(Relato) el comienzo.
Soy Kelshar Noirin, hijo único de una humilde familia de la baja Caemlyn. Fue allí donde nací y crecí , deseando pertenecer al ejército real de Andor. Cada vez que se me presentaba la oportunidad, contemplaba maravillado los combates entre los soldados, esos que tenían a modo de entrenamiento.
Cierta vez, cuando Arymilla Marne emprendió el asedio a la ciudad, debido a la superioridad numérica del enemigo el ejército se vio obligado a reclutar ciudadanos que pudieran luchar. Acepté sin dudarlo, y fui sometido a un riguroso entrenamiento donde aprendí a utilizar la espada. Progresé rápido, despertando la curiosidad de una aes sedai, o más bien de su guardián.
-Mi guardián me ha hablado de un… sujeto que al parecer posee una habilidad innata con la espada -me dijo la mujer con un acento cairhienino, mirándome intensamente.
Nos encontrábamos en un comedor privado de la posada “la corona de rosas”, con su guardián situado detrás de ambos. Me resultaba admirable cómo él parecía estar al pendiente de todo, como un felino protegiendo a sus crías.
-En realidad… intento progresar cada día, porque mi sueño… -me detuve, sin saber si alguien tan importante querría escuchar el insignificante sueño de un don nadie. Sin embargo, la mujer hizo un gesto para que prosiguiera-. Es pertenecer a la guardia real.
Ella asintió, dedicándome una mirada indescifrable.
-Es algo muy noble de tu parte, pero… ¿si te dijese que puedes llegar más alto? -preguntó, con una voz musical-. Con tu talento, mereces formar parte de un lugar que mueve ciudades, un lugar mucho más respetado y temido que cualquier reino. Hablo, obviamente, de la torre blanca. Un guardián con tus habilidades llegaría muy lejos…
Siguió hablándome, detallando todo lo que obtendría si decidía convertirme en guardián. Yo tan solo podía oír su voz, que parecía haberme sumido en un trance. Escuchaba cada una de sus palabras con atención, palabras que iban despertando en mí el deseo de ser parte de ese lugar del que únicamente llegué a oír historias de aquellos que habían ido.
-Ven conmigo -concluyó la mujer, y esas tres palabras finales parecieron hacer eco en mi mente.
En ese momento supe por qué las aes sedai eran tan respetadas, pues tan solo unas palabras fueron suficientes para que mi sueño cambiara en un abrir y cerrar de ojos. Ahora, deseaba ser un guardián, proteger a quien fuese mi aes sedai bajo cualquier costo y luchar por la torre blanca.
Relatos y Roleos de Kelshar
(relato) hacia Tar Valon
La fresca brisa acarició mi rostro al abandonar la posada, permitiéndome salir del trance en el que me había metido la aes sedai que se dirigía en dirección al palacio junto a su inseparable guardián. Yo permanecí en los establos, ayudando a los mozos con el mantenimiento de los caballos, pues era algo que solía hacer cuando necesitaba pensar. Lo otro era entrenar con alguien, pero dudaba que a esas horas encontrara a un compañero disponible.
“¿Qué debería hacer?” —me preguntaba una y otra vez, mientras caminaba por la avenida principal en dirección a la baja Caemlyn.
Sabía que deseaba presentarme en la torre blanca como aspirante a guardián, pero lo que me detenía eran mis padres ya que no deseaba dejarlos, considerando la situación en la que vivíamos. Sería muy egoísta de mi parte dejarlos a su suerte e irme a la torre a cumplir mi sueño que, para variar, había surgido hace menos de una hora.
Seguí caminando, respondiendo con un simple gesto a los saludos de mis compañeros y ciudadanos que me conocían. Me detuve en la puerta de mi casa, indeciso, como si dentro me esperara un trolloc hambriento. Suspiré y abrí, y apenas entré supe que el ambiente estaba tenso.
—¡Hola, hijo! —me saludó mi madre, con la típica sonrisa que ponía cuando intentaba fingir que todo estaba bien.
Yo suspiré, dejándome caer en una silla que crujió peligrosamente. De seguro la mujer había hablado con mis padres antes de buscarme, y estaba seguro de que llegó a convencerlos tan fácil como a mí.
—¿Lo saben, verdad? —pregunté.
—¿Si sabemos qué? —replicó mi madre con tono inocente.
—Lo sabemos —dijo mi padre, que no le gustaba andar con rodeos—. ¿Qué harás?
Yo me encogí de hombros, mirando la pequeña casucha que parecía estar a punto de caerse en cualquier momento, y los muebles desvencijados. Definitivamente no los dejaría, no hasta que pudiera comprarles una casa decente.
—Tienes derecho a cumplir tu sueño —me dijo mi madre, como leyéndome los pensamientos—. Nosotros…
—Deja que él decida —la interrumpió mi padre, tajante.
Permanecimos en silencio, mis padres mirándome expectantes y yo haciéndome la misma pregunta. ¿Qué debería hacer?
Sin embargo, alguien tocó a la puerta librándome, al menos temporalmente, de contestar. Abrí, sorprendiéndome al encontrar allí a la misma mujer de rostro intemporal que me había metido en ese aprieto. Cuando ella entró, mi padre la miró a los ojos con ferocidad a la vez que mi madre hacía una reverencia. Siempre era así, cuando uno de ellos decía blanco el otro decía negro, y pese a lo diferentes que eran estaban juntos, algo que no llegaba a entender.
—Lo siento —dijo la mujer—, no pude evitar oír parte de su conversación… Kelshar, creo saber qué te detiene. ¿En verdad creías que la torre sería tan egoísta como para no preocuparse ni un ápice por la familia de nuestros cachorros?
Hizo un gesto a su guardián, quien se encontraba detrás de ella, y éste le alcanzó una bolsa de cuero. Ella la depositó sobre la mesa, sacudiéndola levemente provocando que sonara un tintineo en su interior.
—Aquí hay más que suficiente para adquirir una nueva casa y vivir cómodamente, considérenlo un… regalo de mi parte.
Mi padre soltó una carcajada, irónico.
—¿Es que la torre no se cansa de arrebatar cosas?
La mujer sonrió, tranquila.
—No arrebatamos, eso es de ladrones… la Torre Blanca reclama lo que desea. Deberían agradecerme, Kelshar estará seguro en la torre, a diferencia de esta ciudad donde arriesga su vida al tener que defenderla. —Pareció que mi padre iba a replicar, pero una mirada de mi madre lo detuvo—. Necesitarán tiempo para despedirse, ¿verdad? Te esperaré en la puerta norte, Kelshar.
Me sonrió con calidez, para luego dar media vuelta y marcharse con elegancia, como si estuviese caminando por el palacio de la ciudad.
Mi padre me miró a los ojos y, tras unos segundos que me parecieron horas, suspiró con resignación y sonrió de lado.
—Puedo ver en tu mirada que deseas ir… supongo que has sacado esa terquedad de tu padre. No me agrada, pero No te detendré. Antes déjame decirte —se acercó hacia mí, y me susurró en el oído—: cuídate de las aes sedai, ¿de acuerdo? Cuídate de todas ellas.
Yo asentí, preguntándome cómo podría cuidarme de algo que, en algún momento, tendría que proteger.
Abracé a mi madre, cuyos ojos azules como los míos y ahora llenos de lágrimas me miraban con orgullo. Oí sus consejos, deseando que alguno de los dos de repente se opusiera a mi partida para así no tener que dejarlos, pero no lo hicieron. Qué irónico, por primera vez ambos parecían estar de acuerdo en algo o, al menos, no manifestaban su desacuerdo como acostumbraban a hacer. Preparé mi macuto con algo de ropa, me ceñí la espada al cinturón y, con unas lágrimas en los ojos que no supe en qué momento llegaron, atravesé la puerta.
—¡Regresa cuando seas un guardián! —oí decir a mi padre, y sonreí agradecido.
Sin mirar atrás, me dirigí a la puerta norte a paso rápido. La aes sedai me esperaba dentro de un elegante carruaje con dos buenos caballos de tiro, donde su guardián me ayudó a subir. El carretero hizo restallar su látigo y el vehículo se puso en marcha, alejándome de mi ciudad natal y acercándome a Tar valon.
“Debo convertirme en guardián” —pensé con determinación, llevando una mano a la empuñadura de mi espada. ¡Lo haría, sin importar lo que costara!
La aes sedai, que mantenía su mirada clavada en mí, sonrió con aprobación.
“¿Qué debería hacer?” —me preguntaba una y otra vez, mientras caminaba por la avenida principal en dirección a la baja Caemlyn.
Sabía que deseaba presentarme en la torre blanca como aspirante a guardián, pero lo que me detenía eran mis padres ya que no deseaba dejarlos, considerando la situación en la que vivíamos. Sería muy egoísta de mi parte dejarlos a su suerte e irme a la torre a cumplir mi sueño que, para variar, había surgido hace menos de una hora.
Seguí caminando, respondiendo con un simple gesto a los saludos de mis compañeros y ciudadanos que me conocían. Me detuve en la puerta de mi casa, indeciso, como si dentro me esperara un trolloc hambriento. Suspiré y abrí, y apenas entré supe que el ambiente estaba tenso.
—¡Hola, hijo! —me saludó mi madre, con la típica sonrisa que ponía cuando intentaba fingir que todo estaba bien.
Yo suspiré, dejándome caer en una silla que crujió peligrosamente. De seguro la mujer había hablado con mis padres antes de buscarme, y estaba seguro de que llegó a convencerlos tan fácil como a mí.
—¿Lo saben, verdad? —pregunté.
—¿Si sabemos qué? —replicó mi madre con tono inocente.
—Lo sabemos —dijo mi padre, que no le gustaba andar con rodeos—. ¿Qué harás?
Yo me encogí de hombros, mirando la pequeña casucha que parecía estar a punto de caerse en cualquier momento, y los muebles desvencijados. Definitivamente no los dejaría, no hasta que pudiera comprarles una casa decente.
—Tienes derecho a cumplir tu sueño —me dijo mi madre, como leyéndome los pensamientos—. Nosotros…
—Deja que él decida —la interrumpió mi padre, tajante.
Permanecimos en silencio, mis padres mirándome expectantes y yo haciéndome la misma pregunta. ¿Qué debería hacer?
Sin embargo, alguien tocó a la puerta librándome, al menos temporalmente, de contestar. Abrí, sorprendiéndome al encontrar allí a la misma mujer de rostro intemporal que me había metido en ese aprieto. Cuando ella entró, mi padre la miró a los ojos con ferocidad a la vez que mi madre hacía una reverencia. Siempre era así, cuando uno de ellos decía blanco el otro decía negro, y pese a lo diferentes que eran estaban juntos, algo que no llegaba a entender.
—Lo siento —dijo la mujer—, no pude evitar oír parte de su conversación… Kelshar, creo saber qué te detiene. ¿En verdad creías que la torre sería tan egoísta como para no preocuparse ni un ápice por la familia de nuestros cachorros?
Hizo un gesto a su guardián, quien se encontraba detrás de ella, y éste le alcanzó una bolsa de cuero. Ella la depositó sobre la mesa, sacudiéndola levemente provocando que sonara un tintineo en su interior.
—Aquí hay más que suficiente para adquirir una nueva casa y vivir cómodamente, considérenlo un… regalo de mi parte.
Mi padre soltó una carcajada, irónico.
—¿Es que la torre no se cansa de arrebatar cosas?
La mujer sonrió, tranquila.
—No arrebatamos, eso es de ladrones… la Torre Blanca reclama lo que desea. Deberían agradecerme, Kelshar estará seguro en la torre, a diferencia de esta ciudad donde arriesga su vida al tener que defenderla. —Pareció que mi padre iba a replicar, pero una mirada de mi madre lo detuvo—. Necesitarán tiempo para despedirse, ¿verdad? Te esperaré en la puerta norte, Kelshar.
Me sonrió con calidez, para luego dar media vuelta y marcharse con elegancia, como si estuviese caminando por el palacio de la ciudad.
Mi padre me miró a los ojos y, tras unos segundos que me parecieron horas, suspiró con resignación y sonrió de lado.
—Puedo ver en tu mirada que deseas ir… supongo que has sacado esa terquedad de tu padre. No me agrada, pero No te detendré. Antes déjame decirte —se acercó hacia mí, y me susurró en el oído—: cuídate de las aes sedai, ¿de acuerdo? Cuídate de todas ellas.
Yo asentí, preguntándome cómo podría cuidarme de algo que, en algún momento, tendría que proteger.
Abracé a mi madre, cuyos ojos azules como los míos y ahora llenos de lágrimas me miraban con orgullo. Oí sus consejos, deseando que alguno de los dos de repente se opusiera a mi partida para así no tener que dejarlos, pero no lo hicieron. Qué irónico, por primera vez ambos parecían estar de acuerdo en algo o, al menos, no manifestaban su desacuerdo como acostumbraban a hacer. Preparé mi macuto con algo de ropa, me ceñí la espada al cinturón y, con unas lágrimas en los ojos que no supe en qué momento llegaron, atravesé la puerta.
—¡Regresa cuando seas un guardián! —oí decir a mi padre, y sonreí agradecido.
Sin mirar atrás, me dirigí a la puerta norte a paso rápido. La aes sedai me esperaba dentro de un elegante carruaje con dos buenos caballos de tiro, donde su guardián me ayudó a subir. El carretero hizo restallar su látigo y el vehículo se puso en marcha, alejándome de mi ciudad natal y acercándome a Tar valon.
“Debo convertirme en guardián” —pensé con determinación, llevando una mano a la empuñadura de mi espada. ¡Lo haría, sin importar lo que costara!
La aes sedai, que mantenía su mirada clavada en mí, sonrió con aprobación.
(Relato) primera lección: ¡espada en el cuello!
Siempre había oído comentarios sobre de la belleza de Tar Valon, pero cuando la vi con mis propios ojos supe que ni siquiera mil palabras podrían describir su esplendidez. Esos magníficos y perfectos edificios, cada uno más bello que el otro; las altas y brillantes torres conectadas entre sí por puentes colgantes que no dejaban de despertar mi admiración; pero sobre todo, esas resplandecientes murallas que rodeaban la ciudad convirtiéndola en un verdadero desafío para todo aquél que quisiera invadirla. ¡Y yo que creía que no habría mejores murallas que las de Caemlyn!
Mientras circulaba por las diferentes avenidas junto a la aes sedai y su guardián, deseaba tener otro par de ojos para no perderme ningún detalle. Y entonces, justo cuando creía que ya nada podría sorprenderme, alcancé a ver en su totalidad el edificio más alto de toda la ciudad: una imponente torre de brillante piedra blanca que parecía desafiar a todo aquél que la mirara o, más bien, ¡parecía desafiar a la ciudad entera!
A medida que nos aproximábamos a ella, una sensación de admiración y respeto crecía en mí, y por encima de esas sensaciones surgía el deseo de proteger ese lugar bajo cualquier costo. Mientras subía las escalinatas sonreí para mis adentros, pensando en lo ingenuo que había sido por ese pensamiento: ¿acaso un lugar así necesitaba protección?
La voz de la aes sedai, que ahora llevaba un chal de color gris, me sacó de mi ensimismamiento:
—Aquí recibirás tus lecciones y, si te esfuerzas, te convertirás en un verdadero guardián.
Yo me limité a asentir y llevarme un puño al corazón, tal como hacía en el ejército cuando recibía una orden.
Nos encontrábamos en un vestíbulo con las paredes y suelo de mármol, cuyos ventanales permitían divisar el exterior. Distintos pasillos conducían a diferentes zonas de la torre, y entre los dos me informaron que el pasillo trasero conducía al patio de entrenamiento.
Continuamos caminando por el lugar, subiendo escaleras y atravesando pasillos hasta llegar a las dependencias privadas de la torre, concretamente en el hall de los guardianes. Allí, la aes sedai se despidió de mí dejándome en compañía de otros Gaidin de todas las edades, entre ellos el suyo.
Me dirigí al comedor, donde apenas intercambié palabra con los pocos que se encontraban allí. Me sentía exhausto, y solo mi entrenamiento como soldado me permitió oír las indicaciones y recomendaciones que me daba Dindal, el guardián de la aes sedai, sin dormirme.
Tras cenar, me encaminé hacia los aposentos de los cachorros donde dejé mis pertenencias en un arcón vacío a los pies de una de las camas adosadas a la pared. Algunas de ellas estaban ocupadas por chicos de mi edad, quienes roncaban. Los pocos que aún permanecían despiertos me saludaron con un gesto que respondí antes de desvestirme y sumirme en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, tras asearme, siguiendo las indicaciones de Dindal dejé mi espada en el arcón y junto a otros compañeros bajé las escaleras en dirección a la sección de los cachorros en el patio de entrenamiento. Algunos ya estaban reunidos allí, unos pocos entablaban combates con espadas de madera, mientras que otros simplemente esperaban. Siguiendo las instrucciones dadas por Dindal, tomé una espada de madera de uno de los contenedores y me reuní con los chicos del segundo grupo. Mientras lo hacía me pareció ver una sombra en el otro extremo del patio, cerca de la valla que dividía la sección de cachorros y guardianes, pero fue tan fugaz que supuse que había sido tan solo producto de mi imaginación.
—¿Cuánto tiempo debemos seguir esperando? –manifestó un joven teariano de porte noble, con gesto irritado—. ¿Acaso nos convertiremos en guardianes esperando como idiotas?
Yo sonreí levemente mientras los demás lo miraban, escandalizados. Estaba seguro de que él no duraría mucho en la torre o, si lo hacía, sería pasándola muy mal hasta que cambiara esa actitud que parecía tener la mayoría de nobles. Mi padre siempre decía que una de las reglas de este grupo era hacer esperar a todo el mundo, y gritar a todo pulmón cuando los hicieran esperar.
—¿Qué te resulta tan divertido, plebeyo? –me preguntó, lanzándome lo que él creía que se trataba de una mirada intimidatoria.
Me escogí de hombros como respuesta, observando a los guardianes que entrenaban del otro lado. ¡Se movían tan rápido que casi no alcanzaba a seguir sus movimientos! Sentí cómo la adrenalina recorría mi cuerpo y mis sentidos se agudizaban, intentando captar cada detalle de ese combate. Era increíble, ¡combatían ejecutando una serie de pasos de baile que tenían una mezcla de elegancia y ferocidad por igual! Y entonces, me agaché por instinto y algo pasó por encima de mi cabeza. Me incorporé dando medio giro, mirando al noble teariano que al parecer había decidido seguir hablándome, una parte de mí era consciente de ello; pero al no obtener respuesta decidió atacarme con la espada de madera. Solía pasarme aquello cuando presenciaba un combate, era como si me dividiera en dos dejando tan solo una pequeña parte de mí en vigilancia, pudiendo así reaccionar en casos como aquellos.
—Busca a alguien más para molestar, yo estoy observando el combate –dije, golpeando su espada con la mía y desarmándolo.
Cuando se disponía a contestar, una estruendosa voz sonó a lo lejos.
—Todos deberían hacer caso a ese consejo, hay veces donde la mejor forma de aprender es observando.
Volteé con sorpresa, encontrando a un canoso hombretón en la parte donde minutos antes había creído ver una sombra. Era alto, de rostro pétreo y unos ojos grises que parecían penetrar todo aquello donde se posaran. Una cicatriz cubría su mejilla izquierda, haciendo un recorrido hasta su cuello, donde finalizaba. Como todos los guardianes, vestía la capa que parecía fundirse con el entorno.
—Soy Neidol, señor de guardianes, y he venido para saber de qué madera están hecho los cachorros, tanto los que ya tienen tiempo aquí como los nuevos.
Contemplé con una mezcla de asombro y respeto cómo se acercaba hacia nosotros con movimientos felinos, blandiendo una espada de madera. Nos recorrió con la mirada y, sin previo aviso, se abalanzó sobre uno de mis compañeros y le colocó la espada en el cuello.
—Tienes una espada en el cuello. ¿Qué harías?
Él lo miró y negó.
—No hay nada que pueda hacer, señor.
Neidol suspiró, a la vez que se incorporaba y repetía el proceso con otro compañero elegido al azar.
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
El joven arrojó la espada e intentó apartar con sus dos manos el fornido brazo del hombre, sin lograrlo.
—Muerto —murmuró el señor de guardianes, alejándose.
El proceso continuó mientras yo intentaba buscar una respuesta aceptable, porque era obvio que buscaba algo… ¿pero qué?
—Espada en el cuello, ¿próximo movimiento? —preguntó al noble teariano.
—Es imposible, mis habilidades con la espada no permitirían que alguien…
Neidol lo tomó por un brazo y, tras levantarlo, lo arrojó al suelo.
—Tómatelo enserio o vete, chico. Estás muerto.
Él gruñó a la vez que se levantaba, adolorido, pero al parecer se había percatado de que a veces era conveniente mantener la boca cerrada.
Y entonces, después de que otros cachorros fuesen probados, llegó mi turno. Por reflejos, me hice a un lado esquivando la espada pero el hombretón se abalanzó sobre mí, inmovilizando mis brazos sin problemas.
—Lo siento —dije apresuradamente—, no pretendía…
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
Permanecí en silencio, respirando con dificultad debido al peso que llevaba encima. En las batallas en las que había estado, no había tenido que hacer un movimiento al tener una espada en el cuello pues siempre había alguien para ayudarme. ¿Entonces, qué debía hacer?
Neidol retiró la espada y se apartó.
—Solo hay una cosa que puede hacerse con una espada en el cuello… quiero esa respuesta hoy. Entrenen con las espadas, vayan al comedor y, cuando vuelvan, volveré a probarlos. Si no me dan la respuesta que busco, quedarán fuera.
Un murmullo se extendió por todo el patio mientras Neidol se alejaba. Necesitaba encontrar la respuesta, ¡o de lo contrario quedaría fuera! Por fortuna, nos habían ordenado entrenar lo que significaba que podría pensar sin inconvenientes.
Mientras entrenaba con mi compañero, intentaba buscar la respuesta a toda costa pero era imposible. Las horas pasaban, y cuando quise acordar llegó el momento de ir al comedor.
Todos comimos en silencio, al parecer no era el único que pensaba en la respuesta que debíamos darle a Neidol. Algunos Gaidin nos observaban divertidos, como si supieran qué pasaba por nuestra mente, y estaba seguro de que así era ya que un par de veces los vi colocarse un dedo en el cuello y asentir.
Regresamos al patio, mi cuerpo lleno de adrenalina y mi corazón resonando como tambores de guerra. Neidol nos esperaba allí, con la espada de madera en la mano y un gesto indescifrable. Apenas llegamos, se abalanzó sobre el compañero situado a mi izquierda.
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
Él suspiró y negó.
—Estoy fuera, señor.
Incorporándose, el hombretón asintió y caminó lentamente por el patio, mirándonos detenidamente como un cazador decidiendo a qué conejo disparar la primera flecha. Nadie tenía la respuesta, todas las que daban parecían no satisfacer al guardián. Para mi consternación, se me abalanzó y esta vez ni siquiera me dio tiempo a reaccionar.
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
Yo lo miré a los ojos, sabiendo que no debía permanecer callado o de lo contrario fallaría, ya que sería equivalente a no responder. Observé su rostro de piedra, su mirada indescifrable y la enorme cicatriz que terminaba en el cuello. ¿Terminaba en el cuello? O quizá… ¡Eso es! Los guardianes no intentaban burlarse de nosotros, nos daban una pista!
—¡Seguir luchando! —vociferé, empujando con todas mis fuerzas para liberar mis brazos y golpeando la espada con el puño provocando que ésta se apartara deslizándose hasta mi mejilla.
De haber sido una real, tendría un corte que, si se curaba, me dejaría una cicatriz que iniciaba en el cuello y terminaba en mi mejilla, idéntica a la del señor de los guardianes.
Neidol se incorporó, arrojó la espada y aplaudió pausadamente.
—Seguir luchando, recuerden eso. Aunque estén entre la espada y la pared, aunque tengan una espada en el cuello apunto de acabar con su vida, nunca dejen de luchar. ¿Lo han oído claro?
—¡Sí, señor! —gritamos todos.
El hombretón nos miró uno a uno y, para sorpresa de todos, anunció:
—Han superado la prueba.
El chico que antes intentó apartar el brazo de Neidol durante la prueba se aclaró la garganta, tan sorprendido como todos:
—¡Pero señor, algunos no dieron la respuesta apropiada, y otros ni siquiera respondimos!
Por primera vez, el señor de guardianes sonrió levemente.
—¿Creen que los llamamos cachorros simplemente porque si? ¡Todos aquí son una manada! Los resultados de las acciones de uno solo de ustedes, repercutirán en todos. Han superado la prueba, pero… esto solo es el comienzo.
Sonriendo como los demás, me llevé un puño al corazón mientras que otros hicieron una reverencia.
Mientras circulaba por las diferentes avenidas junto a la aes sedai y su guardián, deseaba tener otro par de ojos para no perderme ningún detalle. Y entonces, justo cuando creía que ya nada podría sorprenderme, alcancé a ver en su totalidad el edificio más alto de toda la ciudad: una imponente torre de brillante piedra blanca que parecía desafiar a todo aquél que la mirara o, más bien, ¡parecía desafiar a la ciudad entera!
A medida que nos aproximábamos a ella, una sensación de admiración y respeto crecía en mí, y por encima de esas sensaciones surgía el deseo de proteger ese lugar bajo cualquier costo. Mientras subía las escalinatas sonreí para mis adentros, pensando en lo ingenuo que había sido por ese pensamiento: ¿acaso un lugar así necesitaba protección?
La voz de la aes sedai, que ahora llevaba un chal de color gris, me sacó de mi ensimismamiento:
—Aquí recibirás tus lecciones y, si te esfuerzas, te convertirás en un verdadero guardián.
Yo me limité a asentir y llevarme un puño al corazón, tal como hacía en el ejército cuando recibía una orden.
Nos encontrábamos en un vestíbulo con las paredes y suelo de mármol, cuyos ventanales permitían divisar el exterior. Distintos pasillos conducían a diferentes zonas de la torre, y entre los dos me informaron que el pasillo trasero conducía al patio de entrenamiento.
Continuamos caminando por el lugar, subiendo escaleras y atravesando pasillos hasta llegar a las dependencias privadas de la torre, concretamente en el hall de los guardianes. Allí, la aes sedai se despidió de mí dejándome en compañía de otros Gaidin de todas las edades, entre ellos el suyo.
Me dirigí al comedor, donde apenas intercambié palabra con los pocos que se encontraban allí. Me sentía exhausto, y solo mi entrenamiento como soldado me permitió oír las indicaciones y recomendaciones que me daba Dindal, el guardián de la aes sedai, sin dormirme.
Tras cenar, me encaminé hacia los aposentos de los cachorros donde dejé mis pertenencias en un arcón vacío a los pies de una de las camas adosadas a la pared. Algunas de ellas estaban ocupadas por chicos de mi edad, quienes roncaban. Los pocos que aún permanecían despiertos me saludaron con un gesto que respondí antes de desvestirme y sumirme en un profundo sueño.
A la mañana siguiente, tras asearme, siguiendo las indicaciones de Dindal dejé mi espada en el arcón y junto a otros compañeros bajé las escaleras en dirección a la sección de los cachorros en el patio de entrenamiento. Algunos ya estaban reunidos allí, unos pocos entablaban combates con espadas de madera, mientras que otros simplemente esperaban. Siguiendo las instrucciones dadas por Dindal, tomé una espada de madera de uno de los contenedores y me reuní con los chicos del segundo grupo. Mientras lo hacía me pareció ver una sombra en el otro extremo del patio, cerca de la valla que dividía la sección de cachorros y guardianes, pero fue tan fugaz que supuse que había sido tan solo producto de mi imaginación.
—¿Cuánto tiempo debemos seguir esperando? –manifestó un joven teariano de porte noble, con gesto irritado—. ¿Acaso nos convertiremos en guardianes esperando como idiotas?
Yo sonreí levemente mientras los demás lo miraban, escandalizados. Estaba seguro de que él no duraría mucho en la torre o, si lo hacía, sería pasándola muy mal hasta que cambiara esa actitud que parecía tener la mayoría de nobles. Mi padre siempre decía que una de las reglas de este grupo era hacer esperar a todo el mundo, y gritar a todo pulmón cuando los hicieran esperar.
—¿Qué te resulta tan divertido, plebeyo? –me preguntó, lanzándome lo que él creía que se trataba de una mirada intimidatoria.
Me escogí de hombros como respuesta, observando a los guardianes que entrenaban del otro lado. ¡Se movían tan rápido que casi no alcanzaba a seguir sus movimientos! Sentí cómo la adrenalina recorría mi cuerpo y mis sentidos se agudizaban, intentando captar cada detalle de ese combate. Era increíble, ¡combatían ejecutando una serie de pasos de baile que tenían una mezcla de elegancia y ferocidad por igual! Y entonces, me agaché por instinto y algo pasó por encima de mi cabeza. Me incorporé dando medio giro, mirando al noble teariano que al parecer había decidido seguir hablándome, una parte de mí era consciente de ello; pero al no obtener respuesta decidió atacarme con la espada de madera. Solía pasarme aquello cuando presenciaba un combate, era como si me dividiera en dos dejando tan solo una pequeña parte de mí en vigilancia, pudiendo así reaccionar en casos como aquellos.
—Busca a alguien más para molestar, yo estoy observando el combate –dije, golpeando su espada con la mía y desarmándolo.
Cuando se disponía a contestar, una estruendosa voz sonó a lo lejos.
—Todos deberían hacer caso a ese consejo, hay veces donde la mejor forma de aprender es observando.
Volteé con sorpresa, encontrando a un canoso hombretón en la parte donde minutos antes había creído ver una sombra. Era alto, de rostro pétreo y unos ojos grises que parecían penetrar todo aquello donde se posaran. Una cicatriz cubría su mejilla izquierda, haciendo un recorrido hasta su cuello, donde finalizaba. Como todos los guardianes, vestía la capa que parecía fundirse con el entorno.
—Soy Neidol, señor de guardianes, y he venido para saber de qué madera están hecho los cachorros, tanto los que ya tienen tiempo aquí como los nuevos.
Contemplé con una mezcla de asombro y respeto cómo se acercaba hacia nosotros con movimientos felinos, blandiendo una espada de madera. Nos recorrió con la mirada y, sin previo aviso, se abalanzó sobre uno de mis compañeros y le colocó la espada en el cuello.
—Tienes una espada en el cuello. ¿Qué harías?
Él lo miró y negó.
—No hay nada que pueda hacer, señor.
Neidol suspiró, a la vez que se incorporaba y repetía el proceso con otro compañero elegido al azar.
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
El joven arrojó la espada e intentó apartar con sus dos manos el fornido brazo del hombre, sin lograrlo.
—Muerto —murmuró el señor de guardianes, alejándose.
El proceso continuó mientras yo intentaba buscar una respuesta aceptable, porque era obvio que buscaba algo… ¿pero qué?
—Espada en el cuello, ¿próximo movimiento? —preguntó al noble teariano.
—Es imposible, mis habilidades con la espada no permitirían que alguien…
Neidol lo tomó por un brazo y, tras levantarlo, lo arrojó al suelo.
—Tómatelo enserio o vete, chico. Estás muerto.
Él gruñó a la vez que se levantaba, adolorido, pero al parecer se había percatado de que a veces era conveniente mantener la boca cerrada.
Y entonces, después de que otros cachorros fuesen probados, llegó mi turno. Por reflejos, me hice a un lado esquivando la espada pero el hombretón se abalanzó sobre mí, inmovilizando mis brazos sin problemas.
—Lo siento —dije apresuradamente—, no pretendía…
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
Permanecí en silencio, respirando con dificultad debido al peso que llevaba encima. En las batallas en las que había estado, no había tenido que hacer un movimiento al tener una espada en el cuello pues siempre había alguien para ayudarme. ¿Entonces, qué debía hacer?
Neidol retiró la espada y se apartó.
—Solo hay una cosa que puede hacerse con una espada en el cuello… quiero esa respuesta hoy. Entrenen con las espadas, vayan al comedor y, cuando vuelvan, volveré a probarlos. Si no me dan la respuesta que busco, quedarán fuera.
Un murmullo se extendió por todo el patio mientras Neidol se alejaba. Necesitaba encontrar la respuesta, ¡o de lo contrario quedaría fuera! Por fortuna, nos habían ordenado entrenar lo que significaba que podría pensar sin inconvenientes.
Mientras entrenaba con mi compañero, intentaba buscar la respuesta a toda costa pero era imposible. Las horas pasaban, y cuando quise acordar llegó el momento de ir al comedor.
Todos comimos en silencio, al parecer no era el único que pensaba en la respuesta que debíamos darle a Neidol. Algunos Gaidin nos observaban divertidos, como si supieran qué pasaba por nuestra mente, y estaba seguro de que así era ya que un par de veces los vi colocarse un dedo en el cuello y asentir.
Regresamos al patio, mi cuerpo lleno de adrenalina y mi corazón resonando como tambores de guerra. Neidol nos esperaba allí, con la espada de madera en la mano y un gesto indescifrable. Apenas llegamos, se abalanzó sobre el compañero situado a mi izquierda.
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
Él suspiró y negó.
—Estoy fuera, señor.
Incorporándose, el hombretón asintió y caminó lentamente por el patio, mirándonos detenidamente como un cazador decidiendo a qué conejo disparar la primera flecha. Nadie tenía la respuesta, todas las que daban parecían no satisfacer al guardián. Para mi consternación, se me abalanzó y esta vez ni siquiera me dio tiempo a reaccionar.
—Espada en el cuello. ¿Próximo movimiento?
Yo lo miré a los ojos, sabiendo que no debía permanecer callado o de lo contrario fallaría, ya que sería equivalente a no responder. Observé su rostro de piedra, su mirada indescifrable y la enorme cicatriz que terminaba en el cuello. ¿Terminaba en el cuello? O quizá… ¡Eso es! Los guardianes no intentaban burlarse de nosotros, nos daban una pista!
—¡Seguir luchando! —vociferé, empujando con todas mis fuerzas para liberar mis brazos y golpeando la espada con el puño provocando que ésta se apartara deslizándose hasta mi mejilla.
De haber sido una real, tendría un corte que, si se curaba, me dejaría una cicatriz que iniciaba en el cuello y terminaba en mi mejilla, idéntica a la del señor de los guardianes.
Neidol se incorporó, arrojó la espada y aplaudió pausadamente.
—Seguir luchando, recuerden eso. Aunque estén entre la espada y la pared, aunque tengan una espada en el cuello apunto de acabar con su vida, nunca dejen de luchar. ¿Lo han oído claro?
—¡Sí, señor! —gritamos todos.
El hombretón nos miró uno a uno y, para sorpresa de todos, anunció:
—Han superado la prueba.
El chico que antes intentó apartar el brazo de Neidol durante la prueba se aclaró la garganta, tan sorprendido como todos:
—¡Pero señor, algunos no dieron la respuesta apropiada, y otros ni siquiera respondimos!
Por primera vez, el señor de guardianes sonrió levemente.
—¿Creen que los llamamos cachorros simplemente porque si? ¡Todos aquí son una manada! Los resultados de las acciones de uno solo de ustedes, repercutirán en todos. Han superado la prueba, pero… esto solo es el comienzo.
Sonriendo como los demás, me llevé un puño al corazón mientras que otros hicieron una reverencia.