(Relato) Historia Nadir
Publicado: 12 Feb 2021, 02:28
Historia Nadir:
Desde pequeño siempre fui diferente.
Huérfano de padre y madre, me dejaron en el dintel de una casa cualquiera en Ebou Dar.
Nunca supe de donde vine. Solo obtuve esa pequeña confesión de mis padres adoptivos cuando me descubrieron realizando actos que según ellos ningún niño debería hacer.
Para mi solo eran juegos, solo eran travesuras, pero más tarde comprobé que esos juegos, que esas travesuras, me llevaron a ser quien soy hoy.
No me jacto de ser el mejor ni mucho menos, solo sé que mi afán por aprender me lleva hacer uno de los más rápidos al aprender algo, al entender.
Paso a contarles algo de mi vida cuando era niño.
Nací (no sé dónde) nunca lo supe, ni supieron decirme, solo sé que quienes me acogieron, quienes me cuidaron lo hicieron con el mayor amor, y enseñándome lo mejor que pudieron.
No éramos una familia muy acomodada, pero el pequeño comercio de tintes de mi padre nos permitía poder comer y cubrir nuestras necesidades.
Mis hermanos mayores también solían ira pescar para colaborar, aparte de entrenarse para un día entrar a la guardia de la ciudad.
Es ahí. Donde empieza todo...
Al ver a mi madre Abriendo en canal a esos peces, limpiándolos, cortándolos y quitando todo de su interior...
Comenzó a llamarme la atención.
Asique cada vez que ella lo hacía... yo estaba ahí, subido a mi pequeño banco de madera, observando, tratando de copiar todos sus movimientos, pues lo que ella hacía para mi era un arte.
Un arte sutil, saber dónde cortar... donde clavar aquel cuchillo...
Mi madre era una mujer de carácter fuerte, y muy estricta.
Ahí comencé. Así luego de ver ese (para mi arte sutil), fue que comencé a practicar. Ella siempre me veía observarla, y a mi corta edad le dije quería ayudarla.
Se dedicó a adiestrarme, a mostrarme cada una de las maneras de abrir y limpiar esos peces.
Así que aprendí, pero no conforme ya con ver peces abiertos y entender cómo, dónde y cuál sería el mejor lugar para cortar..., me dediqué a practicar, a ver, a realizar aquel sutil arte en pequeños animales: Ratas, cuervos, palomas y gallinas.
Todo aquel pequeño animal con el cual me pudiese esconder y poner en práctica mis conocimientos.
Hasta que un día ya no podía seguir entrenando mis manos, ni saber con esos pequeños animales. Necesitaba algo más…
Algo grande. Me atraparon abriendo en canal a dos gatos diferentes.
Deseaba saber por qué su diferencia en color, en ojos. Si su interior tenía algo diferente.
Para ese entonces mi comportamiento había cambiado, era más reservado, más frío; poco me importaba lanzar las tripas donde cualquiera pudiese encontrarlas... y hasta hacerle alguna que otra broma a las niñas en las plazas.
Ese día fue un punto de quiebre. Me prohibieron todo contacto con los puñales, con cualquier arma punzo cortante. Yo no quería dejar de entrenar mi habilidad. Para mi eso ya era un arte, tal y como lo hacía mi madre.
Comencé a escaparme, a robar algún que otro puñal de los tenderos.
Así fui armando mi pequeña colección de armas, no eran armas sofisticadas, ni mucho menos valiosas. Pero si útiles. Me servían para abrir en canal los animales que yo quisiera...
Un día no volví a mi supuestamente hogar. Fue al día siguiente de cumplir 6 años. Esa noche había llegado a casa presurosa, y con mis zapatos manchados con sangre.
Mis hermanos me lo vieron y por supuesto me acusaron con mis padres.
Ahí fue cuando me enteré que yo no pertenecía a esa familia, que era diferente. Que como decían mis hermanos era raro.
Esa noche cogí un morral grande que mi padre guardaba para los largos viajes en que iba a conseguir las hierbas para crear las tintas. Lo cargué con mis ropas, comida para varios días, mis armas y unas monedas que le quité a mi padre del comercio.
Así fue que emprendí mi vida, con apenas un morral con lo mínimo indispensable y mi sutil arte.
Lo había perfeccionado, no solo podía abrir animales en canal, limpiarlos y demás, sino que, por mi pequeña complexión física a esa edad, podía tranquilamente hacerme con bolsas cargadas de oro y así mantenerme.
Por supuesto no me quedé en la ciudad.
Emprendí el camino escondido en una carreta, caminé por calzadas. Y así fui alejándome de mi familia, de mis recuerdos, pero de quien jamás me alejé, fue de mi sutil arte, el de saber dónde, cuando, como y porqué cortar en tal o cual lugar del cuerpo de un animal.
Dos años después pude conseguir un pequeño trabajo con un carnicero en Baerlon.
Ahí todavía logré perfeccionar más mis dotes: abriendo vacas, toros... lo que mi jefe pusiera delante.
Un día en el que yo realizaba mi labor, una pequeña puerta trasera que había en el lugar se abrió imperceptiblemente, pero según mi jefe solo había sido el viento.
Yo presentía que no, mis ojos entrenados para realizar los más perfectos cortes no estaban centrados en donde deberían, en mi cuchillo y mi trabajo, sino que seguía una pequeña sombra, que se movía casi sin ser detectada por nadie más que por mí dentro de la habitación. Acercándose cada vez más a mi jefe.
Hasta que... El desenlace llegó.
En un destello de brillante acero... un corte apareció en el cuello de mi jefe. Ya dada a conocer esa sombra, solo hizo más que terminar de cortar el cuello para que terminase de desangrarse, y clavar en su pecho con uno de los cuchillos en su mesa de trabajo una nota.
Solo me miró, tras su máscara, y me dijo, lanzándome una pequeña nota: “Tienes muy buena mano, para ser lo que eres. Ve a mallene, y busca a quien firma esa nota... Si te interesa podrías tener una muy buena recomendación.”
Ya sin trabajo y buscado por la familia del carnicero y los soldados de la ciudad, no me quedó otra opción que huir. Emprendí camino a puente blanco. Y así comenzó mi travesía para llegar aquella ciudad y buscar a Cristal. Por lo que decía la nota una encapuchada que solía frecuentar la taberna del pato mareado.
Semanas, incluso meses tardé en poder llegar. Y cuando llegué, lo primero que hice fue buscar esa taberna.
Llegué y sentándome en un rincón de la taberna, me dispuse a esperar a que apareciera. Repetí esta operación muchos días y…
Una semana luego de haber esperado, vi entrar a una figura, encapuchada, con una capa oscura.... y un pequeño sonido cada vez que se movía.
Eran apenas tintineos, pero al acercarme, pude comprobar que eran pequeñas cuentas de cristales.
Me acerqué tranquilamente, y con mis pequeñas manos deslicé la nota en su mesa.
A lo que ella devolvió apenas con una mirada y una indicación para que la esperase fuera.
Me dirigí hacia la puerta y saliendo me dispuse a esperar.
Pasados unos 30 minutos, la figura salió, y me hizo señas para que la siguiese.
Llegamos a un almacén oscuro y derruido, y levantando una pequeña trampilla descendimos a las alcantarillas de la ciudad.
Yo pensaba que me iba a dirigir a algún lugar donde podríamos hablar... pero en menos de lo que sería un parpadeo, me tomó del cuello y me puso contra la pared.
Colocando un puñal en mi cuello me preguntó que como había dado con esa nota… al responderle me soltó, dejándome caer en un montón al suelo.
Me indicó que esperase en ese lugar y, tiempo después se acercó y dejando un cuerpo en el suelo... me ordenó que realizara mi pequeño arte.
Demostré mis habilidades: cómo, dónde y de qué manera descuartizar y mutilar un cuerpo.
Satisfecha con lo visto me dijo que estaba pasando la pequeña prueba para ingresar en el entrenamiento del gremio.
Me formé, entrené, seguí las órdenes y las enseñanzas de mis maestros... hasta que un día como hoy... 10 años después pude estar a la altura del gremio...
Un día como hoy fui merecedor de mi pequeño puñal, con empuñadura de madera, símbolo que me sindicaba como miembro. De ahora en adelante, debería cumplir misiones, seguir órdenes para avanzar dentro del mismo.
Desde pequeño siempre fui diferente.
Huérfano de padre y madre, me dejaron en el dintel de una casa cualquiera en Ebou Dar.
Nunca supe de donde vine. Solo obtuve esa pequeña confesión de mis padres adoptivos cuando me descubrieron realizando actos que según ellos ningún niño debería hacer.
Para mi solo eran juegos, solo eran travesuras, pero más tarde comprobé que esos juegos, que esas travesuras, me llevaron a ser quien soy hoy.
No me jacto de ser el mejor ni mucho menos, solo sé que mi afán por aprender me lleva hacer uno de los más rápidos al aprender algo, al entender.
Paso a contarles algo de mi vida cuando era niño.
Nací (no sé dónde) nunca lo supe, ni supieron decirme, solo sé que quienes me acogieron, quienes me cuidaron lo hicieron con el mayor amor, y enseñándome lo mejor que pudieron.
No éramos una familia muy acomodada, pero el pequeño comercio de tintes de mi padre nos permitía poder comer y cubrir nuestras necesidades.
Mis hermanos mayores también solían ira pescar para colaborar, aparte de entrenarse para un día entrar a la guardia de la ciudad.
Es ahí. Donde empieza todo...
Al ver a mi madre Abriendo en canal a esos peces, limpiándolos, cortándolos y quitando todo de su interior...
Comenzó a llamarme la atención.
Asique cada vez que ella lo hacía... yo estaba ahí, subido a mi pequeño banco de madera, observando, tratando de copiar todos sus movimientos, pues lo que ella hacía para mi era un arte.
Un arte sutil, saber dónde cortar... donde clavar aquel cuchillo...
Mi madre era una mujer de carácter fuerte, y muy estricta.
Ahí comencé. Así luego de ver ese (para mi arte sutil), fue que comencé a practicar. Ella siempre me veía observarla, y a mi corta edad le dije quería ayudarla.
Se dedicó a adiestrarme, a mostrarme cada una de las maneras de abrir y limpiar esos peces.
Así que aprendí, pero no conforme ya con ver peces abiertos y entender cómo, dónde y cuál sería el mejor lugar para cortar..., me dediqué a practicar, a ver, a realizar aquel sutil arte en pequeños animales: Ratas, cuervos, palomas y gallinas.
Todo aquel pequeño animal con el cual me pudiese esconder y poner en práctica mis conocimientos.
Hasta que un día ya no podía seguir entrenando mis manos, ni saber con esos pequeños animales. Necesitaba algo más…
Algo grande. Me atraparon abriendo en canal a dos gatos diferentes.
Deseaba saber por qué su diferencia en color, en ojos. Si su interior tenía algo diferente.
Para ese entonces mi comportamiento había cambiado, era más reservado, más frío; poco me importaba lanzar las tripas donde cualquiera pudiese encontrarlas... y hasta hacerle alguna que otra broma a las niñas en las plazas.
Ese día fue un punto de quiebre. Me prohibieron todo contacto con los puñales, con cualquier arma punzo cortante. Yo no quería dejar de entrenar mi habilidad. Para mi eso ya era un arte, tal y como lo hacía mi madre.
Comencé a escaparme, a robar algún que otro puñal de los tenderos.
Así fui armando mi pequeña colección de armas, no eran armas sofisticadas, ni mucho menos valiosas. Pero si útiles. Me servían para abrir en canal los animales que yo quisiera...
Un día no volví a mi supuestamente hogar. Fue al día siguiente de cumplir 6 años. Esa noche había llegado a casa presurosa, y con mis zapatos manchados con sangre.
Mis hermanos me lo vieron y por supuesto me acusaron con mis padres.
Ahí fue cuando me enteré que yo no pertenecía a esa familia, que era diferente. Que como decían mis hermanos era raro.
Esa noche cogí un morral grande que mi padre guardaba para los largos viajes en que iba a conseguir las hierbas para crear las tintas. Lo cargué con mis ropas, comida para varios días, mis armas y unas monedas que le quité a mi padre del comercio.
Así fue que emprendí mi vida, con apenas un morral con lo mínimo indispensable y mi sutil arte.
Lo había perfeccionado, no solo podía abrir animales en canal, limpiarlos y demás, sino que, por mi pequeña complexión física a esa edad, podía tranquilamente hacerme con bolsas cargadas de oro y así mantenerme.
Por supuesto no me quedé en la ciudad.
Emprendí el camino escondido en una carreta, caminé por calzadas. Y así fui alejándome de mi familia, de mis recuerdos, pero de quien jamás me alejé, fue de mi sutil arte, el de saber dónde, cuando, como y porqué cortar en tal o cual lugar del cuerpo de un animal.
Dos años después pude conseguir un pequeño trabajo con un carnicero en Baerlon.
Ahí todavía logré perfeccionar más mis dotes: abriendo vacas, toros... lo que mi jefe pusiera delante.
Un día en el que yo realizaba mi labor, una pequeña puerta trasera que había en el lugar se abrió imperceptiblemente, pero según mi jefe solo había sido el viento.
Yo presentía que no, mis ojos entrenados para realizar los más perfectos cortes no estaban centrados en donde deberían, en mi cuchillo y mi trabajo, sino que seguía una pequeña sombra, que se movía casi sin ser detectada por nadie más que por mí dentro de la habitación. Acercándose cada vez más a mi jefe.
Hasta que... El desenlace llegó.
En un destello de brillante acero... un corte apareció en el cuello de mi jefe. Ya dada a conocer esa sombra, solo hizo más que terminar de cortar el cuello para que terminase de desangrarse, y clavar en su pecho con uno de los cuchillos en su mesa de trabajo una nota.
Solo me miró, tras su máscara, y me dijo, lanzándome una pequeña nota: “Tienes muy buena mano, para ser lo que eres. Ve a mallene, y busca a quien firma esa nota... Si te interesa podrías tener una muy buena recomendación.”
Ya sin trabajo y buscado por la familia del carnicero y los soldados de la ciudad, no me quedó otra opción que huir. Emprendí camino a puente blanco. Y así comenzó mi travesía para llegar aquella ciudad y buscar a Cristal. Por lo que decía la nota una encapuchada que solía frecuentar la taberna del pato mareado.
Semanas, incluso meses tardé en poder llegar. Y cuando llegué, lo primero que hice fue buscar esa taberna.
Llegué y sentándome en un rincón de la taberna, me dispuse a esperar a que apareciera. Repetí esta operación muchos días y…
Una semana luego de haber esperado, vi entrar a una figura, encapuchada, con una capa oscura.... y un pequeño sonido cada vez que se movía.
Eran apenas tintineos, pero al acercarme, pude comprobar que eran pequeñas cuentas de cristales.
Me acerqué tranquilamente, y con mis pequeñas manos deslicé la nota en su mesa.
A lo que ella devolvió apenas con una mirada y una indicación para que la esperase fuera.
Me dirigí hacia la puerta y saliendo me dispuse a esperar.
Pasados unos 30 minutos, la figura salió, y me hizo señas para que la siguiese.
Llegamos a un almacén oscuro y derruido, y levantando una pequeña trampilla descendimos a las alcantarillas de la ciudad.
Yo pensaba que me iba a dirigir a algún lugar donde podríamos hablar... pero en menos de lo que sería un parpadeo, me tomó del cuello y me puso contra la pared.
Colocando un puñal en mi cuello me preguntó que como había dado con esa nota… al responderle me soltó, dejándome caer en un montón al suelo.
Me indicó que esperase en ese lugar y, tiempo después se acercó y dejando un cuerpo en el suelo... me ordenó que realizara mi pequeño arte.
Demostré mis habilidades: cómo, dónde y de qué manera descuartizar y mutilar un cuerpo.
Satisfecha con lo visto me dijo que estaba pasando la pequeña prueba para ingresar en el entrenamiento del gremio.
Me formé, entrené, seguí las órdenes y las enseñanzas de mis maestros... hasta que un día como hoy... 10 años después pude estar a la altura del gremio...
Un día como hoy fui merecedor de mi pequeño puñal, con empuñadura de madera, símbolo que me sindicaba como miembro. De ahora en adelante, debería cumplir misiones, seguir órdenes para avanzar dentro del mismo.