Perspectiva de Aenyd
Aenyd se sentía exultante. Se rendía al uso del saidar y este le respondía. Abrazarlo era un éxtasis en el cuál anhelaba perderse, dejarse llevar. Pero sabía cómo usarlo. Los secretos de su uso ya no eran un misterio para sí, y apenas tenía nociones de cómo había ocurrido esto. Simplemente, era parte de ella y lo sabía usar tan bien como una daga, un veneno o una artimaña cualquiera.
Pero nada de ello importaba ahora, tan solo que esta vez no era la misma. Se encontró frente a una gran puerta negra, custodiada por figuras encapuchadas. Estas, al notar que se aproximaba y reconocerla, la miraron, incrédulas: ¿Ae… Aenyd?
Ella las saludó con un gesto, mientras las dejaba atónitas ante su aparición.
Recorrió los amplios pasillos mientras la plena satisfacción de su supervivencia la llenaba de regocijo.
--Estoy segura de que alguien más estará sorprendida y complacida de verme—
Era hora de encontrarse de nuevo con Visoreina.
Aenyd sabía que ella se hacía cargo del gremio ahora, y a juzgar por el orden imperante no lo estaba haciendo mal.
Mientras se aproximaba hacia su despacho, pensó en lo que el gremio significaba. Era un grupo de gente taimada, pero leal. Fría, racional, pero llena de secretos y, por supuesto, una postura poco diáfana ante lo relativo a la lucha que tenía lugar entre la luz y la sombra.
Es el lugar indicado para una sharaníe renegada, pensó mientras una sonrisa aparecía en su rostro. He vuelto, y tengo trabajo.
Debía recuperar el tiempo perdido y su puesto en el gremio.