Antes de dejaros con el relato, quiero señalar algunas cosas:
He decidido publicar mis relatos y roles de siniestro en el foro siempre que los inmortales estén de acuerdo, ya que siempre me pareció una lástima que los roles de siniestros, que a veces son muy interesantes, no llegaran al público general por mantener el secretismo. Obviamente que conozcáis mi rol de siniestro no significa que vuestros personajes lo conozcan, ni tengan indicios, ni sospechas, ni nada, a no ser que haya algún motivo onrol para ello, por supuesto. Supongo que es algo que no hace falta ni decirlo, pero por si acaso y para que no haya malentendidos.
Sé que algunos no sabíais que era sini, pero sí, hace años que soy siniestro, desde la época de Shanshar.
El primer relato explica (en lo posible) el remort de Katsu, y el segundo cuenta su historia de forma bastante resumida y concisa. Espero que sean agradables de leer por lo menos.
----------
Última oportunidad
Despierto desorientado. Por un instante no recuerdo dónde estoy, pero pronto acuden los recuerdos, quizás evocados por la fría superficie de roca contra mi espalda desnuda, a lo mejor atraídos por el olor mohoso y nauseabundo de la estancia. Recuerdo el dolor... el terrible dolor que he sufrido durante horas y horas de interminable tortura a manos del Gran Señor, y me pregunto por que aún sigo con vida y por qué he despertado sin sentir cómo la tortura atraviesa mis músculos y mis órganos, semejante a mil agujas ardientes atravesando mi piel. Noto la mente embotada por tanto sufrimiento, los pensamientos se me escapan como agua entre las manos mientras intento hilbanar una cadena de ideas para intentar averiguar en qué situación estoy... conocer la situación de uno mismo es fundamental para seguir con vida, eso lo recuerdo.
Poco a poco mis sentidos van despertando, eso me ayuda a ir aclarando la mente. La extraña luz que ilumina el lugar en el que estoy hiere mis ojos, una luz rojiza, maligna y amenazante, como la del cráter de un volcán. Estoy inmovilizado contra una superficie de roca por algo que no puedo ver, pero que parece hecho con el poder único, como cuerdas hechas de puro aire que rodean mis brazos, mis piernas, mi torso y mis pies. Tengo la cabeza libre, pero estoy demasiado débil para acometer el esfuerzo de levantarla y observar a mi alrededor. Lo único que alcanzo a ver es el techo, de roca negra, sin más adorno que el que pueda proporcionar la piedra muerta.
Comienzo a recordar el camino que me trajo hasta aquí. El fracaso... siempre había sabido que fracasar en una misión encomendada por alguno de los Elegidos saldría muy caro, y aún más si se trataba de una misión importante, pero nunca imaginé la tortura que iba a sufrir tras fallar en aquella misión en Tar Valon. Estaba tan confiado en mis planes, mi ascenso en las filas del Gran Señor era constante y rápido, yo no era como esos gusanos que se arrastraban para conseguir algo de favor, para después ser dejados a un lado como ropa vieja demasiado usada e inservible. Y sin embargo... todo salió mal, aquella noche pude ver cómo los planes de semanas se hacían añicos delante de mí. No me quedó otra opción que escapar o ser capturado, y por supuesto ser capturado por las Aes Sedai nunca fue una opción válida. Tras el desastre acudí a informar, y después... solo recuerdo tortura, un viaje a Shayol Ghul, un par de myrddraals alrededor mío y dolor... continuo, implacable, agudo, ardiente dolor... día y noche lo sufría, no recuerdo estar consciente nunca sin sufrir un dolor intenso. Los días pasaban en un remolino, perdí la noción del tiempo, ya que no podía ver el sol, y mi mente se redujo a un nudo de sufrimiento, deseando únicamente que aquello terminara...
Escucho ruido detrás de mí. Poco a poco, consigo girar el cuello sin levantar la cabeza, aunque lo que alcanzo a ver no es gran cosa. La estancia es pequeña, las paredes son también de roca lisa y desnuda, sin adornos de ningún tipo ni ventanas visibles. Tampoco veo ninguna puerta, por lo que supongo que estará detrás de mí, fuera de mi campo de visión. Unos pasos se aproximan, me estremezco sin poder evitarlo, seguro de que la tortura comenzará otra vez de un momento a otro... lucho contra la presión de lo que supongo serán flujos de saidar con las escasas fuerzas que tengo, obviamente en vano. Asir el saidin en estos momentos me resulta tan imposible como mover una montaña, mi cuerpo está agotado, despojado de toda energía. Los pasos se detienen muy cerca, justo tras mi cabeza.
-Vaya, veo que han hecho un buen trabajo contigo -Dice una voz masculina, con cierto tono de regocijo-. Dime escoria, ¿has aprendido ya el precio del fracaso?
Intento responder, pero de mi garganta no sale más que un murmullo débil y ahogado. Trago saliva con gran dolor y lo intento de nuevo.
-Sí.
Esa palabra es lo único que soy capaz de pronunciar con mi voz rota y mi garganta seca como el mismísimo Yermo de Aiel.
-No me cabe duda -Continúa la voz-. Ahora respóndeme, ¿sigues deseando servir al Gran Señor?
-Vivo para... s...servir -Contesto sin dudarlo ni un instante, consciente de que la conversación está tomando un camino distinto al que yo esperaba.
-Muy bien, muy bien.
Escucho pasos, movimiento. Una figura alta, vestida por completo de ropajes negros y cubierta con una capucha que deja su rostro en las sombras aparece en mi campo de visión. Se dirige hacia donde están mis pies atados y se inclina ligeramente hacia mí.
-Recuerda, el Gran Señor de la Oscuridad no aceptará más fracasos -Dice con una voz afilada como un cuchillo que me hace estremecer-. La situación ha cambiado desde tu último... encargo. Las cosas se aceleran, nuestro amo cada vez tiene más poder, los ejércitos de las naciones se movilizan, el Momento del Retorno está cerca, y necesitamos de todas las herramientas para preparar el mundo para la victoria.
Siento como la figura ase el saidin, me tenso, pero lo que hace es cortar los flujos invisibles que me retenían contra la roca.
-El Gran Señor ha decidido darte una segunda oportunidad -Prosigue, haciendo un gesto desdeñoso ante mis vanos esfuerzos por incorporarme-. Pero recuerda... será la última. Si fracasas de nuevo...
Flujos de saidin entran en mi cuerpo, un tejido complejo, un dolor increíble me atenaza. Involuntariamente me encojo sobre mí mismo, pero el dolor desaparece a los pocos segundos, tan repentinamente como había aparecido.
-Tu misión es entrar en lo que llaman la Torre Negra -Ordena mientras jadeo entre toses y trato de recuperarme-. Tendrás que mover los hilos de forma sutil, siempre en las sombras. Contarás con algunos aliados que ya tenemos allí, pero cada uno tendreis vuestras órdenes. Tenemos que controlar ese ejército de hombres encauzadores que está creando al'Thor, y el Gran Señor cree que tu pasado y tus habilidades son indicadas para colaborar en este propósito. Tendrás que sembrar la discordia y el caos, debilitar el liderazgo del nuevo necio que los dirige y promover enfrentamientos contra otros ejércitos que controla al'Thor.
Trato de hablar a pesar del dolor residual que aún siento y de mi debilidad.
-Pero... los Asha'man... algunos me conocen... de... de antes.
El hombre hace un gesto con una mano, como descartando mi objeción.
-¿Acaso no estás dispuesto a servir como has dicho? -Su voz vuelve a tener ese filo acerado que me hace comprender que las protestas no son buena idea con este hombre.
-No... yo... serviré al Gran Señor, solo señalaba...
-No importa -Me interrumpe sin dejarme terminar mis objeciones-. Los que tú conocías han desaparecido o están enviados lejos, ahora tienen un nuevo líder y si alguien te reconoce... cumplirás con tu deber con el Gran Señor si quieres recompensas o volverás a fallarle y vivirás eternamente en un mar de sufrimiento. ¿Está claro? -Termina, inclinándose agresivamente sobre mí.
Asiento a duras penas, captando las implicaciones de lo que me está diciendo este desconocido. Sin duda la Última Batalla está cerca si el poder del Gran Señor se ha extendido tanto, y quizás... yo pueda volver a ascender como hice en un tiempo y volver a gozar del favor del Gran Señor como antes... el poder está ahí, y solo queda alcanzarlo con mis manos. Jamás pensé en volver a tener otra oportunidad, pero sin duda ahora que la tengo, no voy a dejar que nada se interponga ante el poder que deseo. La inmortalidad y el poder es el premio que les espera a los que cuenten con el más alto favor del Gran Señor, y yo voy a ser uno de ellos cueste lo que cueste.
-Hay unas habitaciones donde podrás descansar -Me dice la figura encapuchada-, al menos hasta que puedas recuperar las fuerzas. Después partirás hacia la Torre Negra. Irás recibiendo tus órdenes. Recuerda... una última oportunidad...
La figura abandona la estancia mientras yo trato de incorporarme lentamente, dolorido y agotado. No quiero pasar por esto nunca más, y ahora que tengo una misión no pienso permitir que mis planes vuelvan a fallar de nuevo... seré muy cuidadoso...
(RELATO) Última oportunidad
Re: (RELATO) Última oportunidad
Recuerdos
Han pasado cinco días desde que aquél Elegido me liberase, desde que el Gran Señor me concediese la oportunidad de volver a servir, de volver a vivir. Mis habitaciones, situadas en algún lugar que no he podido precisar, son cómodas. Me han advertido que no tengo permitido intentar abandonar las tres estancias que las componen, y de momento no he considerado necesario desobedecer. estoy bastante seguro de que el Elegido (me pregunto cuál de ellos será) no quiere que averigüe desde dónde ejerce su influencia. Así sea, por el momento es mejor actuar con cautela y no poner a prueba los límites tan pronto. Además, estoy bajo vigilancia. Reconozco a estos criados de bella figura y ojos negros, vestidos con sueltas túnicas de color blanco. Sus ojos son estremecedoramente inexpresivos, pero soy consciente de que los zomara son capaces de leer la mente para informar a su amo, así que extremo las precauciones cuando alguno de ellos anda cerca. Con un poco de suerte no saben que soy capaz de reconocerlos, no es un conocimiento habitual entre la gente.
Mientras me recupero mi mente divaga y tiende a recordar momentos clave de mis días, quizás ante el hecho de haber vuelto a la vida, por así decir.
Nací en Tar Valon, la ciudad a los pies de la Torre Blanca y bajo el gobierno de las Aes Sedai. Mi infancia fue complicada, al criarme sin padres, sólo con la ocasional ayuda de algún habitante de buen corazón que se preocupaba por un niño pobre que vivía en la calle y sobrevivía como podía.
Cuando tenía poco más de doce años me enrolé en uno de los numerosos barcos flubiales que recorren el río Erinin, deseoso de ver mundo, conocer las demás naciones y ciudades, observar las costumbres de otros parajes y, en general, guiado por una ambición de conocimiento. Esas ansias de conocimiento fueron el motivo de que, cuando el Dragón Renacido se proclamó y empezó a buscar hombres capaces de encauzar, decidiese abandonar mi vida de marinero de río para viajar hasta las cercanías de Caemlyn con el objetivo de intentar aprender. Resultó que la famosa Torre Negra que tantos comentarios causaba por todos lados no era otra cosa que una pequeña granja nada impresionante. No obstante resultó que mis deseos se hicieron realidad, ya que la prueba que me hizo uno de los hombres al parecer mostró que era capaz de encauzar el Poder Único. Así, mientras el número de hombres en la Torre Negra crecía (algunos con familia incluida), y los terrenos se extendían, adecuándose más a un centro de poder en toda regla, mis habilidades y capacidad también aumentaban. Mi ambición de conocimiento fue derivando en otro tipo de ambición, un deseo de poder. Me encantaba asir el saidin a pesar de la corrupción que sentía en mi cuerpo, sobrepasar los límites establecidos y descubrir nuevas aplicaciones del poder para superar a mis compañeros.
Al parecer, este aspecto de mi personalidad llamó la atención de algunos individuos... interesantes que, poco a poco, fueron guiándome hacia el momento donde mi vida tomaría otro rumbo... un camino dedicado a obtener poder, ir ascendiendo por una escalera de intrigas, peligros y muerte, siempre pasando por encima de los rivales, pisando a los que son más débiles, en pos de un beneficio deseado por cualquiera: la inmortalidad y el poder ilimitado. De esa forma fue como terminé frente a uno de los seres más temibles, un myrddraal, un ser de cuentos y leyendas, y como presté unos juramentos que me atarían al Gran Señor de la Oscuridad. Ya no más el Oscuro, así es como lo denominan los débiles que no son lo suficientemente fuertes para tomar el poder con sus manos, ahora sería mi señor, le daría mi vida y mi obediencia si al final conseguía lo que me prometían.
Tras eso seguí en la Torre Negra, pero ahora obedeciendo órdenes ajenas al Dragón Renacido, informando y ejecutando misión tras misión. Fui ascendiendo en la escala de los Amigos Siniestros, nunca fracasaba, por más difíciles que fuesen las misiones que me encomendaban, hasta que un día... llegó la misión que acabó conmigo en la Fosa de la Perdición, no para recibir ningún tipo de honor o recompensa, si no para recibir la más terrible de las torturas.
La puerta de la antesala de mis habitaciones se abre interrumpiendo mis recuerdos. Un hombre alto, de nariz aguileña y ataviado con lujosas ropas entra pausadamente y me observa con cierto interés a la vez que un gesto desdeñoso.
-Espero que ya estés listo para emprender tu... regreso al mundo -me dice esbozando una ligera sonrisa divertida que en ningún momento alcanza sus ojos.
Aunque no estoy muy seguro de si estaré cometiendo un error, no me levanto del sillón tapizado en el que estoy sentado. "Al fin y al cabo, para avanzar hay que estirar los límites", pienso, no obstante lo cual, me apresuro a responder con tono respetuoso.
-Estoy dispuesto para servir, insigne señor.
Noto que el hombre ase el saidin y reacciono en un instante, el poder invade mi cuerpo, una tumultuosa corriente de fuego y vida que aumenta mis sentidos y me hace sentir vivo como nunca... el elegido alza sus cejas ante mi actitud, y teje intrincados flujos para formar un acceso.
-Las precauciones son valiosas, pero cuidado a quien decides enfrentarte, no termines de nuevo atado a una roca. Ahora ve, dentro de poco tiempo recibirás órdenes, hemos de movernos rápido -me dice mientras señala el acceso abierto por el que se ven los tupidos árboles de algún frondoso bosque.
Sin más palabra y aún henchido de poder, atravieso el acceso, que se cierra inmediatamente detrás de mí, peligrosamente cerca. Doy un respingo y maldigo al hombre en voz alta, sabedor de que ya no me puede escuchar. Miro a mi alrededor y veo una especie de sendero que me dispongo a seguir para averiguar dónde me ha dejado el Elegido. Después de algún tiempo salgo del bosque y oteo el horizonte, divisando las murallas resplandecientes y la alta Torre Blanca... "de vuelta al principio" -pienso con cierta ironía-. "Es hora de enterarme de qué ha pasado en este tiempo en el que he estado apartado de todo".
Han pasado cinco días desde que aquél Elegido me liberase, desde que el Gran Señor me concediese la oportunidad de volver a servir, de volver a vivir. Mis habitaciones, situadas en algún lugar que no he podido precisar, son cómodas. Me han advertido que no tengo permitido intentar abandonar las tres estancias que las componen, y de momento no he considerado necesario desobedecer. estoy bastante seguro de que el Elegido (me pregunto cuál de ellos será) no quiere que averigüe desde dónde ejerce su influencia. Así sea, por el momento es mejor actuar con cautela y no poner a prueba los límites tan pronto. Además, estoy bajo vigilancia. Reconozco a estos criados de bella figura y ojos negros, vestidos con sueltas túnicas de color blanco. Sus ojos son estremecedoramente inexpresivos, pero soy consciente de que los zomara son capaces de leer la mente para informar a su amo, así que extremo las precauciones cuando alguno de ellos anda cerca. Con un poco de suerte no saben que soy capaz de reconocerlos, no es un conocimiento habitual entre la gente.
Mientras me recupero mi mente divaga y tiende a recordar momentos clave de mis días, quizás ante el hecho de haber vuelto a la vida, por así decir.
Nací en Tar Valon, la ciudad a los pies de la Torre Blanca y bajo el gobierno de las Aes Sedai. Mi infancia fue complicada, al criarme sin padres, sólo con la ocasional ayuda de algún habitante de buen corazón que se preocupaba por un niño pobre que vivía en la calle y sobrevivía como podía.
Cuando tenía poco más de doce años me enrolé en uno de los numerosos barcos flubiales que recorren el río Erinin, deseoso de ver mundo, conocer las demás naciones y ciudades, observar las costumbres de otros parajes y, en general, guiado por una ambición de conocimiento. Esas ansias de conocimiento fueron el motivo de que, cuando el Dragón Renacido se proclamó y empezó a buscar hombres capaces de encauzar, decidiese abandonar mi vida de marinero de río para viajar hasta las cercanías de Caemlyn con el objetivo de intentar aprender. Resultó que la famosa Torre Negra que tantos comentarios causaba por todos lados no era otra cosa que una pequeña granja nada impresionante. No obstante resultó que mis deseos se hicieron realidad, ya que la prueba que me hizo uno de los hombres al parecer mostró que era capaz de encauzar el Poder Único. Así, mientras el número de hombres en la Torre Negra crecía (algunos con familia incluida), y los terrenos se extendían, adecuándose más a un centro de poder en toda regla, mis habilidades y capacidad también aumentaban. Mi ambición de conocimiento fue derivando en otro tipo de ambición, un deseo de poder. Me encantaba asir el saidin a pesar de la corrupción que sentía en mi cuerpo, sobrepasar los límites establecidos y descubrir nuevas aplicaciones del poder para superar a mis compañeros.
Al parecer, este aspecto de mi personalidad llamó la atención de algunos individuos... interesantes que, poco a poco, fueron guiándome hacia el momento donde mi vida tomaría otro rumbo... un camino dedicado a obtener poder, ir ascendiendo por una escalera de intrigas, peligros y muerte, siempre pasando por encima de los rivales, pisando a los que son más débiles, en pos de un beneficio deseado por cualquiera: la inmortalidad y el poder ilimitado. De esa forma fue como terminé frente a uno de los seres más temibles, un myrddraal, un ser de cuentos y leyendas, y como presté unos juramentos que me atarían al Gran Señor de la Oscuridad. Ya no más el Oscuro, así es como lo denominan los débiles que no son lo suficientemente fuertes para tomar el poder con sus manos, ahora sería mi señor, le daría mi vida y mi obediencia si al final conseguía lo que me prometían.
Tras eso seguí en la Torre Negra, pero ahora obedeciendo órdenes ajenas al Dragón Renacido, informando y ejecutando misión tras misión. Fui ascendiendo en la escala de los Amigos Siniestros, nunca fracasaba, por más difíciles que fuesen las misiones que me encomendaban, hasta que un día... llegó la misión que acabó conmigo en la Fosa de la Perdición, no para recibir ningún tipo de honor o recompensa, si no para recibir la más terrible de las torturas.
La puerta de la antesala de mis habitaciones se abre interrumpiendo mis recuerdos. Un hombre alto, de nariz aguileña y ataviado con lujosas ropas entra pausadamente y me observa con cierto interés a la vez que un gesto desdeñoso.
-Espero que ya estés listo para emprender tu... regreso al mundo -me dice esbozando una ligera sonrisa divertida que en ningún momento alcanza sus ojos.
Aunque no estoy muy seguro de si estaré cometiendo un error, no me levanto del sillón tapizado en el que estoy sentado. "Al fin y al cabo, para avanzar hay que estirar los límites", pienso, no obstante lo cual, me apresuro a responder con tono respetuoso.
-Estoy dispuesto para servir, insigne señor.
Noto que el hombre ase el saidin y reacciono en un instante, el poder invade mi cuerpo, una tumultuosa corriente de fuego y vida que aumenta mis sentidos y me hace sentir vivo como nunca... el elegido alza sus cejas ante mi actitud, y teje intrincados flujos para formar un acceso.
-Las precauciones son valiosas, pero cuidado a quien decides enfrentarte, no termines de nuevo atado a una roca. Ahora ve, dentro de poco tiempo recibirás órdenes, hemos de movernos rápido -me dice mientras señala el acceso abierto por el que se ven los tupidos árboles de algún frondoso bosque.
Sin más palabra y aún henchido de poder, atravieso el acceso, que se cierra inmediatamente detrás de mí, peligrosamente cerca. Doy un respingo y maldigo al hombre en voz alta, sabedor de que ya no me puede escuchar. Miro a mi alrededor y veo una especie de sendero que me dispongo a seguir para averiguar dónde me ha dejado el Elegido. Después de algún tiempo salgo del bosque y oteo el horizonte, divisando las murallas resplandecientes y la alta Torre Blanca... "de vuelta al principio" -pienso con cierta ironía-. "Es hora de enterarme de qué ha pasado en este tiempo en el que he estado apartado de todo".