El destino de Aenyd (Relato)

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Shaeden
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El destino de Aenyd (Relato)

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El destino de Aenyd (Relato)
Participantes que se encontrarán: Aenyd, Visoreina, Nyd, y alguno más.
Punto de vista enteramente de Aenyd.
Primera parte y aclaraciones
Esta es la historia de Aenyd tras decidir remortear.
Intenté explicar aquí una parte de por qué ahora encauza, y por qué perdió todo lo que tenía para darle más “sentido” (nótense las comillas) a su historia. Por lo que podríamos decir que esta nueva historia es totalmente parte de la Aenyd remort.
Además, serán 13 relatos en total, pues para hacer uno solo habría sido demasiado largo.
Así que aunque sea una historia, la escribí en 13 partes. Allá vamos.

Primera parte
Los sueños, a cada punto más vívidos, se sucedían impostergables las últimas semanas. La fiebre, el dolor, la simple agonía de seguir viva.
La deshonra, el fracaso, el orgullo quebrado cual vil vidrio.
Aenyd, en su exceso de confianza, había fallado.
La gloria de la victoria incesante se opacaba de forma insólita ante la desgracia de un fracaso. Un fracaso que la había llevado cerca de la muerte más que nunca antes.
Las imágenes volvían a aparecer en su mente. Aquel extraño, apareciendo rodeado de una titilante luz. El individuo había hablado.
- ¿Estás dispuesta para un trabajo?-Ella, sorprendida por la pasmosa facilidad con la que dicho sujeto había aparecido ante ella trató de no demostrar sorpresa, y se mostró dispuesta. Después de todo, ¿Qué era la vida si no un constante trabajo?
- Lo haré- Dijo finalmente cuando los detalles fueron explicados. Una sensación incómoda bajaba por su garganta al pensar en la tarea que se avecinaba. No era miedo, pues Aenyd era casi ajena a esta sensación desde hace ya tiempo. Pero aún así…
--Lo haré—Se dijo esta vez para sí misma
Todo ocurriría en una semana, por lo que se dispuso a dejar todo preparado. Despachó algunas órdenes, y se dispuso a tomar sus correspondientes diez horas de sueño.
Tras seis días de espera, y múltiples repasos al plan en su mente, finalmente era la noche previa. Y sin embargo, no había resultado suficiente para tranquilizarla del todo. Taconeó con impaciencia por su necedad, y por enésima vez, se preguntó por qué estaba nerviosa. ¡Solo era un trabajo más!
Pero no, no era solo eso. La persona, el ser a quien la habían enviado a dar muerte no era, ni mucho menos, simplemente una persona; era algo más, algo antiguo y temible. Aenyd recordó las historias de niña, contadas por su madre.
Aquella madre llena de secretos, de amor a su hija y de recuerdos… Recuerdos insondables, imposibles de imaginar. Pero… ¿Por qué estaba pensando en su madre? Ella se había ido hace años, había abandonado a Aenyd… No, no necesariamente. Ella simplemente había partido en búsqueda de respuestas… De respuestas y de algo más.
Aenyd movió la cabeza con impaciencia y se centró en su tarea de nuevo. ¿Por qué pensaba de nuevo en su madre?
Sí, ella le había enseñado todo lo que sabía, ya fuese de forma voluntaria durante sus adiestramientos constantes, o de forma involuntaria por aquello de su personalidad que había plasmado en Aenyd.
SI realizaría esta tarea, lo haría gracias a su madre y sobre todo, gracias a Aenyd misma.
Tras algunos días de extrañeza, al fin se sosegó y pudo proseguir conforme al plan.


Shaeden
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Segunda parte
Era el día del trabajo. Aenyd estaba lista. No por primera vez, se preguntó qué estaría tramando aquel hombre que la había contactado. Aunque… ¿Era realmente un hombre? Sabía que el grupo al que pertenecía tenía habilidades que ella apenas y entendía, y que difícilmente comprendería. A buen seguro, si era un hombre o una mujer, ella no tenía forma de enterarse… por ahora.
El miedo se había ido, y solo persistía la curiosidad. Se preguntó a qué obedecía realmente el objetivo de dicho ser, de dichos seres. En un mundo próximo al fracaso en su lucha contra la sombra, o en un mundo en el que la sombra volvería a ser contenida, ¿Realmente qué le importaba eso a Aenyd? Ella no tenía postura alguna en lo que respectaba a esta lucha eterna e interminable. Sus seres queridos eran contados y estaban a salvo, o al menos tanto como sus propias habilidades pudieran permitírselo, y Aenyd se valía por sí misma. Existir era efímero, pero deseado. Y Aenyd sabía existir.
Y sobre todo, sabía cortar el hilo de la existencia de los demás. ¿Qué más daba si era un antiguo ser? Un renegado, un elegido o como quiera que les llamaran? Su madre (nuevamente pensaba en su madre) le había explicado que el mundo estaba condenado a caer en la sombra, y a resguardarse en la luz. Ambas cosas pasarían, o ambas cosas habían pasado… Y lo único importante era existir y garantizar la existencia de esto cuando llegara el momento.
Y sin embargo… Su madre había dicho eso, pero había sucumbido. O al menos, eso imaginaba Aenyd, pues ella nunca había regresado de aquella torre.
Shaeden
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Tercera parte
Aenyd volvió a impacientarse, pero apenas tuvo tiempo de reprenderse a sí misma. El sujeto apareció de nuevo, envuelto en sombras e imperturbable.
--Espero que estés lista, niña—
Aenyd se irguió.
--Todo ocurrirá dentro de algunos minutos--.
Tras decir esto, abrió uno de aquellos accesos que servían para desplazarse de un lugar a otro. Aenyd no le temía al poder único, si bien tampoco lo subestimaba. Mucho menos aquel día.
Aenyd cruzó el acceso, mientras escuchaba decir al ser: recuerda, se reunirán aquí. Él supone que tú eres una de sus marionetas mal empleadas, pero tu trabajo será que se lleve una sorpresa. Pero recuérdalo, es como si me intentaras matar a mí… Le pareció notar cierto regocijo en las palabras de aquel ser.
Sin embargo, lo ignoró y se dispuso a esperar.

Tras lo que le pareció un exceso de impuntualidad, comenzó a notar una línea deslumbrante que se hacía más y más grande. El momento había llegado.
Al fin lo tenía frente a frente. Nuevamente se preguntó quién sería. Conocía algunos nombres, pero también sabía que algunos otros no eran ya lo que una vez fueron…
Aenyd se puso de hinojos mientras decía: -Insigne señora—
El ser, la renegada, la elegida… O… el ¿Elegido? Rio y dijo: qué novedades me tienes, criatura? Han avanzado los planes para recuperar esa torre negra?
--Estará complacida de saberlo, insigne señora. Los planes marchan según lo previsto, y pronto será parte entera de las filas de la sombra.
A propósito de ello… Me han pedido que le entregue este objeto…
Y tras decir esto, muchas cosas pasaron al mismo tiempo. Aenyd tomó aquel instrumento largo y plateado, que el anterior individuo le había entregado y se lo tendió a la renegada. Esta distrajo su atención un momento en el objeto, y Aenyd vio su oportunidad.
Lanzó a la renegada uno de aquellos pequeños artefactos cuyo cometido era formar pequeñas explosiones. A continuación, saltó y dio una pirueta, para colocarse a un lado de la renegada. Le lanzó con una mano otro artefacto explosivo, mientras de su manga opuesta hacía salir en rápida sucesión tres dagas. Una se clavó en la pierna de la renegada, mientras que la otra acertó en su brazo. Sin embargo, la última fue detenida de forma que pareciera que algo invisible la había sujetado.
Aenyd comenzó su propia danza de la muerte, pues sabía que por unos escasos segundos la había tomado desprevenida. Atacó frenéticamente con sus dagas, al tiempo que lanzaba algunas explosiones.
Se sentía exultante, como siempre que realizaba una tarea.
La renegada comenzaba a recuperar el control de sí misma.
-¡Imbécil, quién te ha enviado!—
--No te preocupes, tú misma me lo dirás mientras me encargo de ti, y suplicarás que te deje servirme antes de matarte—Quizá lo haga, pero algo sí es seguro. Tú morirás.
El bosque en el que estaban no ofrecía la protección que Aenyd hubiese deseado. Y sin embargo, ante el poder único no había protección alguna más que el propio poder, y el ingenio. Un árbol explotó en llamas, mientras una roca se desintegraba en miles de fragmentos que intentaban alcanzar a Aenyd.
Ella se había enfrentado con muchos encauzadores anteriormente, y más importante, había matado a todos. Pero esto era diferente y ella lo sabía. Un solo error, y estaría muerta antes de siquiera notar que se había equivocado…
Sintió que una corriente de aire intentaba sujetarla del cabello, pero Aenyd era rápida y sabía cómo enfrentar a encauzadores.
Dio un salto hacia atrás y giró sobre sí misma en el aire. Y finalmente, una de sus dagas atravesó el pecho de la renegada, al tiempo que la otra se clavaba en su costado.
Ahora solo debía…
Sin previo aviso, un acceso se abrió y Aenyd reaccionó apenas. Notó como una considerable parte de su cabello se desvanecía, pero no pudo sentir la más mínima pena por ello. El suelo bajo ella se abrió mientras el fuego incendiaba todo a su alrededor.
Y Aenyd cayó. Se puso de pie rápidamente, mientras buscaba una nueva estrategia, pero comenzaba a sentir ansiedad. No existían segundas oportunidades ante una batalla así…
Última edición por Shaeden el 10 Feb 2021, 18:30, editado 1 vez en total.
Shaeden
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Cuarta parte
Se preguntaba por qué no había muerto aún, pero intentó levantarse. El suelo la aprisionaba y comenzaba a quedarse sin opciones. Vio a la renegada avanzar hacia ella, y supuso que todo había terminado.
Fuiste muy estúpida al intentar algo así. Pero la renegada trastabilló súbitamente, llevándose ambas manos al pecho. Aenyd notó que sangraba.
-Lograste herirme, dijo fríamente. Podría haber muerto. Y sin embargo, quien morirá serás tú.
No obstante, Aenyd la notaba cada vez más vacilante. Sabía que las heridas que le había provocado debilitarían a cualquiera.
-Muere—Dijo la renegada mientras comenzaba a toser sangre.
Y entonces aenyd se sintió sin fuerzas, mientras sentía sus músculos desgarrarse.
La piedra la comprimió más, como si fuese un monstruo hambriento intentando engullirla. Las llamas la alcanzaron de manera antinatural, como cercándola poco a poco, quemándola lentamente. Y finalmente, solo vio la línea brillante de un acceso mientras este aparecía y la renegada lo cruzaba tambaleante.
--He muerto—Dijo Aenyd, y se entregó a los brazos de la muerte, que parecía ser una criatura de sangre y fuego.
Última edición por Shaeden el 10 Feb 2021, 18:37, editado 1 vez en total.
Shaeden
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Re: El destino de Aenyd (Relato)

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V
Aenyd despertó. El paso del tiempo no tenía significado alguno. La tierra donde yacía le parecía ardiente, lacerante. Su cuerpo se quemaba… O al menos, eso le parecía. Intentó moverse, mientras escupía sangre al toser.
--No puede ser, dijo. He fallado también en morir.
Intentó moverse, incorporarse… Pero su cuerpo no obedecía sus órdenes.
Tras un último intento fallido por moverse, volvió a perder el conocimiento. Finalmente, despertó mientras escuchaba una voz decirle: has fallado.
Su cuerpo era un tormento.
--YO, COMENZÓ A DECIR--…
No esperaba que lo consiguieras, por supuesto… pero era una opción. Te he regresado un poco de vitalidad, pero únicamente para expresarte mi desdén. Si vives, no volverás a hacer ningún trabajo tan desastroso como este. Ni ningún otro, a decir verdad.
Así que… Vive.
Aenyd sintió elevarse en el aire, mientras un acceso se formaba.
-¡Vive, estúpida! ¡Vive con tu miseria y tu fracaso!—
Otra ráfaga de aire la lanzó a través del acceso, y Aenyd cayó.
Sus ojos se cerraron mientras la desesperación la invadía. Y nuevamente, la inconsciencia se apoderó de ella.
Shaeden
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VI
Aenyd revivió nuevamente lo ocurrido. Era atormentada una y otra vez por el fracaso. Aquel fracaso que había destrozado su cuerpo y atormentaba su mente. El dolor físico no era nada en comparación con el de la derrota. La carne viva que le recordaba que había fallado, no era nada en comparación con los cristales de desesperación que le laceraban la mente, el orgullo, su propia razón de ser.
He fallado, se dijo por enésima vez.
La habían abandonado a las afueras de la ciudad de mayene, donde finalmente, y tras una cantidad de tiempo que le fue imposible medir, la habían encontrado.
Un aldeano la había entregado a uno de sus hombres, que finalmente la había traspasado cual costal a manos de su amiga, visoreina. Y aquí se encontraba, descansando con todo lujo en una habitación que le parecía insulsa, insignificante. Nada la haría complacerse más que morir de forma abrupta y sin más dilación.
Se sumergía por momentos en la densa bruma del sueño; ¡Ah! Cómo ansiaba refugiarse en la apacible y pesada dulzura de la inconsciencia. Y aún allí, a veces el sufrimiento la alcanzaba. No había nada que la salvara de las pesadillas, pues éstas no eran producto de una mente activa durante el sueño, ni una representación de sus más grandes temores. Sus pesadillas eran seguir viva, y repetir su sufrimiento una y otra vez.
Tras dos semanas, en las que su cuerpo quemado, desfigurado y ya inservible le recordaba su miseria, Dijo a Visoreina por enésima vez. Si no estás dispuesta a matarme…
Pero esta la cortó como siempre que tocaba el tema.
--Ambas sabíamos que esto podría pasar en cualquier momento. Esta es la vida que elegimos. Podrás retirarte con todos los honores posibles y yo dispondré de todo para que vivas cómodamente. El gremio nunca te avandonará.
--¿Cómodamente? Dijo Aenyd. Con este maldito cuerpo, esta debilidad, esta...—
--Calla, y demuestra compostura. Desde que tu madre desapareció y nos conocimos, prometimos que cuidaríamos una de otra. Y pienso cumplir esa promesa.
Visoreina se fue, dejando sola a Aenyd de nuevo.
-Tonterías, pensó, mientras suspiraba causándole dolor a sus ya débiles pulmones. Estoy por morir y lo sabe. Me pregunto si tan solo hubiese estado más preparada, más lista para algo así, si mi madre me hubiera preparado mejor o yo le hubiese puesto más atención… Si tan solo hubiese sabido más de ella, o hubiese sido menos orgullosa… Si supiera más del poder único, y si no sintiera sucumbir mi cuerpo cada vez que esfuerzo demasiado mi mente. ¡SI tan solo Visoreina aceptara matarme!
--Este es mi final. No me queda nada. Y tras este último y funesto pensamiento, la inconsciencia nuevamente la apresó.
Shaeden
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Re: El destino de Aenyd (Relato)

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VII
En la tercera semana tras su fracaso, Aenyd se encontraba despierta nuevamente. Volvía a pensar en su madre y en sus orígenes. Había llegado a estas tierras huyendo de lo que se le exigía por no estar dispuesta a sacrificarse así de sencillo. Su madre quería ser más fuerte, y sobre todo, quería a su hija. Aenyd recordó por un momento las historias de su madre, de aquel país del que había huido. Co’dansin, lo llamaba a veces, y algunas otras explicaba que algunos otros lo llamaban Kigali.
Su madre decía que era una tierra hermosa, rica y pacífica… Mientras no desobedecieras lo establecido. En tanto no contravinieras las antiguas costumbres, era un buen lugar para vivir, dedicarse al comercio, y obedecer la voluntad del entramado. Había llegado con ella cuando Aenyd seguía siendo un bebé, y esto no le permitía a Aenyd recordar nada de su verdadero origen.
Su madre le explicó que su pueblo exigía una obediencia absoluta, y que cualquier violación al orden acreditaba la muerte inmediata. Y que ella había desobedecido algunas de las leyes más estrictas en aquel país. Había intentado escapar con el padre de Aenyd, y mencionado que tenía prohibido tener relación alguna con él, pues no tenía tatuajes… Pero, ¿Para qué servían esos tatuajes? Los recuerdos de Aenyd se tornaban nebulosos y confusos. Pero intentar recordar todo era lo único que la mantenía distraída, casi ajena a su dolor. Su madre había prometido que la instruiría en algo más cuando tuviese una mayor edad, algo que se le escapaba a Aenyd en su delirio.
Solo sabía algo… su tierra de nacimiento estaba más allá… Más allá del yermo de aiel.
Pero poco podría saber ya de aquello, su madre se había ido, su madre desapareció intentando hacerse más fuerte… Su madre había entrado en aquella torre de metal y nunca había vuelto…
--Escúchame, hija. Estoy por dar el último paso hacia la consecución de mi objetivo al escapar de nuestra tierra. Emprenderé mi último viaje, con el objetivo de volver y poder protegerte mejor. Quizá un día podamos volver y quizá mi predicción… Quizá lo visto en la ciudad de los sueños pueda tener otro destino. SI no volviera… Sé fuerte, mi amada hija. Y si no volviera… Recuerda aquel juego de niños. Recuerda a dónde he ido y recuerda que lo hice por ti.
Y sobre todo, recuerda que a nuestro pueblo no le interesan conceptos tan absurdos como el bien o el mal.
Después de aquello, Aenyd no había vuelto a verla. Y sin embargo, la recordaba cada vez más y más. Debía tomar una decisión pronto.
Última edición por Shaeden el 27 Feb 2021, 04:44, editado 1 vez en total.
Shaeden
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Re: El destino de Aenyd (Relato)

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VIII
Regrésame toda la energía que puedas, pues sé que mi cuerpo es prácticamente inútil ya.
Nyd la sujetó por un momento, mientras Aenyd se sacudía sintiendo un frío abrumador.
Tras unos instantes, logró ponerse de pie de nuevo, aunque sabía que no era nada.
-No necesitaré nada más, solo llévame a donde te he pedido, Nyd.
--¿Estás segura de esto? Podrías….-
--¿Morir? Nyd, estoy muerta, únicamente me resisto a aceptarlo. No le temo a la muerte, ni mucho menos al dolor. Si desaparezco, lo haré igual que mi madre y eso será todo. No me interesa vivir con esta debilidad. Hazlo--.
Nyd asintió, al tiempo que un acceso más se abría dejando ver una escena de una tranquilidad incompatible con la que Aenyd sentía.
Tras cruzar el acceso, Se dio la vuelta y miró a Nyd. Necesitaré que uses en mi aquel tejido que hace desaparecer todo el cansancio.
No puedo darme el lujo de sentir que me desplomaré al próximo paso que dé, nyd.
Nyd abrió la boca como si fuese a decir algo, pero Aenyd, con un deje impaciente en la voz la acalló.
Guarda cualquier comentario que quieras decir sobre que no es una buena idea, pues ahora mismo nada es una buena idea para mi mientras no implique escoger mi lápida yo misma, y evitar que pongan cualquier piedra ridícula con palabras vacías.
Nyd abrió la boca, pero asintió. Tomó a su amiga nuevamente y tras unos segundos, Aenyd pareció más viva, más fuerte, o al menos tanto como un cadáver reanimado.
Regresa aquí cada día a esta misma hora. No tengo idea de cuanto pueda tardarme, pero el hecho es que si no he vuelto en 3 días, dame por muerta y no me dediques un solo pensamiento más… A menos que sea un pensamiento feliz.
Nyd asintió, y tras un fugaz abrazo, cruzó el acceso de vuelta. No podía permitirse que aquella figura se adueñara de los recuerdos de su amiga.
Allí quedó Aenyd, con la mirada fija hacia un punto lejano, más allá de los distantes árboles que la circundaban.
Shaeden
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Re: El destino de Aenyd (Relato)

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IX
Aenyd miró a su alrededor finalmente. Se encontraba en una hermosa llanada circundada por un caudaloso río. A lo lejos, se apreciaban árboles y una vegetación un tanto más abundante, pero no era un denso bosque.
Y allá, entre los árboles, como augurio de un mal presagio, se encontraba inmutable, aquella torre. Aquella torre descrita por su madre hace tanto tiempo, tan conocida por capitanes de barcos que la utilizaban como referencia, o por viajeros que le temían por parecer una reliquia de tiempos que no alcanzaban a comprender.
Aenyd la temía, pues sentía que era aquello que le quitó a su madre lo que le parecía ya una eternidad atrás.
Y sin embargo, se encaminó hacia ella. Parecía de metal bruñido, destellante bajo el sol del medio día. Y para Aenyd fue una mayor sorpresa cuando utilizando el reflejo causado por el metal, logró ver en lo que se había convertido.
Un grito brotó de su garganta, pues su belleza había desaparecido. Su cabello era inexistente, su piel parecía quebradiza y opaca, y apenas y tenía rastro de lo que fue en algún momento su boca y su nariz. Su rostro era una aberración, y casi quiso desplomarse allí mismo y ser devorada por los insectos y gusanos del bosque. Pero se obligó a seguir. Si tan solo pudiera…
Mientras la torre se aproximaba a su encuentro de manera inexorable, Aenyd tomó un cuchillo de bronce. Era la única arma que había decidido llevar.
Tras ímprobos esfuerzos, al fin había recordado algunas cosas más dichas por su madre, durante aquellos prolongados momentos de delirios. Ella había escapado de los Ayyad y de sus confinadas ciudades prisión. Además, la relación con el padre de Aenyd había causado la muerte de este segundo, y por poco la de Aenyd. Pero su madre había escapado, con un poco de ayuda y mucha suerte. Y las había salvado a ambas.
Su madre era por supuesto, una ayyad, y si bien tenía algunos años de entrenamiento, sus habilidades no habían alcanzado a perfeccionarse hasta donde Aenyd sabía..
Y sin embargo, su madre se había ido antes de entrenar a Aenyd como una Ayyad, fuese poco o mucho el conocimiento que podría haberle transmitido. Aenyd nunca demostró siquiera capacidad alguna de utilizar el poder único.
--Terminaré con esto, dijo mientras algo parecido a una sonrisa aparecía, deforme y antinatural en su maltrecha cara. De uno u otro modo terminaré con esto.
Al fin encaró la torre, e hizo lo que su madre le había explicado. Presionó con la punta del cuchillo en la superficie de la torre, y dibujó un triángulo invertido; a continuación, una línea ondulante que cruzaba el triángulo, como en aquel juego tan conocido por los niños. Mientras lo hacía, se preguntó cómo había sabido su madre qué hacer y dónde hacerlo… No se lo había dicho, ¿O sí?
Aenyd rió suavemente al pensar que su destino comenzaba como un juego imposible de ganar.
Tras unos segundos, y tras pensar por un instante que había fallado, una línea de luz apareció en el lugar del triángulo. Y a través del espacio, solamente oscuridad.
Estoy por entregar todo lo que me queda, dijo en voz baja. Y avanzó.
Shaeden
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Re: El destino de Aenyd (Relato)

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X
Aenyd dio un paso, mientras cerraba los deslucidos ojos y se internó en la oscuridad que contrastaba con la momentánea ceguera a la que se había expuesto tras aparecer el triángulo abierto en la superficie de la torre.
Se internó en un corredor de forma triangular, y de improvisto, se encontró en un lugar extraño.
Se hallaba en una cámara de forma octagonal, que parecía asimétrica por momentos y demasiado perfecta cuando se le miraba una segunda vez. El piso, de mosaicos en forma de medias lunas parecía vibrar a la vista, pero no tenía ningún efecto en la sensación de estabilidad del suelo. Cuando se volvía a mirar, la cámara se había vuelto irregular de nuevo
La estancia brillaba levemente con una trémula luz que, parecía por momentos adoptar diversas formas imposibles, mientras que el techo parecía alejarse más y más conforme Aenyd intentaba fijar su mirada en él.
¿En dónde demonios me he metido? Se preguntó. Pero como era inútil vivir en el desconcierto generado por su duda y la miseria instigada por su vacilante curiosidad, decidió conformarse con su destino.
Avanzó más allá, cruzando una cámara tras otra. En su caminar se dio cuenta de los detalles que, parecían mutar a cada paso que daba. Por aquí, veía una llama que le recordaba al fuego con el que la habían quemado. Allá, una luz parecía adoptar la forma de un engendro de la sombra. Más allá, el reflejo causado por un extraño cristal que adornaba algunas estancias le parecía devolverle a veces su reflejo desfigurado, a veces el reflejo que la había acompañado por tantos años, y en ocasiones también, el rostro de su madre.
Este último siempre le llenaba el corazón de una extraña fuerza y una abrumadora nostalgia, pero se decidía cada vez más a prestar menos atención a lo imposible de la realidad vivida en aquel lugar.
Continuó su recorrido durante un largo tiempo, hasta que finalmente, escuchó una cadenciosa respiración a su espalda, y se paró en seco.
Se giró sobre sus talones, y observó a un alto hombre… O algo más, en cuanto pudo apreciarlo a detalle.
Era una figura alta, de cabello corto y rojizo. Las orejas, puntiagudas, se pegaban a su cráneo y sus anchos hombros contrastaban con una estrecha cintura. Sus movimientos eran parsimoniosos, elegantes. Y su voz parecía un sordo gruñido.
Además, Aenyd advirtió que se cubría el torso con unas extrañas correas de piel a las que no vio a detalle en primera instancia. Comenzaba a sentirse cansada, muy cansada.
--¿Cumples el pacto? ¿Traes hierro, música o fuego?—
Éstas palabras sonaron extrañas, dichas de forma plana, sin acento reconocible y con una extraña cadencia en las palabras.
Traigo lo que puedes ver, y nada más.
El ser asintió, y Aenyd se preguntó de qué sería la blanca piel que conformaba las correas que le cruzaban el pecho.
Aenyd recordaba algunas cosas dichas por su madre, por lo que dijo: --deseo ir al lugar en donde se hacen los acuerdos. Tengo algo que ofrecerles, y necesito pactar. Llévame—
El extraño individuo se ajustó las correas y le hizo un gesto para que lo siguiera.
La condujo por corredores zigzagueantes, escaleras que subían y bajaban y sin embargo, conducían a estancias distintas.
Aenyd veía por las ventanas y encontraba lo que parecía un bosque de grandes árboles de un extraño color negro brillante a las afueras de lo que supuso, sería una torre. Además, alcanzaba a ver dos torres más a la lejanía, y se preguntó cómo funcionaría aquel mundo, pues no podría ser otra cosa sino otro mundo. El paraje que observaba fuera de la torre no podía ser nada de aquel mundo de donde Aenyd procedía.
Pero continuó caminando, agradeciendo que Nyd la hubiera ayudado a sobreponerse a lo exhausto de su maltrecho cuerpo. No obstante, cada vez se sentía más próxima a su límite.
Finalmente, tras lo que parecieron horas, llegaron a una nueva cámara.
Era evidente que la estancia tenía forma de estrella, ocho puntas y un solo acceso. Las brillantes líneas amarillas que conformaban la estrella corrían a lo largo de las aristas de la sala, y ocho pedestales vacíos se erguían negros y ominosos, uno en cada punta.
Había llegado, estaba cerca del final.
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