llorar, apretando fuerte algo que guarda en el puño.
Sentada en las rocas, en una playa de la costa de Tremalking, hay una muchacha joven, de unos 15 años. Su piel es oscura, y sus ojos negros muestran una profunda tristeza. El viento mece sus cabellos, sueltos sobre los hombros. Lleva unos pantalones azules, una blusa suelta clara y un fajín con bordados, que sujeta una pequeña daga a su cintura. Sus pies descalzos cuelgan sobre las olas que golpean con fuerza las rocas. Es Shania, y tiene la mirada perdida en el horizonte. Tanto esfuerzo, tanto trabajo, para nada. Está sola y sus mejillas están empapadas de lágrimas que no puede contener. Todo ha acabado y no es capaz de asumirlo. Ella nació débil y no hay nada que pueda remediar eso. Una encauzadora con un poder mediocre en una familia llena de mujeres fuertes y poderosas. Una muchacha algo lenta en medio de mujeres ágiles y diestras. Hace ya un año que debería haberse iniciado como detectora de vientos, pero ella nunca dio la talla. Nunca hizo las cosas suficientemente bien, suficientemente rápido. Su fuerza con el poder se estancó. Contempla con rabia el mar y una ráfaga de viento levanta gotitas. Aun siendo débil, puede hacerlo. Puede ser útil. Pero no la quieren. Su pueblo no la quiere. Se deshacen de ella como si no fuera nada. Sólo alguien que estorba.
Esa mañana le dijeron que podía ser útil. Que ayudaría a esconder a las demás detectoras de los ojos que todo lo ven de las aes Sedai. Que enviarla a ella a la torre protegía a sus hermanas.
Ella no quería proteger a nadie. Sólo quería ser detectora de vientos, navegar con su pueblo, llevar a sus barcos a los mejores puertos. Sólo quería cumplir su sueño y se lo habían robado. Con sólo unas palabras. Con miradas frías. Con intentos de convencerla de que era lo mejor que podía hacer por su pueblo. Se deshacían de ella y sólo podía aceptar, sonreír y fingir que le parecía bien.
Su madre había estado presente. La había mirado con los ojos inexpresivos. Fría, como todas las demás. De vuelta a su hogar, la había abrazado con fuerza, llorando por la pérdida de una hija. Abrazos y lágrimas que le sabían a ceniza. No la querían cerca, y eso era lo único que la joven muchacha podía ver en todo aquello. Las lágrimas de su madre no le servían de nada. Ella no la había protegido, no había cuidado de ella. Había renunciado a lo que supuestamente más quería, su hija. Porque era lenta. Porque era débil. Una niña insignificante en medio de tanto resplandor. Una lacra para la familia Din Shanine.
Inútil, inútil, inútil. Esta palabra se repetía a gritos en su mente. No sirves, no te quieren. Te echan de tu tierra. No verás el mar todas las mañanas. No surcarás las olas a bordo de tu pequeño velero. No olerán a sal tus ropas. No... no volverás jamás.
En casa la espera su familia, con una cena de despedida. Shania no se levanta. Juguetea con un pequeño objeto brillante que tiene en las manos, dándole vueltas obsesivamente. La noche cae, el fresco del mar entumece su cuerpo. A la mañana siguiente se despedirá del mar. De la arena, de la sal. Se despedirá de su mundo, de su tierra. Pero no de su gente. Esa que la rechaza, que la condena a vivir lejos, con los confinados. Esa que no la quiere, no merece sus palabras, sus lágrimas. Su despedida. La noche pasa, nadie acude a buscarla.
Cuando sale el sol, Shania se levanta. Se seca las últimas lágrimas con un pañuelo bordado, que arroja a las olas. Camina decidida hacia los muelles, donde espera el barco que la llevará a tar Valon. Su madre, sus hermanas y sus tías esperan en el muelle. Shania no las mira. Mantiene la mirada fija en las velas, avanza altiva y orgullosa. La llaman, pero no responde. No quiere mirarlas. Le duele, la vida le duele, su futuro incierto y triste la tortura, despacio, en silencio. Embarca, camina hacia el pequeño camarote que ocupará durante la travesía, cierra la puerta, y ya a solas, se derrumba sobre la pequeña y dura cama adosada a un lado del camarote, y rendida, rompe a llorar, apretando fuerte algo que guarda en el puño.